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La mordida al banano

Esta complicidad de decenios entre muchos empresarios y ciudadanos con el crimen organizado no puede seguir alimentando la furia

Semana
17 de marzo de 2007

Macondo -cuenta Dasso Saldívar- es el plural de la palabra "plátano" en algunas lenguas africanas de origen bantú y, según alguna etimología no sé si real o imaginaria, estos macondos o plátanos serían "el alimento del diablo". Lo opuesto, entonces, al chocolate, pues el Theobroma cacao es, también etimológicamente, la bebida de los dioses. De dioses o de diablos, por una especie de sentimentalismo patriótico, siempre que he vivido fuera de mi país, cuando voy al mercado, desecho los bananos que dicen Ecuador, Honduras o Costa de Marfil y solamente compro los que dicen Colombia en el adhesivo que declara su origen. Y lo mismo me pasa con los chocolates: aunque me duela que los mejores sean suizos o belgas, compro con terquedad los que están hechos con cacao de Santander.

Ahora nos enteramos de que aquella misma trasnacional de la legendaria masacre de las bananeras (la que llenó los trenes de Macondo con miles de peones del banano muertos, aunque los reales hayan sido 20 o 30), la United Fruit, que pasó a llamarse Chiquita Brand Company, acaba de llegar a un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos: pagará una multa de 25 millones de dólares para no ser culpada de favorecer a un grupo terrorista, las AUC, o paramilitares de Colombia. Reconoce así que le pagó una mordida a este grupo y también, años antes, a las Farc. Si el gobierno estadounidense le cobra esa multa por un delito cometido en nuestro territorio, ¿cuál será la multa que le impondrá el gobierno de Colombia? O, en vista de que tenemos un tratado, ¿pedirá en extradición a los responsables? Al fin y al cabo, ya reconocieron el delito.

No voy a caer en la tentación retórica de decir que los bananos de Chiquita que me comía estaban manchados con la sangre de los trabajadores asesinados por las AUC. Este efectismo verbal con la imagen caníbal de los coágulos que chorrean de los colmillos me parece de un patetismo más bien barato. Lo que sí es real es que en el suicidio colectivo que cometió nuestro país en los últimos 30 años, no sólo Chiquita sino también los petroleros, los mineros del oro y de la plata, los finqueros de la leche, del aceite y de la carne (y por supuesto los traficantes de coca) han alimentado nuestra guerra por todos los costados: vacunas ilegales a la guerrilla, aportes sucios a los paramilitares e impuestos regulares al Estado y al Ejército colombiano.

Nuestra riqueza es tanta, que ha dado para todo: los empresarios agrícolas siguen obteniendo ganancias a pesar de pagarles impuestos a tres poderes distintos. Nunca entendimos que si esas tres sumas se le hubieran pagado a un único Estado decente y no salvaje, hoy no seríamos otra vez la patria boba que somos, sino un país próspero sin la miseria y la violencia que padecemos.

Muchos empresarios nacionales e internacionales y también muchos ciudadanos corrientes hemos sido cobardes y cómodos. Nos hemos dejado sobornar por el miedo. Para no tener problemas con nadie, les hemos pagado a todos, en la suicida ilusión de que así el problema se arreglaría, incapaces de calcular la espiral de violencia en que caímos. Es bueno que se conozcan estas mordidas de Chiquita, y que se sepan las de las compañías mineras y petroleras, y que se confirmen las más que sabidas complicidades entre paramilitares y terratenientes. Pero no para que nos dediquemos ahora a una retórica barata de colmillos chorreantes de sangre, no para dejar de comer plátanos colombianos (y pasarnos a los más insípidos bananos de las Canarias, como con buen pretexto podrían hacer ahora los europeos) o para importar leche de Australia y petróleo venezolano.

La verdad, esta verdad grande como una montaña de la complicidad de decenios entre muchos empresarios y ciudadanos con el crimen organizado, no puede servir para seguir alimentando la furia que siempre ha aniquilado a un país donde todos les sacan partido a la violencia y a la rabia. Está bien que sintamos indignación por tantas mezquindades juntas. Pero que esta indignación no sea un paso más en la danza de la guerra suicida que venimos combatiendo. Después de los parapolíticos vendrán los paraempresarios. La limpieza y la catarsis serán sanas, si no llevamos las cosas al extremo de no volver nunca más a producir leche, petróleo o banano porque algunas veces quienes los producían se ensuciaron las manos. Podemos aspirar a un progreso moral, no a la pureza moral de un país de ángeles. Que la moral no nos lleve a la parálisis. Cuando vea bananos y chocolates de Colombia los seguiré comprando. No son el alimento de Dios ni del diablo; son un alimento humano, demasiado humano.

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