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La miel no es para los burros

Ojalá lo capturen y ojalá pague pronto sus deudas con la sociedad colombiana. Pero al final del día, el exguerrillero alias Jesús Santrich debería ser irrelevante para la mayoría de nosotros.

Eduardo Behrentz, Eduardo Behrentz
9 de julio de 2019

Tal vez mejor si nos olvidamos de él. Que esta vez las autoridades judiciales y de policía sí hagan su trabajo y que vuelva a ser noticia, por un día, cuando lo capturen y reciba su merecida condena.

El caso Santrich no define el futuro de la implementación del posconflicto ni es símbolo de nada alrededor del proceso de paz. ¡Faltaba más! No hay lógica alguna en darle protagonismo a quien nos ha dado tan poco. Un colombiano de mal que ya es prófugo de la justicia internacional no debe tener más importancia que esa: un criminal más que un día perderá su suerte.

 Simplemente no es sensato argumentar que un tipo que se nos voló e incumplió su palabra es ahora la justificación para afirmar que fracasamos en la búsqueda de la paz, máxime cuando hay más de 10.000 excombatientes de las Farc que hoy le siguen apostando a la vida en sociedad. Las deliberadas y condenables ingenuidades que permitieron la fuga de Santrich no son prueba irrefutable de que el Acuerdo de la Habana es generador de impunidad. Son eso sí un caso que merece sus propias investigaciones y responsabilidades políticas y legales.

 A los defensores de la paz: hay que seguir buscando antecedentes internacionales para mostrar que este tipo de dificultades son parte de la etapa de posconflicto. Lo más difícil de acabar una guerra es lograr la sostenibilidad de la paz. Hay que continuar enfatizando que, al cerrar un conflicto irregular de tantos años, es tan reprochable como esperable que una fracción de los excombatientes opten por la ilegalidad. Esa es, tristemente, la única realidad que conocen y deciden aceptar. Aquí habrá que combatirlos desde el Estado y el debido proceso, pero sin caer en la trampa de decretar fracasados los acuerdos.

 A quienes no apoyaron el proceso de paz y se oponen a su implementación: muchas de sus dudas pueden ser legítimas y amparadas en buenas intenciones, pero ojalá logren convencerse pronto de que, no obstante los desafíos actuales y los muchos que aún quedan por venir, estamos mejor sin guerra que con guerra. Los conflictos armados y la barbarie que los acompaña sacan lo peor del ser humano y representan el más triste legado que podemos dejar a nuestros hijos.

 Al Presidente y su gobierno: oponerse o retrasar la implementación de los acuerdos no es el lugar en el que dejarán su huella en el camino para el desarrollo del país. Es preferible dedicarse, con las herramientas y capacidades del Estado, a resolver las causales universales del conflicto y la violencia. Según el reciente documento del Banco Mundial Pathways for Peace, éstas incluyen: reducir la inequidad, combatir la exclusión y fortalecer la justicia. Mejor si se enfocan en esto mientras pretenden lograr prosperidad y bienestar para todos. Seguro que así los tratará mejor el juicio de la historia.

 Y termino con una invitación a los medios de comunicación y los usuarios de redes sociales: ¿Qué tal si no hablamos de Santrich durante un mes? Al final de un experimento como este nos daríamos cuenta de que tal personaje, de verdad, no tiene importancia alguna para nuestro futuro.

 Corolario: En un primer momento titulé esta columna “Santrich Vale Huevo”. Luego me di cuenta de que si tal cosa es verdad, como lo discuto en esta misma pieza, su nombre tampoco merecía esa visibilidad como parte de mis argumentos.