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La reelección de Trump

La principal pregunta que se hace el mundo político en este momento es si un despliegue tan espectacular de mediocridad intelectual y emocional le costará la reelección en noviembre al que ya Sachs coronó ­­—con razó­n­— como el peor presidente en la historia de Estados Unidos”.

Semana.Com , Semana.Com
3 de junio de 2020

Donald Trump no tiene idea de qué hacer con el virus que produce la covid-19, pero es un experto en esparcir el virus del odio, el racismo y la división en su país. Por eso, Estados Unidos ahora está ardiendo en una oleada de violencia, segregación racial y abuso de la fuerza policial que recuerda la década sangrienta del movimiento por los derechos civiles.

 

La ineptitud de Trump en el manejo de la pandemia ya no es una opinión, sino un hecho histórico soportado en cifras. Se demoró al menos dos semanas en decretar la cuarentena, retraso que, según un estudio de Columbia University, le costó 54.000 muertos adicionales por covid-19 a EE. UU. Esa incapacidad de reaccionar a tiempo es un patrón que se repitió en los gobiernos populistas de los países más poblados, pues Brasil, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Irán y México hoy encabezan la lista de los Estados con mayor número de contagiados por cada 100.000 habitantes. El desprecio por la opinión de los expertos y la toma de decisiones con base en la intuición (el peligroso “sentido común”) en lugar de datos, que caracterizan a los populistas, explican la cadena de errores en la conducción de la crisis.

 

Pero la incompetencia de Trump no para ahí. Dejó de financiar y rompió relaciones con la OMS en medio de la peor emergencia sanitaria del último siglo; le aconsejó a la población estadounidense consumir desinfectante e hidroxicloroquina, una droga cuya efectividad ya fue descartada para combatir el virus; desató una guerra frontal contra Twitter porque la compañía decidió ponerle coto al desvergonzado alud de mentiras e incitaciones a la violencia en que consisten la mayoría de sus trinos; y ha mostrado una absoluta falta de empatía frente a la tragedia de George Floyd y la población afroamericana, que es blanco del abuso policial y otros vejámenes raciales desde hace siglos. La enfermedad mental y el perfil psicopático de Trump, que habían sido previamente diagnosticados por varios expertos, han quedado perfectamente dibujados durante esta tragedia.

 

La principal pregunta que se hace el mundo político en este momento es si un despliegue tan espectacular de mediocridad intelectual y emocional le costará la reelección en noviembre al que ya Jeffrey Sachs coronó ­­—con razó­n­— como el peor presidente en la historia de Estados Unidos. Si las elecciones fueran hoy, Trump perdería por amplio margen la reelección, según los dos modelos predictivos más conocidos en Estados Unidos.

 

El primero es el de Ray Fair, en el cual el resultado de las presidenciales depende de cuatro factores: 1) el desempeño económico, medido en términos tanto de crecimiento como de inflación en los primeros nueve meses del año electoral, que tiene un impacto positivo sobre la aspiración del partido que se encuentra en el poder cuando la economía va bien; 2) las oleadas de información positiva sobre la economía cada año; 3) el hecho de que el mandatario en ejercicio sea uno de los candidatos que aspira a la reelección, situación que le otorga ventaja a su candidatura; y 4) el tiempo que el mismo partido ha permanecido a la cabeza del ejecutivo, siendo positivo ese factor cuanto menor sea la continuidad, pues a los electores les gusta el cambio.

 

Desde 1978, y basado en datos que se remontan hasta 1916, Fair validó su modelo predictivo para verificar que esas cuatro variables definieron los patrones de voto durante la mayor parte del siglo XX. A partir de las elecciones de 1980 y hasta las de 2016, el modelo de Fair acertó sobre el ganador en nueve de las diez elecciones presidenciales que se celebraron. Solo se equivocó en 1992, cuando predijo que Bill Clinton perdería. El autor atribuye ese error a que, en esas elecciones, hubo un candidato fuerte de un tercer partido, Ross Perot, que se llevó el 19 % de los votos e introdujo una variable que el modelo no tenía en cuenta.

 

El segundo modelo predictivo es el propuesto por el historiador Allan Lichtman, el cual ha acertado en el resultado de todas las elecciones presidenciales realizadas desde 1984. Este modelo evalúa trece variables que miden la satisfaccción del electorado con el partido que ocupa la presidencia. Cuando seis o más de esas variables son negativas, el presidente en ejercicio pierde la reelección.

 

El éxito de una reelección presidencial inmediata en el mundo democrático depende principalmente del estado de la economía. Ese fue uno de los hallazgos de mi tesis doctoral, en la que logré probar que el presidente en ejercicio que aspira a la reelección siempre tiene una ventaja estadísticamente significativa frente al resto de candidatos, debido a que dispone de los recursos del Estado para hacer campaña. Sin embargo, en virtud de la “teoría del voto económico”, cuando el desempeño económico del presidente en el poder ha sido pobre, la probabilidad de que pierda la reelección aumenta sustancialmente porque los electores tienden a castigar electoralmente el impacto negativo sobre sus bolsillos.

 

Por todo lo anterior, la principal condición para que Trump pierda estrepitosamente la reelección en noviembre de este año está dada, ya que para entonces Estados Unidos estará sumido en la peor crisis económica desde la Gran Depresión.

 

La tasa de éxito de las 19 reelecciones intentadas en Estados Unidos desde 1900 ha sido del 73,68 %, con 14 triunfos del presidente-candidato, el último de ellos Barack Obama en las elecciones de noviembre de 2012.

 

Solo cinco de los presidentes estadounidenses que intentaron reelegirse consecutivamente durante el siglo XX, y lo que va de este, no lo lograron: William Taft perdió en 1912 la reelección contra Woodrow Wilson, en los últimos comicios en que un candidato no demócrata ni republicano, Theodore Roosevelt, del Partido Progresista, quedó de segundo; Herbert Hoover fue derrotado en 1932 por Franklin D. Roosevelt, en medio de los estragos económicos causados por la Gran Depresión, que estalló en 1929; Gerald Ford, quien tras nueve meses como vicepresidente asumió la presidencia el 9 de agosto de 1974, tras la dimisión de Nixon, y fue vencido por Jimmy Carter en 1976 porque su mandato no le alcanzó para recuperar la confianza de la nación en el Gobierno después del escándalo de Watergate; Jimmy Carter perdió frente a Ronald Reagan en 1980, en buena medida debido a la crisis de los 52 rehenes de la embajada de Estados de Unidos en Irán, que afectó su popularidad en vísperas de elecciones; y George Bush contra Bill Clinton, en 1992, por cuenta también del deterioro de la economía. El sexto muy probablemntre será Donald Trump.

 

No obstante, aún queda una remota posibilidad de que Trump logre ganar la reelección en medio del desastre de su gestión. Lamentablemente, debido al voto indirecto y al sistema de los colegios electorales, en Estados Unidos es posible llegar a la presidencia obteniendo menos votos que el rival. Así lo hizo Trump en 2016, con casi 3 millones de votos menos que Hillary Clinton. Además, desde hace años el Partido Republicano ha adelantado un operativo de manipulación de las circunscripciones electorales (gerrymandering) y de restricción focalizada de los derechos de los sufragantes demócratas. Todo esto para permanecer en el poder, a pesar de que ya no representa la mayoría demográfica del país.

 

Estados Unidos alberga la democracia más antigua del mundo, pero también una de las menos democráticas porque ni siquiera respeta la regla básica de mayoría para definir el acceso al poder. Giovanni Sartori descifró hace años que lo sorprendente del régimen político estadounidense es que funcione, no gracias sino a pesar del nefasto diseño institucional de su Constitución.

 

José Fernando Flórez Ruiz (Ph. D.)

@florezjose