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La gavirización del liberalismo

Coquetearle al ala izquierda del partido ha obligado a Gaviria a decir cosas insospechadas, como que él no es neoliberal

Semana
17 de abril de 2005

Si yo fuera liberal, no tendría palabras para agradecerle al ex presidente César Gaviria su decisión de hacerse cargo de reconstruir un partido en liquidación. Pero no soy liberal, y los que sí son liberales tampoco es que estén tan dispuestos a apreciar unánimemente el gesto de Gaviria de bajarse de su pedestal de ex presidente a someterse al manoseo del descontento de un sector del partido para el que la llegada de Gaviria constituye, como el nombre de una célebre película, la suma de todos los males.

De entrada ya lo esperan dos chicharrones. El de la compulsión disidente de Piedad Córdoba y el del desposicionamiento político total de Horacio Serpa.

La primera anda arrastrando para arriba y para abajo a un grupo de sindicalistas que no ven la hora de hacer coaliciones con el Polo. El segundo anda escribiendo absurdos comunicados de prensa que se prestan para todo tipo de interpretaciones, como la de carnetizar al partido, para después salir corriendo a los medios a decir que todas estas deducciones son inventos de los comentaristas radiales.

¿Qué puede hacer Gaviria para digerir los chicharrones de Piedad y de Horacio? A la primera, invitarla a desayunar, intentar convencerla de que se quede y dejarla ir finalmente. Al segundo, invitarlo a almorzar más de una vez para ayudarlo a salir de su desubique político, de manera que logre llegar investido de cierta coherencia a la consulta liberal que definirá el candidato único del liberalismo.

Pero el propio Gaviria está enfrentado a la necesidad de superar varios obstáculos internos.

El primer obstáculo es el de neutralizar su investidura neoliberal. La mitad del partido que no está con Uribe, o sea, la mitad de la mitad, rechaza ferozmente la bandera del neoliberalismo y ha hecho de la oposición a ella su renovada bandera electoral. Gaviria, consciente de que una cosa fue la ideología de su gobierno y otra es la del partido que comenzará a dirigir, ha dicho claramente que el liberalismo debe aprobar los lineamientos de una política socialdemócrata, con la que supongo que pretende coquetearle al ala izquierda del partido.

Pero claro, esto ha obligado a Gaviria a decir cosas insospechadas, como que él no es neoliberal. En todo caso, explica Gaviria con gran habilidad, su función será fundamentalmente la de facilitar la escogencia de un candidato único del liberalismo y no la de dictaminar cómo deberá pensar ese candidato único.

El segundo obstáculo que tendrá que resolver Gaviria será el de decidir qué tipo de consulta, abierta o cerrada, es la que conviene hacer. La cerrada le sirve a Serpa porque le endosa la maquinaria del partido y la abierta, a Peñalosa porque le engancha a la opinión.

El tercer obstáculo de Gaviria será el de resolver la oportunidad de las coaliciones del liberalismo. ¿La posible alianza con el Polo debe hacerse en la primera vuelta o en la segunda? Hacerla en la primera desperfilaría al partido. Esperar hasta la segunda implica correr el riesgo de que no haya segunda porque Uribe logre ganar en la primera.

El cuarto obstáculo de Gaviria se llama Álvaro Uribe. Ha explicado que su distanciamiento con él se debe a la reelección y a la supuesta actitud de Uribe de querer acabar con el Partido Liberal. Pero ninguna de las dos explicaciones es lo suficientemente poderosa como para justificar una campaña tan antiuribista como requeriría la decisión de derrotar a Uribe. Al fin y al cabo, la reelección se implementó por la vía constitucional -si la Corte no dice lo contrario- y la supuesta campaña de Uribe contra el Partido Liberal puede ser fácilmente interpretada al contrario: una campaña del Partido Liberal contra Uribe.

De manera que los argumentos políticos de Gaviria para enfrentarle un candidato al Presidente tendrán que enriquecerse en los próximos días con críticas al manejo de la seguridad, de la economía o de las relaciones internacionales. Veremos qué tantas logra montar.

En últimas, la llegada de Gaviria a la dirección del Partido Liberal produce varias reacciones. Gratitud entre los que se habían ido y ahora regresan. Resignación entre los que se habían quedado pero la estaban viendo negra. Y preocupación entre los que ven a Gaviria con recelo y saben que el ex presidente no viene a manejar el partido como una figura decorativa.

Bienvenidos a la gavirización del liberalismo. Será un vuelo sin escalas que ya no tiene pasaje de regreso.

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