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La fuga de Merlano como obra de arte

El problema de fondo tiene que ver con la manera en que el sistema colombiano trata a sus corruptos.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
2 de octubre de 2019

Los caricaturistas colombianos están de fiesta. Colombia pareciera estar gobernado por el Chapulín Colorado. Los actos de Presidencia parecen obras de un comediante. Como la operación Guaidó o las fotografías expuestas en Naciones Unidas. Los ministros parecen comparsas de una ópera bufa. Como la ocurrencia del Ministro Botero sobre el “hurto de ropa colgada” para explicar crímenes de mayor cuantía. Existen miembros de la bancada oficial en el Congreso que parecen escapados de un gallinero. Como los jaleos del senador Carlos Felipe Mejía cuando le pican la cresta a su jefe político. La fuga de la congresista Aída Merlano tira a sainete escolar. Pero no. Es una obra de arte. Una obra de arte ejecutada por artistas de la corrupción.

Nada es casual en la fuga de Aída Merlano. Ella fue elegida al Congreso por el Partido Conservador. El mismo partido de Pastrana y Marta Lucía Ramírez, vicepresidenta de Colombia. El Partido Conservador es parte del gobierno que preside Iván Duque. Aida Merlano fue condenada por compraventa de votos. En la sentencia de la Corte aparecen más nombres. Nombres de clanes políticos y familiares que gobiernan en el Atlántico y co-gobiernan en Colombia.

Lo de Aída Merlano no es nuevo. Oneida Pinto, ex gobernadora de la Guajira por el Partido Cambio Radical, también se fugó. Pinto, condenada por saquear las arcas públicas, estaba en una audiencia. El juez levantó la sesión. Vámonos a almorzar, dijo el juez. Durante el almuerzo ella se fugó. Tuvo que ir al médico de urgencia, explicó el abogado. Hasta el día de hoy no se sabe nada de las carnes y los huesos de Oneida Pinto. Como no se sabe de la vida de Andrés Felipe Arias, el ex ministro de Agricultura condenado por peculado. No se sabe si está preso o no. Su vida es un secreto. Un secreto guardado por las autoridades del INPEC, el mismo organismo encargado de custodiar a Aida Merlano y Oneida Pinto. 

El problema de fondo tiene que ver con la manera en que el sistema colombiano trata a sus corruptos. El régimen carcelario y penitenciario es libertino con los corruptos. Reciben trato privilegiado. La mayoría siguen manejando los hilos del poder desde sus mentirosos lugares de reclusión. No hay muerte política para la corruptos. Sus bienes no son perseguidos. Vuelven a la vida pública como redentores. Vuelven a hacer lo que han hecho toda su vida: quedarse con los impuestos de los contribuyentes y los diezmos de los feligreses. Vivir de la política y la religión. Enriquecerse con la política y la religión. Vivir de los tontos. No saben hacer otra cosa. 

Tuve apendicitis mientras purgaba mi condena por rebelión en la penitenciaria de Valledupar. Llamada “La Tramacua” por los lugareños. Bautizada como “El Guantánamo de Colombia” por los prisioneros. Fui llevado hasta el hospital público Rosario Pumarejo de Valledupar. Iba con las manos esposadas y fijadas a una cadena que rodeaba mi cintura. Iba con grilletes en los tobillos. En el quirófano estuvieron dos guardianes. Luego de la cirugía fui llevado a la sala de reposo. Fui esposado de una mano a la cama. Un policía armado con un fusil de asalto se hizo en mi cabecera. Al día siguiente estaba de vuelta al calabozo de la penitenciaría. Son los protocolos de seguridad, me explicó un oficial de prisiones al verme arrumado sobre la plancha de cemento. A unos nos aplicaron a rajatabla los protocolos. A otras y otros no.

* Escritor y analista político 

En Twitter: @Yezid_Ar_D 

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