Home

Opinión

Artículo

La naturaleza humana

Cuántas películas vemos al año sobre el inmenso gueto palestino que llevan tantos años construyendo las autoridades de Israel?

Antonio Caballero
17 de noviembre de 2003

Con todo lo de Irak -y lo de Afganistán, y lo de Irán, y lo de Corea del Norte- se nos ha venido olvidando, se nos ha seguido olvidando, lo de Israel y los palestinos. La famosa 'hoja de ruta' que el primer ministro británico Tony Blair le arrancó al presidente norteamericano George W. Bush para justificar un poco lo de Irak fue abandonada hace tiempos. El primer ministro israelí Ariel Sharon no estaba interesado en ella, y dentro del gobierno norteamericano nadie la quería. Además de una trampa, era otra mentira. Y Sharon no ha cumplido las promesas que le hizo a Bush (o en realidad a Blair a través de Bush) porque sabía que no pasaría nada. Por el contrario: siguió respaldando los asentamientos de colonos israelíes en tierras palestinas, la destrucción de olivares palestinos para arruinar a sus dueños y obligarlos a buscar el exilio, la construcción del infame muro de separación que roba nuevos territorios a los palestinos con la excusa de impedir la entrada a Israel de los terroristas venidos de Gaza y Cisjordania. Pero los terroristas suicidas siguen entrando. Los que no entran son los palestinos comunes y corrientes, los que iban a trabajar en empresas israelíes, o en sus propias tierras: sus olivares y sus campos de trigo. Desposeídos, expulsados, humillados, ofendidos. Derribadas sus casas, incautados sus campos, asesinados sus jefes ''selectivamente''.

Israel se está comportando con los palestinos, siento tener que volverlo a decir, tal como la Alemania nazi se comportó en su tiempo con los judíos. Y no me refiero sólo al gobierno de Israel, presidido por ese militar ultraderechista que es Ariel Sharon. Sino también al pueblo de Israel en su conjunto. El honor judío e israelí lo han salvado, simbólicamente, esas tres decenas de pilotos de guerra que se negaron a seguir asesinando a cohetazos lanzados desde sus aviones o sus helicópteros a los jefes palestinos y a sus familias. Pero no: el que han salvado es su propio honor, no el colectivo; y los jueces de su país se lo han hecho pagar con la destitución y la cárcel.

Dos o tres veces al año vemos en el cine, en todas las pantallas de todos los cines del mundo, películas sobre los horrores del Holocausto nazi contra los judíos. La más reciente que yo he visto -no tengo tiempo para todas- es una, extraordinaria y estremecedora, de Roman Polanski titulada El pianista, centrada en el espanto del gueto de Varsovia. ¿Cuántas películas vemos al año sobre el inmenso gueto palestino que llevan tantos años construyendo las autoridades de Israel? Repito: no sólo las autoridades: el pueblo de Israel, que las elige y las apoya, que abre nuevos asentamientos en tierras usurpadas, que tala olivares y aprueba asesinatos.

Quienes hacen eso son los hijos, los nietos, de las víctimas del Holocausto. Los supervivientes de esa vergüenza de la humanidad que fue el Holocausto. Que no vengan a decir ahora -lo dirán: lo dicen- que las dimensiones de la tragedia actual son menores, y en consecuencia no hay comparación posible. Al contrario: la comparación es inevitable, justamente porque los causantes del nuevo (aunque pequeño) Holocausto son los supervivientes del viejo, del grande. Parece como si, de la misma manera que sucede con los individuos, que si cuando niños han sido maltratados por sus padres se dedican a maltratar a sus hijos una vez que son adultos, el pueblo judío de Israel tuviera la necesidad de vengarse en otro más débil de lo que durante muchos siglos le hicieron a él otros más fuertes.

No estoy hablando aquí sólo de los judíos. Estoy hablando de la frágil naturaleza humana.

Noticias Destacadas