Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

La moral de los deportistas colombianos

En sus memorias, el ciclista francés confesó haber consumido una raya de cocaína en un hotel de Bogotá en vísperas de ganar un circuito que se corrió en la capital.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
2 de agosto de 2018

Laurent Fignon, ganador dos veces del Tour de Francia con solo 23 años, fue uno de los deportistas más odiados por la prensa deportiva colombiana. Fignon, parisino, melena rubia y lentes de revolucionario ruso, era un asiduo lector de grandes escritores como Marguerite Duras, Dino Buzzati y René Char. En Alpe d’Huez (1984) lucía una balaca en la cabeza que lo hacía ver como un hippie tratando de cazar a Lucho Herrera, el indiscutible ganador de la etapa del Tour con más pedigrí. Cuarenta y nueve segundos le sacó Lucho a Fignon. Desde entonces, Fignon empezó a decir y escribir que en el ciclismo colombiano se consumía cocaína a montones y que todas las competencias del país (corrió en 1984 el Clásico RCN) estaban patrocinadas por la mafia local.

Fignon murió de cáncer a los cuarenta años. En sus memorias confesó haber consumido una raya de cocaína en un hotel de Bogotá en vísperas de ganar un circuito que se corrió en la capital. Los deportistas de todo el mundo compiten y llevan una vida. La mayoría llevan una vida similar a la de cualquier parroquiano. Unos cuantos, en cambio, llevan una vida parecida a la de los famosos y millonarios. Unos son buenos padres de familia y se van a dormir a casa temprano, otros en cambió les gusta irse de putas, pegarse sus malas borracheras y tirar la casa por la ventana. Unos andan ahogados en deudas, otros llevan su fortuna a lugares en los que no pagan impuestos. Unos se reclaman cristianos (no Ronaldo), otros en cambio, nunca han pisado una iglesia o rezado un avemaría. En resumidas cuentas, los deportistas son como la gente: tienen momentos de brillo y oscuridad.

La selección absoluta de Colombia jugó el mundial de Rusia. Gaviria y Quintana ganaron etapas en el reciente Tour de Francia. Cientos de atletas del país compiten y ganan medallas en los Juegos Centroamericanos y del Caribe que se realizan en Barranquilla. Nunca antes, el deporte ha despertado tanto interés entre los colombianos. El fútbol, por su alcance económico y mediático, es el espectáculo con mayor seguimiento en Colombia. Sin embargo, han sido los boxeadores, los ciclistas y los pesistas los que han cosechado los más altos galardones internacionales. El deporte, principalmente el fútbol, es la única vía de movilidad social ascendente que tienen millares de jóvenes que viven al límite, en lugares en los que la frontera entre la vida y la muerte es inquietante y borrosa. Es admirable que en la encarnizada realidad colombiana un joven se vuelva deportista, compita y gane.

A veces la crítica deportiva y cierto público exigen resultados imposibles a los deportistas nacionales, tales como el de ganar el mundial de fútbol o el Tour de Francia, sin considerar el dudoso historial futbolístico del país o la complejidad que tiene una competencia de veintiún etapas en la que corren los mejores del mundo. Otras veces les exigen a los deportistas más destacados una estatura moral que ni los ángeles poseen. Los deportistas están para demostrar sus cualidades competitivas no para enseñar moral. No está bien idolatrar a un deportista cuando llega al podio y luego crucificarlo cuando las fuerzas le fallan y no puede alcanzar sus objetivos. Es lo que han hecho recientemente algunos analistas deportivos con Nairo Quintana.

Hay que vivir el sufrimiento para poder entenderlo. El boxeo y el ciclismo son las disciplinas deportivas más tormentosas, puesto que los que las practican reciben un implacable castigo mientras compiten. El boxeador que se levanta para seguir luchando luego de un nocaut o el ciclista que sigue pedaleando después de una grave caída, son dignos de elogio, aunque pierdan la lid. “A mí nadie me ha regalado nada”, es una frase acuñada por la mayoría de deportistas colombianos a los que les ha tocado forjarse una voluntad de hierro para salir del barro. Puede que esta frase contenga una musculosa lección de moral.  

*Escritor y analista político

En Twitter: @Yezid_Ar_D

Blog: En el puente: a las seis es la cita

Noticias Destacadas