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La incertidumbre del presente y del futuro

José Manuel Acevedo hace un duro cuestionamiento a la ausencia de políticas de Estado para los jóvenes.

Semana
12 de junio de 2005

Si a Colombia le interesara medianamente su juventud; si en la agenda de los políticos figuraran los programas dirigidos a los colombianos menores de 26 años, la muerte de Édison Andrés Garzón, el hincha del Santa Fe, no hubiera escandalizado a nadie pues la situación de la juventud colombiana está cantada desde hace un par de años, sin que nadie lo note, sin que nadie haga nada al respecto.

En América Latina, la población entre los 10 y 24 años de edad alcanza los 155 millones de habitantes. En Colombia, son más de 10 millones y medio. Estas cifras suponen, en principio, una inversión significativa en políticas de juventud y desarrollo. Sugieren que el Estado debería otorgarle primordial importancia a las nuevas generaciones. No obstante, la realidad es otra.  El país no gasta más del 1% en programas específicos para este sector poblacional.

Édison no era un muchacho acomodado. A lo mejor había oído hablar de una de las 700 pandillas juveniles que existen en Bogotá, si no era miembro ya de alguna. Tal vez estudiar era lo de menos, cuando a fin de cuentas -supondría instintivamente- lo que es un hecho en este país: que el 38 por ciento de los jóvenes no puede terminar la educación secundaria y que sólo el 12 por ciento de ellos accede a la universidad.

Seguramente se cruzó algún día también con Carlos, un joven que lleva más de seis meses reinsertado y que desde entonces vive en Bogotá, lejos de Andes, Antioquia el pueblo al que pertenece en realidad. Carlos trabajaba para la guerrilla. Su salario: $300.000. Sus compañeros, tanto o más jóvenes que él. En Colombia, los viejos no van a la guerra; uno de cada tres miembros de las fuerzas ilegales tiene menos de 24 años. La UNICEF estima que más de 18.000 integrantes de la guerrilla y los paramilitares, son menores de edad.

Con todo y esta cifra, la misma organización señala que sólo el 4% de los planes municipales y el 19% de los departamentales intervienen en la prevención de la vinculación y en restablecer los derechos de quienes dejan las armas. No en vano, Carlos afirma que "a uno no le darían oportunidad, porque nadie en este país perdona, y hay una gente bien, pero otra que es muy dura, por eso la guerra como que nunca se va a acabar".

Del otro lado están Andrea y Felipe. Son novios. Estudian en una de las más importantes universidades del país, obviamente privada. Sus preocupaciones en la vida: cumplir con los trabajos que les asignan en la 'U', vestirse bien y definir con claridad el lugar para tomarse unos tragos y rumbear con sus amigos cada viernes por la noche.

De sexo saben lo suficiente; de sexualidad probablemente poco, pero, ¿a quién le importa?... La única vez que se sintieron realmente alarmados fue cuando descubrieron que Andrea estaba embarazada y decidieron abortar. Fue fácil, en realidad. Se sumaron a los 400.000 casos de aborto inducido que calcula el Ministerio de la Protección Social. Un mes después, leyeron en la prensa un editorial de El Tiempo que mencionaba el episodio de Pamplona, Norte de Santander. En este municipio se calcularon sólo en 2004, 208 casos de aborto, todos de adolescentes como ellos. Pero, ¿qué si hubieran decidido tenerlo? ¿En qué trabajaría Andrés para mantener a su nueva familia cuando el desempleo juvenil duplica los promedios generales, llegando al 45% entre los muchachos de 18 a 26 años?

La generación actual se encuentra sumida en la incertidumbre. Las preguntas son incesantes frente a tan pocas respuestas. El Estado le responde a los jóvenes con la Ley 375 de 1997; una ley, que como tantas otras, es ajena para la mayoría de la juventud, pues el trabajo de difusión ha sido ineficiente en colegios y universidades del país. El Programa Presidencial Colombia Joven posee pocas herramientas a su alcance y aunque se esfuerza por lograr resultados favorables, no le dice nada a los jóvenes de a pie, que ignoran por completo la existencia de esta oficina del Gobierno que coordina la política nacional de juventud.

La sociedad, mientras tanto, se ocupa de los elaborados discursos sobre paz y reconciliación, mientras en la práctica olvidan que el 95% de las víctimas del conflicto armado son jóvenes que no tienen nada que ver con una guerra que no es suya pero que de todas formas tienen que librar.

La clase política, por su parte, no ve en los jóvenes nada más allá de lo electoral, y la participación dentro de los partidos políticos y en tiempo de elecciones, como éste, se reduce a la repartición de volantes y a la elaboración de documentos estériles que jamás son considerados en profundidad por nuestros dirigentes. 

El presente de los jóvenes es oscuro y como resultado evidente, su futuro parece igualmente impredecible. La ausencia de referentes comunes fuertes dentro de la misma juventud obliga a los jóvenes a vivir más rápida e intensamente que sus padres. Empero, sus potencialidades están mal enfocadas y mientras el país no asuma una posición seria con respecto a sus nuevas generaciones, los problemas se replicarán con el pasar de los años, pues, como ya se sabe, no se logra futuro si no se hace presente.

*Columnista Joven Vanguardia Liberal,
Periodista free-lance/
Estudiante Ciencia Política y Derecho - U. Andes *jmam@columnist.com