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LA HORA DE LA VERDAD

LA HORA DE LA VERDAD

Semana
4 de marzo de 1996

El comportamiento errático del país frente al proceso de Ernesto Samper en el Congreso es, hasta cierto punto, explicable. A la mayoría de los colombianos no nos había tocado asistir a un juicio público contra un presidente de la República, y por eso nadie sabe cuál es el derecho y cuál el revés de esta situación.
A algunos se les va la mano. Como al presidente de la Comisión de Acusaciones, Heine Mogollón, quien resuelve que éste es un problema personal suyo y que no se mueve de su sitio aunque se desbarate el país. Es probable que para él sea más importante lucirse frente a unos abogados de baranda de Lorica, colegas suyos, que dejar avanzar un proceso que tiene en vilo a la Nación.
O como la inquieta Ingrid Betancur y su compañero de Cámara (con mayúscula, corrector, para evitar equívocos) Guillermo Martínez-Guerra, quienes a falta de argumentos parlamentarios se declararon en huelga de hambre, tal vez atraídos por la cantidad de periodistas en el Congreso. Presentan los síntomas inequívocos de un mal que antes llamaban Vértigo del Linotipo.
Ojalá esos sean ejemplos de comportamientos excepcionales y no la regla en el Congreso, institución a la que le llegó la hora de la verdad.
Tiene en sus manos la posibilidad de hacerle un juicio serio, rápido y público al presidente Samper, y salir de ahí con la imagen renovada y rescatar un poco de su credibilidad perdida.
Puede, también, hacer lo que la mayoría de la gente espera: enredar el proceso en una maraña de trucos procedimentales y sacar una absolución de la manga sin que el país haya tenido la oportunidad de saber cómo se llegó a tan original conclusión.
La absolución o condena de Samper tiene que ser el resultado de un juicio abierto y descarnado. Y para que ese juicio tenga validez social, los colombianos deben dejar sus oficios en un segundo plano por unos días y meter las narices en el caso Samper para establecer si el resultado final tiene alguna relación con lo que la Fiscalía haya entregado al Congreso.
Para que esto sea posible tienen que ocurrir tres cosas. Que la Fiscalía aligere el paso y entregue lo más pronto posible todo lo que considere útil para el análisis de este caso. Que el Presidente tome las medidas necesarias para acortar todos los términos del proceso, por ejemplo a través de decretos de conmoción interior. Y que la Cámara de Representantes asuma ya el tema, sin más demora. Una empantanada de este asunto en la Comisión de Acusaciones sería una puntillada mortal para el Congreso y, de paso, para el propio Ernesto Samper. Que no crean quienes se sienten amigos del Presidente que así le dan una mano.
Al contrario.
Pero mientras llegan los papeles del fiscal Alfonso Valdivieso, lo que tiene que ir pensando el Congreso es que es posible que todos los elementos de juicio que van a manejar estén ya sobre la mesa.
Se trata de un juicio político. Y en este caso lo que se busca es establecer la responsabilidad de Ernesto Samper en la filtración de dineros del narcotráfico en la campaña que lo llevó a la Presidencia, lo cual es un hecho reconocido ya por todo el mundo. El propio Presidente dijo en la instalación del Congreso que los indicios apuntaban hacia allá.
Tengo dudas de que la Fiscalía presente pruebas de la participación de Samper en ese proceso. Si lo hace, el Presidente caerá de su silla como un coco de una palmera. Pero si esto no es claro, el juicio consistirá en establecer qué tanto debe responder un político por el grado de corrupción de la gente que lo lleva en hombros al poder. Y sobre este punto hay división de opiniones en el país.
Si Samper es condenado, el resultado es obvio: se va. Sin embargo, su absolución no implica su ratificación automática en el poder. El evidente grado de ingobernabilidad en el que está el país hace necesaria una evaluación al final del proceso, para establecer si Samper, absuelto, puede seguir gobernando. Y el único mecanismo de evaluación que se me ocurre es el de la sensatez y el patriotismo del propio Presidente. Samper tiene la información, el olfato y la experiencia suficientes como para tantear el terreno. Y sabe que todo el mundo le caería encima en caso de una evaluación contraria a lo evidente.

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