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MARTA RUIZ

La guerra como forma de vida

El Gobierno debería tomarse mucho más en serio el proceso con el ELN porque es, junto a la refrendación de los acuerdos, el mayor obstáculo que enfrenta el proceso de paz con las FARC.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
5 de julio de 2014

Cuentan que a mediados de los años 80, Álvaro Fayad, máximo dirigente del M-19 en aquel tiempo, dijo en un campamento del ELN que el problema de esa guerrilla era que había convertido las armas en una forma de vida, no en una forma de lucha.

Atinaba Fayad en su percepción sobre los elenos. Contrario a lo que muchos creen, una negociación con este grupo será mucho más difícil que con las FARC. Primero, por su noción del Estado y la política. El ELN tiene ciertos rasgos anarquistas, no cree en la democracia representativa, sino en la democracia directa y por eso será más arduo para el Gobierno encontrar una oferta de democracia que resulte atractiva para Gabino y sus combatientes.

Segundo, porque a lo largo de estos 50 años el ELN ha sufrido el complejo de ser la segunda guerrilla del país, y le costará sumarse a un escenario creado por las FARC donde estas sean, como ya son, las protagonistas. Por eso el ELN insistirá hasta el final que se pongan en la agenda los temas que el Gobierno ha vetado en el proceso de La Habana: el minero-energético y la doctrina militar.

Tercero, porque el ELN no tiene una clara percepción de sí mismo. Dada la influencia del cristianismo en sus filas y en su dirigencia, se percibe menos cruel que las FARC; se cree más arraigado socialmente, y sobreestima su poder y su influencia en sectores de la sociedad civil. En realidad ambas guerrillas han perdido, por igual y desde hace tiempo, los límites que les imponía la moral revolucionaria; muchas de sus zonas de influencia histórica de los elenos terminaron en brazos del paramilitarismo en rechazo a su arbitrariedad; y en la sociedad civil hay desconcierto y hasta cansancio con su manera diletante de asumir las oportunidades de la paz.

Si bien el anuncio de que comienza una fase exploratoria de diálogos entre Gobierno y ELN resultó una buena noticia en plena campaña reeleccionista, también es cierto que no hay mucha claridad sobre la seriedad de esos acercamientos. No es claro si los elenos le apuestan, como sí lo están haciendo las FARC, al fin de la guerra. No han abdicado del secuestro, ni de las minas, y haciendo gala de una gran insensatez les ha dado por atacar a civiles, en nombre de su cincuentenario. Como si cumplir 50 años en guerra fuera algo digno de celebrar.

El Gobierno debería tomarse mucho más en serio el proceso con el ELN no tanto por su relevancia militar, que en todo caso no es mucha, sino porque ese es hoy, junto a la refrendación de los acuerdos, el mayor obstáculo que enfrenta el proceso de paz con las FARC. Sin el ELN no es posible la paz con las FARC. Eso parece entenderlo Timochenko, quien ha firmado varios comunicados conjuntos con Gabino, muy a pesar de que hasta hace poco sus frentes se estaban dando bala.

El asunto es serio. En La Habana se ha pactado un esquema de paz territorial que no puede salir adelante si el ELN sigue en armas. No es posible pensar por ejemplo que en Arauca el Frente X de las FARC dejará las armas e ingresará a la política mientras el Domingo Laín sigue secuestrando y poniendo bombas. La consecuencia inevitable será un enfrentamiento entre elenos y desmovilizados de las FARC por el poder en la región. Sería repetir la historia que vivió el EPL en Urabá hace dos décadas. Esto mismo se puede dar en Catatumbo, Cauca y Nariño. El ELN en armas sería una vena rota para el reciclaje de la violencia, en un país experto en reciclar violencias.

No es que sin el ELN la paz sea incompleta, es que sencillamente no es viable. Remontar las dificultades para avanzar con esta guerrilla será una tarea titánica que va a requerir tiempo y flexibilidad para entender su extraño esquema mental, que proviene de haber convertido la guerra en una forma de vida.

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