Como lo señalara adecuadamente Indalecio Liévano Aguirre-indudablemente el más derso y profesional de los historiadores contemporáneos-Bolívar no fue nunca partidario de una política general americana, ni promulgó jamás tipo alguno de "panamericanismo", ficción ésta tardía de fines del siglo XIX, inventada por los Estados Unidos para poderle dar una base geográfica a la casi extinguida Doctrina Monroe. A Santander, que recibió con alborozo las frases altisonantes del mensaje de Monroe en 1823 lo reprendió por su entusiasmo, y quiso luego evatar la concurrencia de la gran potencia del norte al Congreso Anfictiónico, así como la del Imperio del Brasil, para que ese certamen se convirtiera en foro de continuación de las tradiciones culturales y sociológicas de la América Española, que Bolívar quería integrar bajo algún tipo de unidad federal .
Contra el sentimiento antinorteamericano, incipiente en los años de la independencia a medida que progresaba la amistad con las potencias liberales de Europa, lucharon con todas las armas de la intriga los agentes de los Estados Unidos, especialmente el más enredista de ellos, el señor Poinsett, desde su sede mexicana. Y en la labor de confundir la historia para presentar a los Estados Unidos como la potencia protectora de la libertad americana han concurrido los historiadores de aquella nación, entre ellos Shepperd y Loc Rey, éste ultimo auto, de un interesante libro sesgado que se empeña en comprobar que Bolívar fue "el padre del panamericanismo".
Pertenecen ellos a la generación que podríamos llamar del Centenario, y que airededor de 1926 escribía y enseñaba desde las academias norteamericanas tratando de restaurar el deteriorado piso moral que la doctrina Monroe le diera, en su tiempo, al imperialismo norteamericano.
En aquella época, la política imperial norteamericana se desenvolvía en dos dimensiones paralelas: por un lado, impulsada por el " Destino Manifiesto" de John Quincy Adams y ejecutada por habilidosos agentes de poca monta como Squier y Poinsett, la política pretendía dividir para reinar, fomentando las diferencias particulares, especialmente en el escenario centroamericano, y procurando, como objetivo último, la anexión de algunos territorios como Cuba, Nicaragua y México a la crecienté "República Continentals' de los Estados Unidos. Por el otro lado, el fomento del panamericanismo servía para mantener VIVO un ideal de unión abstracta y geográfica que preservaba el ascendiente de la influencia norteamericana, determinaba el ocaso de la Inglaterra, y otorgaba pingues ventajas a los yanquis en la negociación de tratados comerciales. Siempre, como lo había advertido Bolívar, los norteamericanos "con su política aritmética de negocios" hacían predominar su utilidad sobre cualquier consideración de amistad...
Durante 150 años, Centroamérica, situada en el corazón del mundo moderno, con la más privilegiada posición geopolítica, se ha mantenido, débil y descoyuntada, dentro de la esfera de influencia de los Estados Unidos sin que su interés en ella hubiera ido en momento aiguno más lejos de velar por su carencia de hostilidad. El Caribe, Mare Nostrum de los antiguos sueños imperialistas es hoy en día una de las zonas más retrasadas de la Tierra. Y el interés de Norteamérica en este patio trasero sólo surge ahora, coyunturalmente, debido a la penetración comunista en nuestro hemisferio, que ha situado el epicentro del conflicto Este-Oeste en torno de estas áreas estratégicas. A los Estados Unidos, que nunca se han interesado por la pobreza de nuestros pueblos, sino por su pasiva sumisión, la situación actual les preocupa en cuanto puede, potencialmente, desalinear a la América Central, ya que el maniqueísmo de las relaciones internacionales contemporáneas tiende a procurar las posiciones extremas, dentro del "juego de los bloques" y a impedir el desarrollo de las posturas intermedias, independientes, no alineadas como se les llama hoy en día...
La Nueva Diplomacia puesta en marcha por el gobierno colombiano, y que rescata en cierta forma la vocación hispánica de la política exterior del gobierno de López Michelsen, tiene la virtud de ofrecer a nuestro hemisferio, a "las naciones que antes fueron españolas" como las llama con insistencia Liévano Aguirre, un punto de compactación en torno de sus valores políticos y culturales, similar al ofrecido en 1826 por el Congreso de Panamá.
Con visión histórica, Betancur ha querido renovar, en este año del Bicentenario de Bolívar, aquella concepción gloriosa de su política americana que hubiera servido para cimentar la estabilidad política de las nuevas naciones del hemisferio.
Al propio tiempo, esta Nueva Diplomacia amplía el ámbito de nuestras influencias exteriores, rompe el parroquialismo en el que nos hemos desenvuelto durante décadas y le otorga a Colombia una nueva preeminencia en los escenarios mundiales. A la larga, la historia demuestra también que las relaciones con los Estados Unidos son mejores cuando surgen de la libertad de carácter de cada pueblo. Y la búsqueda de la identidad hispánica y católica de estos países puede otorgarles, en el futuro, la clave de su desenvolvimiento independiente en un mundo convulsionado y antagónico. -

opinión
LA NUEVA DIPLOMACIA
Por: Semana