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La política, las palabras y el absurdo

Quienes ejercen el poder, dicen cualquier cosa y hacen gala impúdica de la tontería y la perversidad.

Semana
25 de junio de 2009

En enero de 1953 se estrenó en París la obra teatral “Esperando a Godot”, del escritor irlandés Samuel Beckett. Sobre el escenario dos vagabundos, Vladimir y Estragón, náufragos sin escapatoria ni horizonte, se sumergen en parlamentos ambiguos, llenos de preguntas que van y vienen, que se esfuman y parecen no estar dirigidas a nadie. Sobre el escenario una absurda sesión de incomunicación se alarga sin respuestas.

Hace unos días el presidente del Perú, Alan García, con motivo de los graves incidentes en la Amazonia que dejaron decenas de muertos, afirmaba que los Indígenas no eran “ciudadanos de primera clase”. Obvio, los indígenas siempre han estado en la base de la pirámide social, son los despojados y desposeídos, los vilipendiados por centurias, por ello su afirmación es un absurdo.

Las palabras inundan nuestra cotidianeidad. Somos a través de ellas; nos equivocamos con ellas y en ellas; pero hablar por hablar, hablar sin pensar, hablar para mentir, para tergiversar, aturde la realidad. Ante nosotros: un escenario caótico en el que, quienes ejercen el poder, dicen cualquier cosa, se expresan sin mesura y hacen gala, de manera impúdica, de la tontería y la perversidad. En la tarima pública del absurdo: la banalidad, el esguince, la exageración, la criminalización y el radical cinismo.

A comienzos de año, nuestros medios de comunicación, especialmente frívolos, reseñaron la visita de la Infanta Elena de España a un paupérrimo barrio de Cartagena. El cubrimiento del hecho, que no era noticia, fue especialmente cursi y edulcorado. El titular “La Infanta Elena se robó el corazón de los boquilleros”, iniciaba un relato en el que la brisa cálida “rozaba el rostro” de la princesa, quien, en medio de sonrisas y como parte de una “postal viva” en un lugar “mágico”, se admiraba al ver “como los niños de una zona tan deprimida también es posible que sean felices”. La nota destacaba la “bondad” de la Infanta y no la actitud corrupta e indolente de la clase política de Cartagena que mantiene a esas poblaciones en la inopia y la enfermedad.

El desempleo, disimulado por la emigración anual de decenas de miles de colombianos, tema del que no se habla, es titulado en un periódico como “Crece el rebusque”, mientras la precariedad laboral, ahora denominada “trabajadores por cuenta propia”, es considerada por el ministro Oscar Iván Zuluaga como “concordante con el desempeño de la actividad económica” y punto. Para evadir la dimensión de las cosas y situaciones se abusa del diminutivo y se habla del “peajito”, del “articulito”, del “gustico”.

Si a veces se minimiza, otras veces se exagera. El actual presidente del senado, Hernán Andrade, afirmó que los enemigos del referendo habrían urdido “un complot” para dilatar su último trámite de conciliación, como si esta reforma, como la anterior yidis-reforma, no fueran el resultado de un sórdido conciliábulo. Se criminaliza a los adolescentes y se tramita el absurdo “toque de queda” con el liderazgo de Carlina Rodríguez quien no ha sido, propiamente, un dechado de virtudes.

Anuncian los medios la ejemplar captura en Santander de un líder campesino por “estar atentando contra el medio ambiente”, en el mismo momento en que el Congreso consagra la exploración minera sin licencia ambiental y establece la legalización y “especial protección por parte del Estado” de las depredadoras dragas, bajo la falaz invocación de proteger a los mineros artesanales. Pero la criminalización más delirante prevé que los recicladores serán sancionados por “destapar y extraer basura”, es decir, se les sanciona por no tener otros medios de subsistencia, por miserables, como si alguien escarbara en las inmundicias por simple deleite escatológico.

Por último, el cinismo reina en el debate público. Se invoca la soberanía del pueblo para convocar el referendo reeleccionista, mientras se torpedean otras iniciativas populares. Se pretende borrar de un plumazo el “conflicto armado” cambiándole de nombre, y a los desplazados forzados se les llama “migrantes”, como si eso acabara las criminales causas de su tragedia. A los paramilitares de ahora, los mismos de siempre con otra soldadesca, se les llama Bandas Criminales, mientras los centros de investigación alimentan la bizantina discusión. La gravísima violación a derechos fundamentales por parte del DAS se denomina “chuzadas”, un eufemismo para describir un concertado accionar criminal de agentes del Estado. Se arrasa con la ley de víctimas utilizando el vocabulario de las víctimas, la nación sufriría “un trauma irreparable”, afirma el gobierno, mientras el trauma de las víctimas es despreciado.

Pero el epítome del cinismo es el “falso positivo”, ese término que pretende esconder el “asesinato a sangre fría y premeditado de civiles inocentes con fines de beneficio”, como acertadamente y sin tapujos lo llamó el relator de la ONU, Philip Alston, aunque en un acto de “prudencia jurídica” los calificara como “eventos más o menos sistemáticos”. En ese océano absurdo de palabras uno de los militares victimarios justificaba sus crímenes afirmando que las víctimas eran “vuelteros que por $200.000 mataban a cualquiera”. Claro, como ellos, pero es tan difícil mirarse en el espejo. En “Esperando a Godot” Vladimir y Estragón hablan:

ESTRAGON: Entretanto, intentemos hablar sin exaltarnos, ya que somos incapaces de callarnos.
VLADIMIR: Es cierto, somos incansables.
ESTRAGON: Es para no pensar.
VLADIMIR: Tenemos justificación.
ESTRAGON: Es para no escuchar.
VLADIMIR: Tenemos nuestras razones.
ESTRAGON: Todas las voces muertas.
VLADIMIR: Hacen un ruido de alas
ESTRAGON: De hojas.
VLADIMIR: De arena.
ESTRAGON: De hojas
VLADIMIR: Hablan todas a la vez.
ESTRAGON: Cada cual para sí.


*Gustavo Adolfo Salazar es profesor de la facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Javeriana.

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