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La historia se partió en dos

No sobraría comenzar a pensar en un rediseño político de Colombia. Un camino sería liquidar el régimen presidencial

Semana
27 de octubre de 2003

El país nunca volverá a ser el mismo después de las elecciones del domingo. La cacareada crisis de los partidos pasó de crisis a desaparición, con lo que el nuevo mapa político cambió drásticamente.

La naciente situación política podría describirse así: Se consolida el paramilitarmismo en la dirigencia de cuatro departamentos, la guerrilla en dos. El Partido Liberal apenas conserva su relativa hegemonía a punta de coaliciones con otras fuerzas de todos los colores olores y sabores, y el Partido Conservador gana unas escasas gobernaciones, alcaldías y diputados.

Repito: se ha partido en dos la historia de Colombia. Se ha sellado el fin del bipartidismo. De tanto decirlo como que ya no le poníamos bolas al fenómeno. Pero después del domingo hay que pensar en las implicaciones que ello traerá para el futuro del país, de la gobernabilidad y de la institucionalidad.

¿A qué horas se hicieron trizas nuestros partidos? Para ahorrarnos la discusión del Frente Nacional -para muchos, injustamente, no un instrumento de la paz política sino de la partija burocrática- arranquemos por la Constitución del 91: ella le dio el mismo rango constitucional a los partidos que a los movimientos, y así como se aireó la política también hicieron su aparición en el escenario las microempresas de garaje, unos movimientos chichigüeros que comenzaron a proliferar a costa de los partidos.

Los movimientos más exitosos como el de "Salvación Nacional" de Alvaro Gómez, y Navarro con otro movimiento incipiente, compartieron la presidencia de la Asamblea Constituyente en igualdad de condiciones con lo que quedaba de Partido Liberal, y a costa del Partido Conservador, que no olió mesa directiva. Luego Andrés Pastrana ganó la presidencia con un movimiento disidente, Noemí estuvo muy cerca montada en otro, y ahora tenemos a Alvaro Uribe, un rebelde que abandonó con éxito las filas de su partido.

En general, los candidatos liberales y conservadores puros a gobernaciones y a alcaldías fueron casi inexistentes. Y en Bogotá, dos candidatos liberales abandonaron el partido para lanzarse como independientes, mientras los candidatos oficiales de los partidos naufragaron desde el primer día en el que lanzaron sus aspiraciones.

La solución, que estaba en hacer una reforma política que les permitiera a los viejos partidos y a los nuevos movimientos obtener un cauce normativo para su reestructuración, terminó en una reforma política y en un referendo que, no nos digamos mentiras, se quedaron cortos.

Y todo esto ocurre cuando por primera vez en muchísimos años de historia de Colombia (desde Núñez, quizás?) la política está girando alrededor de una sola persona, Alvaro Uribe, con tan altísimo grado de personalización que facilitó el entierro de los partidos.

Hoy no se ve detrás de Uribe a alguien que tenga la capacidad de interpretar los anhelos de las mayorías, o el liderazgo, o el conocimientos de los problemas del Estado, o la consagración y la eficiencia. ¿Sin partidos, que le sucederá a Colombia el día en que Uribe falte por cualquier circunstancia?

Como todo el mundo está de acuerdo en que se acabaron los partidos pero nadie sabe qué viene después, no sobraría comenzar a pensar en un rediseño político de Colombia. Un camino sería liquidar el régimen presidencial, que de por sí ya ha hecho crisis en Venezuela, Bolivia, Perú, Argentina, y adoptar una reforma de fondo, como sería la institucionalización del régimen parlamentario. Con ello se busca darle estabilidad a futuros gobiernos redistribuyendo las funciones que hoy ejerce el Presidente en su doble condición de jefe del Estado y suprema autoridad administrativa.

Tendríamos a un jefe de Estado -el Presidente de la Republica- elegido popularmente por un período de 7 u 8 años, y un Primer Ministro o Presidente de Gobierno elegido a partir de las mayorías parlamentarias que, debidamente consolidadas, le proponen al Presidente su designación. La agrupación de coaliciones en el congreso se reflejaría en la integración del gabinete, con lo que se aseguraría un altísimo y sostenible grado de gobernabilidad.

Cuando dicha coalición mayoritaria amenace con deteriorarse, el Presidente del Gobierno o Primer Ministro conserva la facultad de llamar a elecciones para consolidarse o, derrotado, entregar la batuta a su sucesor.

Desde ya, los partidos Conservador y Liberal, o por lo menos un sector grande de este último, deberían fusionarse y convertirse en uno solo. ¿Qué diferencia hay entre un Rafael Pardo y un Eduardo Pizano? No hay que tenerle miedo a que un partido tradicional desaparezca: En Inglaterra lo hizo el Partido Liberal, después de 200 años de existencia.

En el nuevo escenario del régimen parlamentario, el nuevo partido Liberal-Conservador fusionado se enfrentaría con otras fuerzas de oposición, como el naciente "Polo", que por ahora solo existe en Bogotá y como una alianza absolutamente oportunista y heterogénea.

Seguramente la desaparición de los partidos nos llevará a ventilar ideas todavía más osadas que la anterior. Pero lo primero que hay que entender ya está dicho: la historia del país ha quedado partida en dos.

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