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La paradoja de Serpa

Serpa cree que su partido puede conservar la autoridad moral en el tema de las relaciones de la mafia ‘para’ y los políticos, mientras mantiene en sus filas a uno de los implicados

Daniel Coronell
27 de enero de 2007

Cada vez que Horacio Serpa hace una declaración contra el gobierno, Uribe sube puntos. Y no es porque sea falso lo que dice, sino porque en su boca todo suena dudoso. Las inconsistencias que han marcado los últimos años de su carrera acabaron con su credibilidad. Su nombre se ha convertido en un factor de unidad nacional, pero en contra de él. Cuando Serpa se alinea con una causa, la mayoría del país apoya la contraria. Todas sus banderas resultan perdedoras. Sin embargo, ninguna de esas señales evidentes, ni sus resultados electorales menguantes y catastróficos, han alcanzado para convencerlo de que es hora de hacerse a un lado.

Serpa se quedó a vivir en un país que ya no existe. Siente que es la reencarnación de Jorge Eliécer Gaitán. Imagina que los descamisados ven en él a su líder y redentor. Piensa que representa las reivindicaciones sociales y que el pueblo liberal lo acompaña. Sueña que este país, que lo conoce tanto, terminará perdonándole sus claudicaciones.

Esas convicciones, tan grandes como infundadas, no sólo lo han llevado de tumbo en tumbo sino que han puesto a su partido al borde de la extinción. El capricho megalómano de Serpa en la última campaña espantó a Peñalosa del liberalismo, limitó la promocionada unión al lánguido retorno de Andrés González y Rafael Pardo y les cerró el paso a personas que podían representar mejor la tendencia social. Por cuenta de la ambición de Serpa, por ejemplo, Alfonso Gómez Méndez no pudo ser precandidato.

Es cierto, nadie le habría podido ganar a Serpa la consulta interna de su partido, pero también lo es que su candidatura era la más conveniente para Uribe. Mientras Serpa fuera la contraparte, Uribe luciría joven e innovador. Bastaba mostrar cuál era la alternativa para que la reelección quedara justificada. El Presidente rodeado por los Names, los Gerlein, los García Romero, los Espriella, y casi todo el cacicazgo nacional, pudo reclamar como suya la bandera de la lucha contra la corrupción y la politiquería, sólo porque la cabeza liberal era Serpa.

La postura más sensata para el liberalismo habría sido no participar en unas elecciones cuyo ganador se conocía dos años antes. Pero no fue posible. Serpa quería ser candidato, y por cuenta de su deseo el Partido Liberal terminó avalando un proceso sin garantías.

Ahora cuando el liberalismo tiene la oportunidad de hacer una oposición seria y consistente, Serpa lo quiere meter otra vez por la ruta de la inconsecuencia. Hace una pataleta porque César Gaviria aceptó el retiro del senador liberal que firmó el acuerdo clandestino con los paramilitares. La decisión de Gaviria es criticable pero por la razón contraria: No debió esperar la renuncia de López Cabrales, sino excluirlo hasta que su situación se aclare.

Sin embargo, Serpa cree que su partido puede conservar la autoridad moral en el tema de las relaciones entre la mafia paramilitar y los políticos, mientras mantiene en sus filas a uno de los implicados.

El senador López Cabrales dice que acudió intimidado, y puede ser verdad, pero lo mismo dicen los otros. Por lo demás, ceder a la amenaza para contraer compromisos con el hampa no puede ser un atenuante. Como no puede serlo alegar su propia irresponsabilidad, diciendo que firmó una hoja en blanco sin saber lo que estaba apoyando. Aunque todo fuera cierto, su permanencia en un partido que se dice opuesto a estas prácticas era imposible.

Nada de eso fue claro para Serpa. Acostumbrado a que unas son las cosas que se dicen y otras diferentes las que se hacen, pretendía que López Cabrales siguiera tan campante en sus toldas. Como él mismo hace tres años, cuando los serpistas expulsaban del liberalismo a los congresistas que le recibían puestos a Uribe, mientras Serpa seguía de embajador de Uribe en Washington.

Es triste decirlo, pero si Horacio Serpa realmente quiere hacer algo por la oposición, lo mejor sería que adhiriera otra vez al gobierno. 

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