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LA INTERVENCION

Por: Antonio Caballero

Algunas veces he escrito aquí mismo que no creo en la posibilidad de una intervención
norteamericana directa en nuestra guerra interna: sería demasiado estúpida. Pero otras veces he escrito
sobre cómo se la ve venir. Porque si algo nos enseña la historia, y en particular la historia de Estados Unidos,
es que la estupidez acaba siempre por triunfar. En el gobierno, en el Congreso, en el Pentágono, en la gran
prensa, en las grandes corporaciones económicas, en los muchos núcleos de poder de ese poderoso y
acéfalo país hay discrepancias sobre el tema: unos quieren intervenir, y otros no. Pero en las últimas
semanas el vaivén del péndulo parece inclinarse del lado de los que sí. Y en el establecimiento
colombiano está ocurriendo otro tanto.Así, el general Tapias va a Washington a pedir que la ayuda militar que
recibe el Ejército colombiano se triplique: hasta 500 millones de dólares por año. Y el general McCaffrey viene
a Bogotá y diagnostica que hay que sextuplicarla: 1.000 millones. Se estrella contra un cerro un avión
cargado de asesores militares norteamericanos, y entonces reconocen que sí, que hay unos 100. Pero
deben de ser al menos 1.000. Porque hace ya dos años se accidentó uno de ellos, y aunque nos aseguraron
que no era más que un piloto civil contratado para dar cursos de fumigación, lo cierto es que le hicieron un
sepelio de general de brigada. ¿Lo recuerdan? El ataúd lo llevaban a hombros el embajador Frechette, el
general Serrano, algún efímero ministro de Defensa. (El entonces presidente Samper no, porque no tenía
fuerza ni para cargar un muerto).Si alguien tuviera memoria en este amnésico país, o si alguien hubiera leído
una novelita de Graham Greene situada en la Indochina de los años 50 y titulada The quiet american, le
sonarían esas cosas. Una súbita triplicación (o sextuplicación) de la ayuda militar norteamericana.
Consejeros militares norteamericanos (un centenar; o quizás un millar) que empiezan a accidentarse. Dos
gobiernos _el local y el del Imperio_ que niegan que haya intención de intervenir. ¿No suenan esas cosas
a lo que sonaba el preludio de la guerra del Vietnam? Pero aquí nadie lee, y nadie se acuerda.Hace pocos
meses _aunque probablemente nadie se acuerde_ advirtió 'Tirofijo' que una intervención militar norteamericana
en serio convertiría nuestra guerrita local en una "gran guerra patriótica" favorable a las Farc. Tenía razón.
Los conflictos sociales armados, como es el nuestro, se desmadran y se vuelven guerras revolucionarias
cuando una potencia extranjera interviene en ellos. Un aparato subversivo ("de vanguardia", decían los
leninistas) sólo recibe el apoyo masivo de la población en general (pueblo, clases medias, sectores de la
burguesía) cuando la intervención extranjera despierta en ella la hiena dormida del nacionalismo. Así ocurrió
en Vietnam: la guerrita de guerrillas contra la burguesía colonial creció en la resistencia contra la invasión
japonesa, y luego contra la represión francesa y finalmente contra la intervención militar norteamericana.
Y sólo gracias a ellas _aunque, claro está, a costa de la destrucción del país_ acabó siendo
victoriosa.Ese es el elemento que hasta ahora les ha faltado a las guerrillas colombianas para dar el paso a lo
que de verdad podría merecer el nombre de 'guerra popular' y culminar en la toma 'revolucionaria' del poder:
una abierta intervención extranjera. Descaradamente norteamericana, o _más probablemente_ disfrazada de
multinacional: ya el argentino Menem se ha ofrecido _como siempre_ para lo que haga falta; y en el Perú
el consejero de Fujimori, el misterioso Vladimir Montesinos, acaba de revelar que el Pentágono ha invitado a
las fuerzas armadas peruanas y ecuatorianas a participar en un plan de 'pacificación' de Colombia, enviando
tropas. Las guerrillas colombianas deben de estar encantadas con el anuncio.Porque si uno contempla
con realismo la situación actual, es evidente que la guerrilla que hoy existe en Colombia no tiene la
capacidad militar ni política necesaria para la toma del poder, por muy inepto que sea el Ejército, por muy
imbéciles que sean los políticos. Se habla de 20.000 ó 25.000 hombres armados. Con una fuerza así, aun
respaldada por 200.000 ó 300.000 personas de las redes de apoyo urbanas y rurales, no es posible que nadie
se tome no digo ya a Bogotá con sus seis millones de caóticos habitantes, sino ni siquiera a Ibagué, a
Montería o a Duitama. Un ejemplo: para tomarse a Pnom Penh, la capital de Camboya, que tenía dos millones
de habitantes, la guerrilla de los jemeres rojos necesitó un ejército de 200.000 hombres con tanques y
cañones. Y para crear ese ejército a partir de una guerrilla rural que llevaba tres décadas en la selva, a los
jemeres les bastó con que Estados Unidos bombardeara el país durante cuatro años.¿Una estupidez? Sí, pero
para allá vamos. Y todo se hace en nombre de la lucha contra las drogas. La estupidez tiene un aliado.