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La hecatombe va por dentro

La originó el propio gobierno y para frenarla se necesita que el Presidente hable claro.

Semana
3 de agosto de 2009

¿Quién iba a creer hace algunos meses que la hecatombe que justificaría la reelección del Presidente Uribe se iba a originar desde el interior del propio Gobierno?
 
La infiltración del paramilitarismo en el DAS desde las épocas de Jorge Noguera, las “chuzadas” y seguimientos a los miembros de la Corte y a los opositores del Gobierno”, “los falsos positivos” y el manejo poco ético de los negocios de los hijos del Presidente han provocado una verdadera debacle, que seguramente no evitará la reelección si el Presidente insiste en ello. Pero que dejará graves cuestionamientos sobre la legitimidad y credibilidad del futuro gobierno en escenarios nacionales e internacionales, con consecuencias hasta ahora impredecibles para la gobernabilidad del país y para la democracia.

Frente a estas situaciones, me niego a creer que el Presidente no sabía lo que estaba pasando, que nadie le había advertido sobre los nexos y relaciones del señor Noguera con miembros del paramilitarismo y sobre la manera como puso a disposición de estos criminales al DAS. No se puede creer que algunos funcionarios de esta Institución se movieran como “ruedas sueltas” chuzando y realizando seguimientos a los miembros de la Corte y a los opositores del gobierno y que además, estas ruedas sueltas, se reunieran con funcionarios de Palacio y el Presidente no estuviera enterado.
 
No se puede creer que los ministros no supieran que los hijos del Presidente estaban tras algunos negocios de la nueva Zona Franca y menos aún, creer que el Presidente no supiera de los negocios de sus hijos y de las consecuencias ético-políticas que esos comportamientos le podían acarrear.
 
Tampoco se puede creer que la exigencia de bajas en contra de las guerrillas, que se contabilizaban todos los meses y sobre las cuales se deba reconocimientos, no fue lo que provocó los “falsos positivos” que realizaron algunos militares deshonestos. Es imposible que el Presidente, que hasta hace algunos meses, en materia de seguridad y de gobierno, todo lo sabía y todo lo controlaba, hoy no diga nada sobre estos problemas, como si no supiera qué estaba pasando.

Si en Colombia no aceptáramos como normal “el todo vale”, si no estuviéramos dispuestos “pa las que sea”, nos importaran más los medios que los fines y nuestra democracia fuera por lo menos moderna, el Presidente, como máximo representante del Estado, nos tendría que decir si ordenó chuzar y realizar seguimiento a los miembros de la Corte y a miembros de la oposición.
 
Menos podría guardar silencio, como hasta ahora lo ha hecho, y en cambio, solicitaría a la justicia que investigue y le facilitaría su trabajo sin declaraciones públicas que ponen en duda su imparcialidad y emprendería una reforma profunda del DAS, así tuviera que dejarlo por un tiempo inactivo; total, es mejor que tener la desconfianza permanente sobre la transparencia del trabajo de esta institución.
 
Así mismo, dejaría que las investigaciones sobre los “falsos positivos” llegaran hasta las últimas consecuencias, como un mecanismo importante para fortalecer la credibilidad de las instituciones armadas y les pediría a sus hijos que no hagan lo que no le gustaría que hicieran los hijos de los gobernadores y de los alcaldes.

El anterior párrafo está escrito más con el deseo que con la objetividad que impone esta coyuntura. Sin embargo, si se quiere de verdad salir de estos problemas con un saldo a favor de las instituciones, de la democracia y del bienestar de los ciudadanos se requieren respuestas audaces que antepongan el interés general frente al interés personal.

La hecatombe ya llegó, pero no llegó de afuera sino al interior del propio Gobierno y está jugando en contra de las instituciones, de la imagen del país y de nuestra, cada vez más, incipiente democracia.

Nota: Como se le ocurre, al gobierno de Bogotá, llamar “vivienda digna” a un espacio de veinte metros cuadrados de construcción que se entregó a las familias de “La Colombianita”, eso es una bóveda donde no podría vivir el Alcalde un día.

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