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LA INOFICIOSIDAD DEL COMISIONADO

¿Què paìs puede enfrascarse en un proceso de paz con la guerrilla y darse el lujo de no ocuparse periodìsticamente de èl?

Semana
1 de mayo de 1995

NO LE DIMOS EL DEBATE QUE MEREcía a la afirmación de Alvaro Gómez -curiosamente lo único rescatable de la ceremonia de aniversario de la Constituyente- de que el alto comisionado para la paz, actualmente en cabeza de Carlos Holmes Trujillo, es un cargo inoficioso.
Pero lo peor no es eso. Sino que se trata de un cargo inoficioso del que no puede desembarazarse el Estado después de haberlo constituido, aunque el Comisionado no tenga oficio, porque, al fin y al cabo, en el nombramiento de Carlos Holmes Trujillo iba implícita una disposición del Estado hacia la paz que debe acoger todo gobierno como un deber constitucional.
Los primeros seis meses de Trujillo como comisionado se caracterizaron por una perfecta prudencia verbal, que impidió que el país se hiciera falsas esperanzas de paz. Pero al mismo tiempo, fueron seis meses suficientes para medirle la temperatura a la guerrilla, y descubrir que ella no quiere la paz por la sencilla, contundente y delicada razón de que el Estado colombiano no tiene nada que ofrecerle.
Es por eso por lo que el cargo de Alto Comisionado para la Paz tiende a parecernos por momentos tan inexistente. Porque está ocupado por un buen funcionario que no tiene nada que hacer. El presupuesto, planteado por el ex presidente López en su momento, de que a la guerrilla hay que derrotarla primero para después negociar con ella, no se ha cumplido, y hasta que no se cumpla, desfilarán por el cargo de Alto Comisionado para la Paz docenas de funcionarios bien intencionados condenados a dejar sus cargos sin pena ni gloria.
Una negociación implica que se recibe algo a cambio de algo. Tengamos la valentía de preguntarnos qué puede querer del Estado una guerrilla que lo tiene todo.
Personas muy inteligentes del grupo de pensadores colombianos como el ilustre politólogo Rodrigo Losada Lara, andan hablando de 'cooptar' política y económicamente a la guerrilla, bajo dos fórmulas concretas: permitirle asumir la administración local en algunos sectores del territorio nacional, e inducirla a invertir su capital acumulado en grandes empresas productivas que maneje con total autonomía. En otras palabras, territorio y dinero.
¿Dinero? El Estado ni en sueños puede acercarse al actual esquema de ingresos de la guerrilla, provenientes del narcotráfico y del secuestro.
¿Territorio? El Estado no puede ofrecerle a la guerrilla fórmulas para entregarle lo que ya controla de hecho con las armas, en territorios como el Casanare, el Guaviare, el Vichada...
¿Poder político? En lugar de invertirlo en empresas productivas, como proponen los politólogos, la guerrilla está invirtiendo acertadamente su dinero en la compra del control político. Han ganado poder en los cuadros políticos locales, lo que les viene garantizando un control territorial cada vez más grande, ya no protegido solamente por el poder de la fuerza sino por mecanismos de convicción proselitistas. Por si no nos hemos dado cuenta la guerrilla en Colombia ya no es solamente un ejército por fuera de la ley, sino un movimiento político de múltiples ideologías, con candidatos propios, planteamientos propios, votos propios y gobiernos locales propios.
Si la guerrilla gana plata, tiene liderazgo social, tiene poder político, tiene estatus en las regiones que controla, ¿qué diablos es lo que va a sentarse a negociar con el gobierno?
Sólo una cosa podría comprometer a la guerrilla en el momento actual: una voluntad de diálogo, que no es lo mismo que una voluntad de paz. Y ahí es donde la inoficiosidad del alto comisionado Trujillo puede pasar de ser algo inofensivo a algo peligroso, de llegar a enfrascarnos en un diálogo que se tiene a sí mismo como medio y como fin.
Lejos de estar interesada en la paz, la guerrilla podría estar interesada en este momento más bien en ese diálogo que le garantizaría oxígeno, una merma en la ofensiva militar del Estado, acceso a los medios de comunicaciòn y, como es obvio, publicidad. El empeño de Trujillo de mantener a la televisión y a los periódicos alejados del proceso no necesariamente garantiza que un país pueda enfrascarse en un diálogo con la guerrilla sin ocuparse periodísticamente de él.
Conclusión, el panorama guerrillero actual en Colombia parece alejarse cada vez más de la posibilidad de alcanzar una 'paz pacífica', y acercarse en cambio a la necesidad de obtener una 'paz militar'. ¿Qué tanto cree en ello el gobierno? Esa es la incógnita.
Se dice que en este país los presidentes llegan por la izquierda, y se van por la derecha, cansados del romanticismo implícito en la posibilidad de hacer la paz por las buenas. Samper no ha sido una excepción, en cuanto a la primera parte de la ecuación. Falta ver qué tanto le toma completarla.

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