La loca de la casa y la navaja de Occam

Muchos juraron haber visto caer el aparato, pero en distintos departamentos y a distintos lados de la cordillera

Semana
16 de febrero de 2003

Santa Teresa de Jesús, una escritora maravillosa que conoció el delirio y la demencia, definía la imaginación como "la loca de la casa". El monje y filósofo Guillermo de Occam aconsejó, hace ya muchos siglos, aplicar un principio al razonamiento, cuando se intenta resolver un acertijo: "No multiplicar inútilmente las hipótesis". A esta sana recomendación de economía mental se la conoce como la "Navaja de Occam", una cuchilla certera que sirve para diseccionar los problemas sin perderse en el camino.

En las dos tragedias que sacudieron recientemente al país, una accidental (la muerte del buen ministro Londoño), otra intencional (el atentado terrorista contra El Nogal), vimos una y otra vez en acción -por culpa de ciudadanos corrientes, pero también de altos funcionarios del Estado- a la loca de la casa. En cambio muy pocas veces -salvo en algunas personas que supieron conservar la cabeza fría y la sensatez- se aplicó con serenidad el principio de no multiplicar inútilmente las hipótesis.

En el caso del triste accidente de la avioneta que acabó de un tajo con 44 años de entusiasmo, se despertó de pronto el hondo país macondiano, creador de leyendas instantáneas. Hubo campesinos que vieron aviones bajos, con un motor echando humo y haciendo gárgaras, incapaz de remontar las cimas. Hubo pitonisas que en su bola de cristal vieron al ministro Londoño con vida, descendiendo quebradas para regresar a su despacho. Hubo detectives que imaginaron comandos guerrilleros en Flandes que se tomaron el aparato y secuestraron al Ministro sin dejar rastro. Hubo descarados sin compasión alguna que grabaron un casete a nombre del ELN y dijeron tener al ministro "herido y retenido", y que exigieron una zona de despeje para liberarlo. Hubo una especie de raelianos que vieron a la avioneta subir en cuerpo y alma, llevada hacia el espacio por una nave de extraterrestres que pretendían clonar a sus ocupantes. Hubo labriegos cuyas noches fueron interrumpidas por lluvias multicolores de bengala. Muchos juraron haber visto caer el aparato, pero en distintos departamentos y a distintos lados de la cordillera. Hasta los gringos, contagiados, mandaron una foto de satélite de un hombre escarbando en una cosa blanca que se supuso era el fuselaje de la avioneta y que resultó ser una vaca descuartizada.

En fin, la loca de la casa no pudo estar más activa en el caso del accidente, y si no hubiera sido por esos pilotos de helicóptero que se limitaron a los datos (sin multiplicar inútilmente las hipótesis), que se atuvieron a lo más probable, que buscaron cerca de la línea de vuelo, que siguieron las débiles señales de un radio, y que calcularon desde un principio que lo más sensato era pensar que el avión se había estrellado, si no hubiera sido por ellos, todavía estaríamos buscando, y los astrólogos -aprovechándose de un deseo muy tonto y muy humano que consiste en creer lo que queremos creer- nos tendrían conversando con Juan Luis a través del espacio sideral.

En El Nogal pasó exactamente lo contrario. El alcalde Mockus -hombre propenso al delirio-, salió en directo por televisión, y ante lo que la navaja de Occam nos invitaba a conjeturar como un probable atentado, empezó a elucubrar con una supuesta explosión en las cisternas del edificio. Al fin rectificó y dijo que tal vez sí se trataba de un carro bomba. Más adelante soltó él mismo otra bomba: que los terroristas habían dejado un grafito escrito, y que podía tratarse de la resurrección de un viejo grupo de terroristas de Medellín, el MAS, Muerte a Secuestradores. Lo dijo, y afirmó que era algo muy oscuro que habría que evaluar. Cuando los socios del club le aclararon que esa era una pintada oficial que habían puesto en una pista de patinaje para niños, el Alcalde (con su típico descaro) regañó a los periodistas por especular detrás de pistas falsas. Pistas delirantes que él mismo había sembrado.

Y después vino lo peor, porque combina el delirio de la "loca de la casa" con la navaja de Occam amellada: el ministro Fernando Londoño. Descartó que las Farc (la hipótesis más clara) fueran los autores del atentado, y señaló que tan culpables podían ser ellos como los compradores de whisky sin sellar, los viajeros que cambian dólares en el mercado negro, y los magistrados de la Corte Constitucional que aprobaron la dosis personal de marihuana. Aprovechándose de la emoción y el repudio del momento, quiso echarles tierra encima a sus enemigos personales, intentando desviar el odio y la rabia hacia quienes no eran. Todos sabemos el daño económico que los contrabandistas le hacen al país, pero no por eso los podemos automáticamente convertir en terroristas. Además las Farc, tácitamente, al celebrarlo, reconocieron la autoría del abominable atentado criminal.

Al energúmeno ministro Fernando Londoño le pasa algo parecido a lo que se afirma del ex presidente López, aunque con distinto verbo. De éste se dice que cada vez que habla pone a pensar al país. Cada vez que el Ministro abre el pico, y lo abre a diario, pone a pelear al país. Ojalá estas dos tragedias nos enseñen a no echar a volar la loca de la casa (llamando secuestros a los accidentes), y a no multiplicar inútilmente las hipótesis (llamando accidente a los atentados, o terrorista a la Corte Constitucional).

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