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LA PARTICIPACION

Antonio Caballero
7 de diciembre de 1998

Dicen ahora que lo que quieren las Farc es partir en dos a Colombia, y quedarse con la mitad del sur. Crear por fin la 'república independiente' que les achacaban cuando nacieron, pero esta vez en grande. Y que a esa estrategia obedecen sus acciones de gran envergadura de los últimos tiempos, de las cuales la toma de Mitú no es la última, sino sólo la más reciente.
Personalmente, dudo mucho de que ese sea el plan. Las Farc no se han pasado medio siglo echando bala en el monte con el único objetivo de conquistar el monte, aunque en ese lapso el monte se haya vuelto cocalero: para eso les hubiera bastado, como a cientos de miles de colonos, simplemente tumbar monte. Y no veo qué interés militar o político, o, a pesar de la coca, ni siquiera económico, puede tener para los guerrilleros partir en dos el país e instalarse 'independientemente' en su mitad menos poblada y más miserable, cuando, por otra parte, tienen tanta presencia y tanta influencia en la otra mitad.
Creo, sin embargo, que el plan de dividir a Colombia sí existe. Pero no por parte de las Farc, a quienes no les puede interesar porque ni coincide con su proyecto político ni las beneficia militarmente; sino por parte del gobierno de Estados Unidos. El cual, por eso mismo, no ha levantado la voz contra la promesa pastranista de despejar 42.000 kilómetros cuadrados para dejarlos en la práctica bajo control guerrillero, que tanto preocupa a los analistas del establecimiento, encabezados por el funcionario jubilado doctor Lemos Simmonds. Al gobierno norteamericano no le inquieta la partición de Colombia sino que, por el contrario, le conviene.
Y es que ese gobierno ve cada día con mayor claridad la necesidad de intervenir directamente en la situación interna del país. Por la droga, sí, aunque lo de la droga tenga mucho de pretexto retórico: lo muestra el hecho de que la 'ayuda' que le prestan a los gobiernos colombianos para combatirla es insignificante: no llega ni a la mitad de lo que en sus tiempos le daban a los militares del minúsculo El Salvador para luchar contra la guerrilla. Lo verdaderamente importante es que el Estado colombiano y sus Fuerzas Armadas se muestran cada día más incapaces de controlar su territorio ante el auge del embate subversivo, que ya tiene salpicaduras preocupantes por el lado del Brasil _Mitú_, de Panamá y de Venezuela. Pero intervenir en un conflicto interno es cosa complicada. Y en cambio la intervención se simplifica mucho _diplomáticamente, militarmente y políticamente_ si se lo convierte en un conflicto externo.
Lo explicaba hace 25 años el entonces secretario de Estado Henry Kissinger justificando la partición de Chipre: "Para resolver un problema, primero hay que crearlo". Y poco importa que el gobierno de Estados Unidos no haya resuelto ninguno de los muchos problemas que ha creado en los últimos cien años: ni siquiera el de Chipre. Lo que importa es que, antes de Kissinger y después de Kissinger, su política siempre ha sido esa. Deberíamos saberlo bien los colombianos, que por ella sufrimos hace casi un siglo la amputación de Panamá. Y también lo saben los yemenitas del Norte y los yemenitas del Sur, los vietnamitas del Norte y los del Sur: cada vez que Estados Unidos ha querido intervenir en el conflicto civil de un país extranjero ha empezado por partirlo en dos. El caso más reciente _aunque abandonado en el último momento_ fue la tentativa de dividir a Irak en tres: un Irak kurdo en el norte, un Irak sunnita en el centro, y un Irak chiíta en el sur.
La partición de Irak fue abandonada por la sencilla razón de que ni los kurdos, ni los sunnitas, ni los chiítas eran amigos de fiar de Estados Unidos, y el desorden se hubiera podido volver inmanejable en una vastísima (y petroleramente riquísima) región del mundo. Pero el caso de Colombia es distinto. La Colombia del Norte _la del sumiso presidente Pastrana, la del periódico El Tiempo que ya instaba en estos días editorialmente a pedir la intervención norteamericana "y de otros países"_, la Colombia 'democrática' y que combate la droga, pediría ayuda para defenderse de un país extranjero amenazante: la Colombia del Sur, marxista y cocalera. Y ¿quién iba a oponerse? No habría protestas ni en la OEA, como no las hubo cuando Cuba era una amenaza contra la democracia _o contra las dictaduras pronorteamericanas_ de todos estos países. No habría protestas ni en la ONU: ni siquiera reticencias por parte de Rusia o de China, que también tienen sus vecinos enemigos 'del Sur', como Chechenia o Taiwan. Y, naturalmente, no habría protestas en la Colombia del Norte. Porque quien protestara no sería ya un simple discrepante político: sería un agente al servicio de un país extranjero.
Lo malo de las particiones de países es que suelen salir mal como lo muestra _ya lo dije_ el caso de la de Chipre. O la de Vietnam, la de Yemen, etc. Tal vez la única partición exitosa _aunque sólo desde el punto de Estados Unidos: no desde el de los habitantes del país desmembrado_ haya sido la de Corea del Norte y Corea del Sur. En los demás casos, el único resultado ha sido el de agravar y prolongar la guerra interna, convertida en guerra internacional y legitimada por eso.

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