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La guerra sucia

27 de enero de 2006

Por Daniel Coronell?

afael Pardo es el blanco más reciente. Sin embargo, no ha sido el primero, ni será el último. Destruir la reputación de los opositores (o simplemente de quienes se aparten de la línea oficial de pensamiento) ha sido un procedimiento usual desde la primera campaña del presidente Álvaro Uribe.

De esta táctica han sido víctimas periodistas, entre otros Hollman Morris; ex presidentes, como César Gaviria y Andrés Pastrana antes de su voltereta; congresistas de la oposición, como Luis Fernando Velasco y Antonio Navarro, e incluso amigos del gobierno que se atrevieron a discrepar de alguna de sus iniciativas, como Gina Parody frente a la llamada ley de "justicia y paz".

La operación de descrédito algunas veces se inicia con un anónimo. Una carta o un correo electrónico, que llega a un medio de comunicación o a la propia víctima, a manera de advertencia. El anónimo generalmente combina verdades a medias, interpretaciones falsas, sindicaciones delictivas, señalamientos de tipo personal o familiar y, en algunos casos, amenazas.

Algunos de estos anónimos se han convertido en noticias. Otros sólo han alcanzado para munición de pasquines.

En otras ocasiones, el procedimiento parte de "informaciones de inteligencia" no confirmadas, cuya existencia es sugerida a uno o varios periodistas por un funcionario.

Poco después aparece un "validador". Un dirigente político o cualquier otro allegado al gobierno, que reclama ante los medios una completa investigación sobre las versiones que "circulan" sobre ese tema y contra esa persona.

Buscan que la víctima pierda el piso moral para indagar por las omisiones o acciones del gobierno y sus aliados. Su energía se concentra en dar explicaciones sobre su propia vida y el tema crítico para el gobierno sale del reflector.

Así lo intentaron la semana pasada con la congresista Gina Parody. Un día después de que El Tiempo divulgara sus motivos para no estar en las listas uribistas, al lado de aliados de los paramilitares, resurgieron los temas de un anónimo que circuló hace ocho meses. Los trajeron a colación el senador Dieb Maloof -expulsado de La U pero quien ya anunció que continuará su campaña en apoyo a la reelección del Presidente- y Carlos Moreno de Caro, compañero permanente del jefe de Estado en sus consejos comunales.

Ese propósito de distraer la opinión pública está detrás del rústico caso que quieren armarle a Rafael Pardo.

El encargado de la fase pública de esa operación fue Juan Manuel Santos. Como a algunos les pareció llamativo que una información que pretende ser de seguridad nacional estuviera en manos de un jefe político, y no de las autoridades competentes, Santos quiso poner en la picota a una reportera. "Yo me limité a responder una pregunta de una periodista muy buena en todo sentido".

La descripción -que, dicho sea de paso, es machista e irrespetuosa- se refiere a Isis Durán, redactora política del canal RCN. Una joven aplicada y bien intencionada, que hace poco empezó su carrera periodística.

Lo que el doctor Santos no contó es que, minutos antes de la conferencia de prensa, había hablado con la periodista sobre el tema. En esa conversación, Isis le contó a Santos lo que le habían dicho en Palacio. El ex ministro le prometió que confirmaría ante las cámaras la existencia de informaciones del gobierno contra Rafael Pardo, si ella se lo preguntaba. En otras palabras, Santos quería que le hicieran la pregunta, tenía la respuesta preparada y buscó el escenario con mayor impacto para divulgarla.

Nada fue casual. La información -con sus carencias de origen y su nula credibilidad- salió de la Casa de Nariño no para tratar de establecer la verdad, sino para ser usada políticamente.

Querían desacreditar a Pardo y restarle importancia a la presencia de amigos de los paramilitares en las filas del uribismo. Presencia que, desde luego, no se limita a los expulsados. n?

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