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EDITORIAL

La Paz está en Chocó

La reivindicación de los derechos de las comunidades negras, afrocolombianas, palenqueras, raizales e indígenas es esencial para lograr la paz. Debe ser un tema central de discusión y el Pacífico lo reclama.

María López
12 de diciembre de 2015

En 1993, el Estado colombiano hizo realidad en el Pacífico, a través la Ley 70 el concepto de los territorios colectivos, en desarrollo del artículo séptimo de la Constitución Nacional. Se trató de una reivindicación histórica con pocos antecedentes en el mundo, por la cual los afrocolombianos se hacían dueños en común de sus tierras y recibían de alguna manera un acto de justicia tras tantos años de esclavitud, explotación y pobreza. Lamentablemente, los protagonistas ilegales del conflicto armado afectaron a tal punto esos territorios que el concepto mismo está en peligro.

De hecho, los violentos operaron desde esas tierras, se las arrebataron a sus legítimos dueños y rompieron el tejido social de comunidades enteras. Eso ya sería suficiente para que el Estado se comprometa a devolver las cosas a la forma en que se encontraban antes de esa cadena de tragedias. Sin embargo, líderes políticos de todos los puntos del espectro ideológico pretenden relativizar los derechos garantizados por la norma constitucional mencionada. En efecto, las elites de nuestro país perciben la defensa de los derechos de los indígenas, los afrocolombianos, los palenqueros y los raizales como causas ‘mamertas’ que los condenan a la pobreza y la marginación. La tentación de poner en duda la existencia de los territorios colectivos en nombre de la paz o la productividad sería un error histórico que llevaría a más violencia.

Y es que, en el caso del Chocó, el 80% de la población ha sido afectada directa y personalmente por el conflicto. Pero hay luces de esperanza. Un día después del Festival Detonante llegó una comitiva de la Mesa negociadora de La Habana al municipio de Bojayá. Allá las Farc le pidieron perdón a la comunidad, que sufrió una de las masacres más terroríficas que se han visto. Hace algo más de 12 años lanzaron un cilindro bomba a una iglesia donde se refugiaban muchos habitantes, en medio de un combate con paramilitares. Murieron 79 personas de las cuales un poco más de la mitad eranniños. Ese acto de pedir perdón se convirtió en un hecho histórico en un Chocó que quiere pasar la página y hoy presenta una nueva generación de líderes que buscan mostrar a Colombia que ese departamento olvidado está luchando por renacer.

El trabajo por la reivindicación es largo. Sin embargo es claro que con la primera versión del Festival Detonante la noción de que en Chocó no se puede hacer nada porque todos son corruptos quedó en entredicho. Lo que vimos, sentimos y conocimoses que Chocó tiene grandes líderes, está lleno de oportunidades, tiene ganas de salir adelantey todo el talento para hacerlo. La gente tiene una forma de expresarse sobre su herencia, su lucha por el reconocimiento y reivindicación de sus derechos que nos dejó asombrados. En eso, como en su alegría y gozo, son un ejemplo para todos.

Pero los retos son enormes. Los índices negativos siguen siendo altos, no solo en cuanto a desempleo, sino en cuanto a violencia y crimen organizado. Se calcula que una ciudad como Quibdó, que tiene una tasa de desempleo del 70%, recibirá cerca de 3.000 personas desmovilizadas. Por eso es imperativo que el Estado convoque a una gran movilización para ofrecer oportunidades que permitan hacer realidad el enorme potencial del departamento.

La paz no es posible si seguimos pensando que lo único que hay que hacer es “sacar a la gente de la pobreza”. No lo podemos decir mejor que Zulia Mena, la alcaldesa de Quibdó en su discurso en el festival: “No nos interesa superar la pobreza, nos interesa correr el velo de la estigmatización, para que surja toda esa fuerza y ese poder que tiene esta región”.

La salida a la violencia depende sobre todo de que acerquemos nuestras realidades y de que abramos los debates necesarios sobre el futuro, así puedan ser dolorosos. Porque tenemos que reescribir una nueva narrativa de país.