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La hoja de ruta

"La historia" no es más que un recuento de unos pueblos que les quitan su tierra a otros pueblos con pretextos solemnes o ramplones

Semana
15 de junio de 2003

Heinrich Heine los definiO bellamente como "el pueblo cuya patria es un libro''. Y en efecto, desde la destrucción del Templo en el año 70 hasta la creación del Israel en 1948, los judíos no tuvieron más patria que la Biblia.

El hecho no es simplemente poético. En primer lugar, porque para leer un libro hay que saber leer; los judíos, igual que los protestantes milenio y medio después, hicieron lo que no hicimos los pueblos atrasados: educar hasta el último niño. Y en segundo lugar, porque la Biblia no es un libro cualquiera sino el eje cultural de Occidente; los judíos, notó Freud, son los administradores de Dios en este mundo.

No hay razas superiores, ni inferiores, ni distintas: simplemente no hay razas. Hay culturas más o menos distintas, hechas de historias y costumbres compartidas. Después del año 70, la cultura judía consistió en ser minoría en cada país donde llegaba -y llegó a cada país de Occidente-. Una minoría educada, emprendedora como todo inmigrante, marginal a las convenciones y por ende capaz de visiones formidables (Freud, Marx y Einstein para una minilista) discriminada como el forastero, más envidiada que otros forasteros y perseguida como ninguna minoría de la historia -o casi-.

Unos 17 millones de negros murieron a causa del comercio de esclavos y Hitler asesinó también a siete de cada 10 gitanos europeos. Pero hasta en el horror hay jerarquías y el Holocausto golpeó la conciencia de Occidente como ningún horror lo haría jamás: seis millones de víctimas judías con sobrada razón ganaron el derecho a una patria con seis millones de árboles, como canta el cantor en Inch'Allah.

La historia suele ser brutal. Pues la verdad brutal es que los seis millones de árboles deberían estar sembrados en la cuenca del Rhin. Los autores de ese crimen inmundo no fueron palestinos sino nazis; es más, no fueron árabes sino cristianos desde Isabel y Fernando hasta el zar Nicolás quienes habían perseguido a los judíos.

Pero un ''hogar judío'' en Alemania u otro país de Europa habría sido un disparate tal que la Tercera Guerra habría estallado a la vuelta de la esquina. Y la única salida que encontró la conciencia atormentada de Occidente fue? sembrar las raíces de la Guerra que vendría medio siglo después.

La historia sí es brutal. Basta ojear un par de clásicos recientes (Parábola de las Tribus, de Schmookler; Armas, Gérmenes y Acero, de Diamond) para ver que ''la historia'' no es más que el recuento de unos pueblos que les quitan su tierra a otros pueblos con pretextos solemnes o ramplones.

La diferencia con el pueblo palestino no es que le hayan quitado su tierra con pretextos que al judío le parecen solemnes (''la patria bíblica'') y al árabe le parecen ramplones. La diferencia es que Israel fue creado en pleno siglo XX, por votación en la ONU, y para el pueblo que a la vez tenía un sentido más sentido de la injusticia y una conciencia más fina de la legalidad.

Contra el recuerdo del Holocausto sin embargo, ni ese sentido ni esa conciencia podían evitar que la historia siguiera su camino. El camino es implacable: que pase todo el tiempo y todo lo que tenga que pasar hasta que el pueblo palestino acepte y se resigne al sacrificio que le fue asignado.

Estos 55 años ya lo tienen bastante resignado: a aceptar la existencia de Israel, a cederle dos tercios de su tierra, a compartir Jerusalén, a que Estados Unidos haga de árbitro, a que Abas reemplace a Arafat, a que de pronto venga la guerra civil. Al mismo tiempo -y esto no tenía que pasar- Israel se endureció más y más: se llenó de judíos derechistas provenientes de las ex URSS, votó por halcones tipo Sharon o Netanyau y con derecho reaccionó al terror porque el terror es siempre criminal.

A Occidente no le gusta pensar en esa historia y prefiere creer que Ben Laden se inspiró en el Corán o que Hussein era un enfermo mental. No señor: el problema es Israel. Hasta Bush se dio cuenta e hizo que Abas y Sharon firmaran la dichosa hoja de ruta.

Pero la nueva ruta lleva a la misma parte porque ni él mismo podría cambiar la dirección. Y no en virtud del cuento de una ''conspiración sionista'', sino de que a base de un talento enorme y un enorme esfuerzo, los judíos de Estados Unidos tienen un enorme poder en ese país.

La historia se hace allá. Y se hace así.

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