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La intolerancia nos está matando

No podemos seguir aceptando la violencia como vía de diálogo, no se puede convalidar que los escenarios para mitigar las diferencias conlleven a la laceración de los derechos de los otros, no podemos aceptar que las vías de hecho sean los mecanismos de solución de nuestras controversias.

Marco Tulio Gutiérrez Morad, Marco Tulio Gutiérrez Morad
12 de agosto de 2019

Con verdadero asombro observamos el macabro incidente de un vehiculo pasando por encima del señor Isaías Várgas, un conductor de un bus del SITP. Un acto en el que se evidencia un claro desprecio por la vida y la integridad de un ser humano, en el que sin mayor dubitación, ni reflexión, el conductor en plenas facultades decide arrollar a  una persona que se ubicó en frente suyo mientras la autoridad de tránsito llegaba al lugar del siniestro. En este entender, sin ninguna razón diferente a la de querer huir del sitio donde había golpeado el vehículo de transporte publico, el conductor no pensó y menos reflexionó sobre las consecuencias de esta reacción asesina contra un ser humano .

La conducta contra este humilde ciudadano causó el rechazo ciudadano y la Fiscalía General, de manera inmediata  anunció la vinculación a un proceso penal al conductor del campero rojo que atentó contra la vida de este ciudadano en un episodio de absoluta e inexcusable sevicia.

No es la primera vez que en las calles de nuestras ciudades observamos absurdos episodios que parecen traídos de películas de terror; el taxista que baja de su vehículo a los golpes al pasajero porque  no lleva el dinero exacto para el pago de la carrera, o cuando entre los mismos taxistas se agreden e incluso destruyen sus propios vehículos por no participar o apoyar activamente en el paro. 

O los habituales escenarios de intolerancia al interior de los hogares colombianos en los que niños, ancianos y personas desprotegidas todos los días son victimas de actos de barbarie por absoluta intransigencia en donde personas son conducidas a hospitales o clínicas por haber llegado tarde, por no llevar la leche, por haberse distraído jugando futbol, No importa saber cuan retorcida o trágica sea la noticia, lo que nos impresiona en términos reales es la intolerancia con la cual estamos aprendiendo a convivir y lo pero en algunos casos a incluso justificarla.

Si un sujeto se cuela en el vehículo de transporte publico sin pagar y alguien le llama la atención le puede significar la propia vida al denunciante, como ocurrió en TransMilenio de la calle 13 hace un tiempo. En nuestro contexto, el obrar conforme al derecho o de conformidad con la ley termina siendo sinónimo de “sapo”, de un momento acá, la intolerancia y la “supralegalidad” con la que creen vivir ciertos ciudadanos, es nuestro pan de todos los días. 

Es insólito que en Colombia todo reclamo, queja u observación siempre va acompañada de una mala palabra o una grosería,  de igual manera cualquier incidente de transito va amparado con un reclamo con “cruceta” en mano. Nuestra sociedad tiene miedo, hemos convalidado la intolerancia al punto de tórnanos intolerantes en los aspectos más sencillos y básicos de nuestra cotidianidad.  

¿Cómo es posible que las estadísticas señalen que las fechas con mayores incidentes por intolerancia del año son aquellas cuando la familia se reúne en pleno, como el día de la madre, el día del padre o las fiestas de navidad?  O cómo explicar que el pico más alto de incidentes de violencia al interior de nuestros hogares sea las 7:00 de la noche, es decir, en el momento en que todos los miembros de la familia confluyen.

No quiero caricaturizar, ni mucho menos valerme de elementos comparativos que resultan per se odiosos, pero es mi deber compartir con ustedes una anécdota personal. Cuando mi hijo, estudiaba con sus compañeros, en alguna ocasión al estar departiendo a eso de las 7:00 de la noche, su vecino, quien era estudiante de música, interprete de violín clásico, timbró en el apartamento para solicitar  de manera anticipada disculpas, pues debía ensayar para su examen final. Nosotros sorprendidos, no tuvimos más que una excepcional velada. 

Ahora bien, en nuestro contexto colombiano cuando los vecinos a eso de las 4:00 de la mañana abusan de la tranquilidad con la estridencia del reggaetón y al realizar el reclamo, es uno el que está violando el derecho a la intimidad. Basta recordar el desafortunado incidente en el que unos vecinos, desesperados con la perenne rumba del habitante del apartamento superior, fueron a realizar el reclamo, con la trágica consecuencia que todos conocimos en la que el vecino ruidoso terminó lanzando por el vacío al desesperado reclamante, causándole la muerte de manera inmediata.

Los ciudadanos miramos al otro valiéndonos solamente del rigor de las denuncias por las redes sociales, las cuales, desafortunadamente como en el caso del señor Isaías Vargas, terminan  casi siempre frustradas por algún tecnicismo jurídico, o por alguna falencia en la captura que no hace más sino desalentar al ciudadano de a pie, que cada vez aprende más a vivir dentro de la intolerancia como elemento de cotidianidad; en donde ni el gobierno actual, ni los candidatos aportan ideas sino prefieren la amenaza, en donde no encontramos estímulos para que las diferencias sean dirimidas de manera amigable.

No podemos seguir aceptando la violencia como vía de diálogo, no se puede convalidar que los escenarios para mitigar las diferencias conlleven a la laceración de los derechos de los otros, no podemos aceptar que las vías de hecho sean los mecanismos de solución de nuestras controversias.

¿Qué causa la intolerancia en Colombia ? No opino cosa diferente a la de pensar que es causada por cada uno de nosotros, a siempre poner nuestro derecho por encima de los demás. ¿Cuándo entenderemos que la vida en sociedad nos implica ceder nuestras libertades más básicas para que podamos vivir armónicamente?, que solo el Estado y su institucionalidad es capaz de impartir justicia.

¿Qué causa adoptar la fuerza y la grosería como mecanismo normal de reacción? claro, la ausencia de mecanismos consecutivos de presencia del temor a las consecuencias de la infracción de la ley permiten que cada cual haga lo que piense y entonces, se entiende que un conductor -ciego por la ira de quien sufrió un choque- decida pasarle un campero por encima a quien reiteramos, solo pedía que no se fugará para responder por el daño ocasionado.

 El castigo severo para el conductor del vehículo es necesario, no podemos dejar que este hecho quede impune y que los ciudadanos crean que la forma adecuada de terminar un incidente de transito sea pasándole el vehículo por encima al otro.

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