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La gente no es idiota

La doble derrota de Uribe en el referendo y de Juan Lozano en la elección a la Alcaldía de Bogotá es una victoria de la esperanza

Antonio Caballero
27 de octubre de 2003

No paso el plebiscito uribista. O, en fin, pasaron un par de cositas, pero no el plebiscito, ni la reelección consiguiente. Y la Alcaldía de Bogotá la ganó Lucho Garzón, el candidato de la izquierda. Esas dos cosas juntas y sumadas me parecen, de verdad, extraordinarias. Fuera de lo ordinario, fuera de lo normal: cosas así no solían pasar en la política colombiana, donde lo previsible era siempre lo peor. Y estas dos novedades, me parece a mí, son buenas.

Veremos sus consecuencias.

Una de esas consecuencias debería ser -aunque con esta gente tan falta de ética política nunca se sabe- la renuncia inmediata del superministro Fernando Londoño. Pero bueno: si no renuncia tampoco pasa nada, como no pasa nada, en sentido contrario, porque haya sido derrotado el oportunista plebiscito uribista, o, en el fondo, londoñista. En fin: se trata de un simple detalle. Da más o menos igual. Lo que cuenta con respecto a la derrota de la arrolladora maquinaria gobiernista en el caso del referendo, y en el de la Alcaldía a la derrota de la también arrolladora maquinaria lozanista (peñalosista, tiempista, continuista: como quieran llamarla) es justamente que indica una derrota del continuismo. Se pueden hacer aquí cosas nuevas. Y las puede hacer no sólo la derecha -como las hicieron Peñalosa y Mockus- sino también la izquierda.

Si bien se miran las cosas, la doble derrota de Uribe en el referendo y de Juan Lozano en la elección a la Alcaldía de Bogotá es una victoria de la esperanza. Esperanza por fin desembarazada de la tentación autoritaria. Y esperanza por fin desembarazada de la tentación de la violencia.

Ahora, claro: al presidente Alvaro Uribe le toca ahora demostrar que es capaz de gobernar (y en mi opinión hasta ahora no lo ha hecho: simplemente ha prometido gobernar) sin necesidad de recurrir a excepcionales leyes de caballos, como las que utilizaba la hegemonía conservadora de hace cien años. Es decir: a la derecha le corresponde demostrar que es capaz de respetar la democracia. Y por otra parte al alcalde Lucho Garzón le toca ahora demostrar, en las dimensiones colosales de Bogotá, que también la izquierda es capaz de respetar la democracia: es decir, que va a gobernar para la comunidad, y no para sí misma.

Los resultados de estas dos jornadas electorales son lo mejor que nos hubiera podido pasar. Bajarle la cresta al uribismo, darle una oportunidad a la izquierda civil y desarmada. Por primera vez en muchos años veo el panorama político (del cual tendrá que desprenderse el económico) con optimismo. Y ese optimismo me confirma en una convicción que, pese a casi todo, he mantenido a lo largo de mi vida: la gente no es idiota.

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