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La lógica bélica duquista

El informe de la CIDH impugna los ataques a las misiones médicas y al periodismo, el ciberespionaje y los excesos contra los bienes públicos (...). No es un documento parcializado.

Aurelio Suárez Montoya
17 de julio de 2021

Ni el presidente Duque, ni la vicepresidenta y canciller Marta Ramírez con una desatinada perorata en la ONU, ni Vargas Lleras, su socio político, parecen NO percatarse de la principal observación hecha por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en su informe: “La persistencia de lógicas del conflicto armado en la interpretación y respuesta a la actual movilización social”, que “dificultan todo esfuerzo de diálogo como mecanismo para alcanzar soluciones (…) entre personas que hay que proteger y no frente a enemigos que hay que combatir” (puntos 7 y 8).

El Gobierno hace sordina sobre dicho aspecto central del informe y de ahí sus conductas arbitrarias y hasta la forma como lo evalúa: desde el lugar común de “sesgado” hasta el desobligante de Duque: “Nadie puede recomendarle a un país ser tolerante con actos de criminalidad” o el absolutorio “no es vinculante”.

Son 48 páginas, 187 puntos y 41 recomendaciones, y se divide en tres partes: una, de contexto del paro, que subraya como causa del descontento “reivindicaciones estructurales e históricas”, que “subyacen en la inequidad, pobreza y acceso a derechos”, recrudecidos en la pandemia para jóvenes y mujeres. Igualmente, reseña el ambiente político de “polarización” y ve más preocupante “cuando estos discursos provienen de autoridades públicas”.

La segunda es un recuento de hechos, fundado en “información recibida” de la Fiscalía, la Defensoría y la Consejería Presidencial para los Derechos Humanos, confrontada con varias ONG y representantes de la sociedad civil, que lleva a la CIDH a concluir que hubo “graves violaciones de los derechos humanos”. El informe enfatiza en que se afectó la vida, la integridad personal y la libertad de los manifestantes, pero también que se causó perjuicio a derechos fundamentales de terceros y se incurrió en acciones irracionales, como en Tuluá.

Aunque lamenta las “disparidades” en las cifras de las diversas entidades, contabiliza 12.478 protestas, en 862 municipios y 32 departamentos, de las cuales 11.060 fueron pacíficas y 1.418 con “acciones violentas”. También 51 muertes, 1.113 civiles heridos, 18 lesiones oculares, 84 desaparecidos, 113 hechos de violencia de género; asimismo, 1.253 policías heridos y pérdidas a la economía por 3.300 millones dólares, entre ellas, el asedio a Buenaventura, clave en el comercio exterior. Impugna los ataques a las misiones médicas y al periodismo, el ciberespionaje y los excesos contra los bienes públicos, que abarcan en estos casos desde el uso oficial “excesivo y desproporcionado de la fuerza” hasta a “grupos ajenos a la protesta”. No es un documento parcializado.

La CIDH describe una espiral de violencia que debe desmontarse. Reprocha que la policía y los civiles usen armas de fuego para enfrentar la protesta y esgriman en forma inadecuada otras “menos letales”. Y que la fuerza pública estuviera “dirigida a disuadir la participación en las manifestaciones”, y más cuando los lesionados fueron jóvenes, grupos étnicos o mujeres. Circunscribe la fuerza a un “último recurso” y deplora el abuso con la figura del “traslado por protección” para privar de la libertad a 7.020 personas.

Afirma que “la protesta no es derecho absoluto” y sus límites deben fijarse en una ley estatutaria pendiente de trámite. Resulta insólito entonces que consejeros de Duque, a contramano, se enfoquen en una “ley antivandalismo”, redundante al Código Penal, dentro de la lógica belicista del Gobierno Duque.

De las 41 recomendaciones, en la tercera parte, la que causa mayor reacción en la Casa de Nariño es la que acepta cierto grado de perturbación en los “cortes de rutas” (bloqueos), 1.937 en total, si bien la CIDH no descarta que puedan levantarse recurriendo a mínima fuerza si afectan la alimentación, la salud o producen graves perjuicios a terceros, como pudo ocurrir eventualmente en 124 de ellos, mayores de siete días. La propuesta de adscribir la Policía y el Esmad al Ministerio del Interior, como estructura civil, cercana al ciudadano y lejos del sello antinarcóticos imprimido hace décadas, fue denigrada como un atentado contra un cuerpo “apolítico y profesional” (Vargas, El Tiempo). El Gobierno también desestimó la insistencia de la CIDH a la Procuraduría para que se ciña a los estándares vigentes para la sanción a elegidos por voto popular.

La CIDH exhorta a abandonar “lógicas bélicas” y a acoger el diálogo para resolver las contradicciones, un llamado a los grupos de extrema derecha, que impelen a resolverlas por mano propia; a los de la “insurgencia imaginaria”, que en cada estallido ven ocasión para derrocamientos; pero, en particular, al Gobierno de Duque, que con sus erróneos actos hace trizas la paz, mina la confianza institucional y, como también le advierte la Ocde, ahonda “el deterioro democrático”.

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