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La pobreza del crecimiento

Rodrigo Uprimny, director de DeJuSticia, argumenta que, debido a la desigualdad, resulta difícil reducir la pobreza en América Latina sólo con crecimiento

Semana
21 de julio de 2007

Las cifras sobre crecimiento económico en América Latina son buenas: nuestros países estarían creciendo a una tasa promedio cercana al 5 por ciento del PIB en los últimos cuatro años, según la Cepal. Esto parece indicar que las economías de la región pasan por un buen momento, por lo que no habría razón para inquietarse. Pero obviamente no es así: hay mucho de que preocuparse porque ese crecimiento de los últimos años no se ha acompañado de reducciones significativas de la pobreza. América Latina en general sigue teniendo demasiados pobres.

La situación en Colombia no es muy distinta: a pesar de que los datos sobre crecimiento del PIB de los últimos años son también positivos, la pobreza se mantiene a niveles intolerables. O por decirlo en los términos usados por el entonces presidente de la Andi, Fabio Echeverri Mejía, a finales de los años 80: “la economía va bien pero el país va mal”.

El misterio de esa combinación de crecimiento con persistencia de la pobreza tiene una solución muy simple: la irritante desigualdad económica y social en la región, que es tal vez la más inequitativa del mundo. Por ejemplo, según un reciente informe del Banco Mundial, mientras que en América Latina el 10% más rico obtiene 48% del ingreso nacional, ese porcentaje es del 29% por ciento en los países desarrollados y del 37% en Asia (Ver David de Ferranti y otros Desigualdad en América Latina. Bogotá, Banco Mundial, Alfaomega, 2005).

Ese vínculo estrecho entre la desigualdad y la pobreza del crecimiento para reducir la pobreza fue destacado hace pocos años por el economista John Williamson, a quien pocos podrían acusar de socialista o de populista sin sensibilidad macroeconómica. En efecto, a Williamson se le atribuye la formulación, a finales de los 80, del llamado ‘Consenso de Washington’, que vino a simbolizar la orientación esencial del proceso de reestructuración del Estado latinoamericano en las últimas décadas.

Esas reformas se caracterizaron, como es ampliamente sabido, por un desmonte del Estado interventor y desarrollista y una importante liberalización de la economía. Según sus promotores, deberían haber traído estabilidad macroeconómica, crecimiento y reducción de la pobreza.

Pero eso no ha sido así: a pesar de la disminución de la inflación y del déficit fiscal en muchos países, e incluso de un cierto crecimiento económico en algunos períodos, lo cierto es que los resultados en términos de reducción de la pobreza han sido realmente desalentadores.

Ahora bien, Wiliamson, quien en general ha sido mucho menos dogmático que otros defensores del consenso de Washington, reconoció en un libro hace unos años que esos pobres resultados derivaban, en gran parte, de la pobreza misma del enfoque (Ver Pedro Pablo Kuczynski y John Williamson (Eds) After the Washington Consensus. Restarting Growth and Reform in Latin America. Washington, Institute for Internacional Economics, 2003).

Según Williamson, las políticas del Consenso de Washington estaban centradas en estimular el crecimiento, olvidando que América Latina era una región muy desigual, por lo que era necesario prever estrategias específicas para lograr mayor igualdad, no sólo porque ésta es deseable en sí misma sino además porque dada la inequidad existente, la reducción de la pobreza únicamente por medio del crecimiento era muy limitada.

Concentrarse casi exclusivamente en el crecimiento, afirma Williamson, puede tener sentido en regiones, como el sur de Asia, en donde la sociedad es relativamente igualitaria y prácticamente todo el mundo es pobre. Pero en América Latina, la recomendación es equivocada. La enorme concentración de los recursos en la región hace que “una redistribución menor del ingreso de los ricos a los pobres tenga el mismo impacto en la reducción de la pobreza que varios años de crecimiento sin una modificación de la distribución del ingreso”.

Algunos estudios han incluso medido los límites que la desigualdad impone a la reducción de la pobreza por medio de sólo crecimiento. Por ejemplo, según el citado informe del Banco Mundial sobre desigualdad, Brasil podría reducir la pobreza a la mitad en 10 años con un crecimiento del 3% y una mejora del 5% en el coeficiente de Gini, que es una de las medidas más usuales de desigualdad; pero le tomaría 30 años lograr ese mismo objetivo con esa misma tasa de crecimiento, si no hay mejora de la distribución del ingreso.

La conclusión parece clara: es esencial que existan políticas estatales específicas para reducir la desigualdad en nuestros países, si queremos realmente reducir la pobreza y consolidar verdaderos regímenes democráticos. Sólo así podremos lograr que cuando a la economía le vaya bien, a todo el país le vaya igualmente bien.

Pero claro, esa obvia conclusión sonará a muchos como una tesis de un irresponsable populista. Pero, ¿populista Williamson, el padre del Consenso de Washington? Difícil creerlo. Esto mostraría que quienes siguen defendiendo las estrategias puras de crecimiento fundadas en el consenso de Washington resultaron más papistas que el Papa; o que poco les importan los pobres.

- El Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia, www.dejusticia.org) fue creado en 2003 por un grupo de profesores universitarios, con el fin de contribuir a debates sobre el derecho, las instituciones y las políticas públicas, con base en estudios rigurosos que promuevan la formación de una ciudadanía sin exclusiones y la vigencia de la democracia, el Estado social de derecho y los derechos humanos

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