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La 'pax' paraca

Una sociedad sólo entra por la senda de la civilidad cuando suspende la cadena de retaliaciones y deja de matar para hacer justicia

Semana
28 de febrero de 2005

Lamban, que están echando!", se dice en Antioquia. Por eso les ruego a López y a Santos que no me vayan a despedir por la gravísima falta que estoy a punto de cometer: voy a citar un pedazo de un artículo mío.

Hace como tres años, cuando daba la impresión de que la paz con el ELN estaba a punto de cuajar, escribí lo

siguiente: "Los líderes del ELN han dicho que están dispuestos a dejar las armas; hay que darles el espacio para que las entreguen. Y luego protegerlos para que hagan política con palabras, sin secuestros y sin fuego. Es mejor echar lengua que echar bala. Deberíamos tener en cuenta algo que a todos nos conviene: no solamente el suicidio y los bostezos son contagiosos; también se contagian las ganas de hacer la paz".

Si dije eso del ELN, no veo con qué cara no voy a decirlo también de los paracos. "¡Pero si ellos mataron a tu papá, vendido, sucio traidor a su memoria!" Esto me lo han dicho y repetido varias veces los sectarios, que apuntan donde más duele. Y añaden: "No se puede perdonar a los que han masacrado campesinos indefensos y matado niños y mujeres con motosierra". Yo digo que no es cuestión de perdonar lo imperdonable (ya escribí que para perdonar, primero, hay que saber la verdad, y segundo, los culpables tienen que pedir perdón, como mínimo).

Pero, aunque no perdonemos, podemos por lo menos hacer un pacto: dejar de matarnos. Si ofrecen no matar más, yo, que no tengo armas, ofrezco no clamar por una justicia equitativa por sus asesinatos. Si después ellos incumplen su palabra y siguen matando, espero que haya Ejército y jueces para detenerlos. Y si no los hay, apague y vámonos.

Creo que en lo que se refiere a la pura tropa, es decir, a la mano de obra de la muerte que recibe órdenes de tipo militar, es más fácil que nos pongamos de acuerdo. Nadie es capaz de distinguir entre un recluta (llamémoslo así) paraco y un recluta guerrillero. Son jóvenes sin futuro y sin destino que se unen a uno u otro grupo no por motivos ideológicos, rara vez por convicciones personales, y casi siempre por circunstancias territoriales: si están en zona de influencia paraca, los obligan o contratan los paracos para que maten; si están en zona de influencia guerrillera, los obligan o contratan los guerrilleros, para sus masacres. No tienen formación alguna, poseen tan sólo un instinto de muerte que quizá, con mucha educación y un trabajo decente, se pueda enderezar y rehabilitar para que no derive hacia la delincuencia.

Después vienen los jefes. Esos sin duda están manchados de muchos crímenes y de casi todos los delitos: asesinato, secuestro, tráfico de drogas, sevicia con las víctimas, apropiación de tierras, desplazamiento de campesinos inermes. No voy a discutir si es más grave matar con burro bomba o con motosierra, o si es peor Machuca (ELN) o Bojayá (Farc) o Mapiripán o el alto Naya (AUC). Tan repudiable es el secuestro de Ingrid Betancourt como el de Piedad Córdoba (así éste haya sido mucho menos largo).

Tomar partido en esa discusión sería lo mismo que entrar en la secta religiosa de los maniqueos. Estos creían que dos principios gobernaban el mundo: uno bueno (la Luz divina) y otro malo (las Tinieblas diabólicas). A un lado está el Bien absoluto y al otro, el Mal sin atenuantes. Los Perfectos contra los Sucios. Por favor: aquí todos los grupos han matado. Y si algunos lo han hecho por un fin más altruista (repartición de la riqueza y de la tierra, por ejemplo) y otros, por un fin más egoísta (protección de sus tierras y privilegios), hay un viejo principio moral que dice: el fin no justifica los medios. Se puede discutir ese principio, pero entonces habría que dejar de ser hipócritas y declarar claramente que está bien matar para repartir la tierra (ideología guerrillera), o que está bien matar para proteger la propiedad de la tierra (ideología paraca).

Yo creo que hay que repartir la tierra sin matar, porque cuando uno mata, el delito de matar es peor al delito de que lo dejen a uno sin tierra. "Pero dejarlo a uno sin tierra es condenarlo al hambre y a la muerte", me objetarán. Tal vez sí, pero sigue sin ser lo mismo echar a alguien de la tierra que pegarle un tiro al dueño de la tierra. "¡Cuál dueño! ¡Ladrón que se apropió con sangre de la tierra!", me dirán. Ya sé, hay casos así. Es un dilema ético muy difícil de decidir. Pero una sociedad sólo entra por la senda de la civilidad cuando suspende la cadena de retaliaciones y resuelve dejar de matar para hacer justicia.

Por oscura y turbia que sea en estos días la posición del gobierno, a pesar de todo, pienso que para disminuir el dolor de este país es preferible que se firme la paz con los paracos. ¿Para que salgan a hacerle campaña a la reelección de Uribe? Sí, aunque sea para eso. Si antes le hicieron campaña con armas, es un paso adelante que ahora le hagan campaña desarmados. Digo esto con dolor y como un ruego: no nos podemos seguir matando. La vida es una, y corta, y a todos se nos está acabando. ¿No será posible que les dejemos a nuestros hijos un país donde se puedan morir de viejos?

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