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LA NUEVA PRIVACIDAD

Semana
22 de septiembre de 1997

El episodio bochornoso del par de ministros arreglando adjudicaciones que hacían parte de una licitación pública coincide con la aparición de un artículo de carátula de la revista Time sobre la muerte de la privacidad como consecuencia del desarrollo de la tecnología. En Colombia el asunto está en pañales todavía, en parte por el atraso tecnológico y en parte porque la discusión sobre la intromisión en la vida privada de las personas a través de grabaciones telefónicas se ha visto sepultada por la gravedad del contenido de esas conversaciones.El artículo de Time sostiene que es tal la capacidad que existe hoy de rastrear información personal sobre la gente, que por vías legales o ilegales se están formando gigantescos bancos particulares que contienen datos que hasta hace no mucho tiempo formaban parte de lo que se considera la privacidad inviolable de las personas. Buena parte de esa información ha sido suministrada por las propias personas espiadas, sin que éstas tengan la más remota sospecha de que esto sucede cuando se da información, en apariencia elemental, al registrarse en un hospital, al meter la tarjeta en un cajero automático, al comprar en una tienda de ropa o (la más temible de todas) al visitar las páginas del casi infinito mundo del Internet. Cuando una persona entra a una de esas páginas, es muy alta la posibilidad de que un mecanismo automático registre la visita y absorba todos los datos de la persona que está frente a un computador al otro lado de la línea. Es como si le chuparan sus datos personales sin preguntar, a la vez que se produce una situación similar a la de estar mirando por encima del hombro todo lo que escribe la persona que en ese momento está segura de estar sola.Cuenta el articulista de Time que hoy en día cualquier persona puede entrar a los e-mails ajenos mediante mecanismos muy sencillos, y tener acceso a las informaciones privadas de toda índole. Este correo electrónico moviliza información digital en unas cantidades impresionantes, y allí reposan los secretos de los grandes negocios, las grandes picardías y los grandes amores.Es posible saber si alguien lo está rastreando a uno en el computador, pero lo único que se puede hacer es instalar mecanismos para obtener información sobre el intruso. Eso, en términos globales, lo que hace es reducir el espacio de la privacidad general, pues implica responder con la misma herramienta del violador de la intimidad. Pero la cosa va más allá. Existen ejemplos de compañías de seguros que revisan los archivos médicos existentes sobre las personas que solicitan un amparo, no solo para ver si hay enfermedades preexistentes, sino para mirar el DNA del cliente y establecer cuál es su predisposición genética para adquirir males. Esta información no es suministrada por el cliente, y en la mayoría de los casos ni siquiera sabe que la persona que está al otro lado del mostrador ya tiene en sus manos todo lo que hay que saber sobre lo más íntimo de su existencia. La única manera de ponerle reversa a esta tendencia es dejando de suministrar datos, lo cual priva a la persona de muchos servicios y la aísla de un mundo diseñado para esculcarle la privacidad a la gente. A este súmele la cantidad de violaciones de la intimidad que se producen de manera ilegal, como las conversaciones grabadas o apenas escuchadas o las fotografías tomadas a gran distancia o a través de las paredes, hasta hace poco inexpugnables por el ojo.El resultado es que a la aldea global que crearon las comunicaciones hay que redefinirle los conceptos de individuo y de vida privada. Como en todo, en esta discusión hay dos teorías: la que asegura que hay que penalizar la obtención de información privada sin el consentimiento de las personas, y la que dice que hay que acostumbrar al hombre a un nuevo espacio privado, menos amplio, y solo penalizar el uso delictivo de la información obtenida por cualquier método. Es un debate complejo. Pero el hecho es que mientras llega la teoría, la práctica muestra que vamos para un mundo en que nos iremos a sentir siempre como uno se sentiría si hiciera sus necesidades en un baño sin puerta. Como se debieron sentir los dos ministros de la vagabundería de marras al oír su conversación privada en todos los medios de comunicación del mundo.

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