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La reinvención de Angelino

Angelino ha visto que lo social ha comenzado a emerger como la principal preocupación de los colombianos y que una voz crítica puede brillar en medio de la unanimidad de la Unidad Nacional.

León Valencia
24 de septiembre de 2011

No es cierto que Angelino Garzón haya sido siempre un funcionario díscolo. Todo lo contrario. Como ministro de Trabajo y Seguridad Social de Andrés Pastrana, acompañó disciplinadamente el esfuerzo de paz con la guerrilla de las Farc y desempeñó un papel clave en la resolución de conflictos laborales, en una actitud especialmente armónica con el resto del gabinete.

Luego, como gobernador del Valle, fue puntal de la política de seguridad democrática y sostuvo una relación de colaboración con el presidente Álvaro Uribe. A tal punto que Uribe aprovechó su perfil de avezado dirigente sindical y defensor de los derechos humanos para darle vocería en la promoción del Tratado de Libre Comercio en Estados Unidos y para nombrarlo como embajador ante Naciones Unidas en Ginebra.

Esa doble condición ha sido el atractivo de Angelino en los últimos 15 años. Es una persona que viene de abajo, tiene importantes nexos con las organizaciones sociales, ha profesado ideas de izquierda y conoce el lenguaje del pueblo. Pero a la vez, ha participado en gobiernos de un signo ideológico y político muy diferente, sin involucrarse en grandes controversias y rupturas, sin desarrollar una agenda propia, sin arriesgar demasiado.

Pero es probable que esa etapa de Angelino haya terminado y ahora quiera darle un giro a su vida; reinventarse, como lo hizo a finales de los años ochenta, cuando pasó de la cúpula del Partido Comunista a la Alianza Democrática M-19 y luego a una estrecha relación con la Iglesia católica que facilitó su entrada a los círculos de la dirigencia del país.

Tiene a su favor una posición excepcional en el andamiaje institucional y un ambiente de agitación social y de expectativas de cambio a lo largo y ancho de la geografía nacional. "Me pueden quitar las funciones, pero no el cargo", ha dicho, para dejar claro el origen electivo de su investidura. O algo más fuerte: "No soy empleado del gobierno".

Con esta convicción se dedicó el primer año a medir el clima en la opinión pública, a escoger ideas para pegar en la coyuntura y a definir su lugar en el aro político del país. Ahora parece tener claro su destino. Ha visto que lo social empieza a emerger como la principal preocupación de los colombianos; que la izquierda afronta una crisis profunda y tiene muchas limitaciones para servir de canal de expresión de la inconformidad; que una voz crítica puede brillar en medio de la unanimidad que se respira por cuenta de la coalición de Unidad Nacional.

El ambiente del país es muy distinto. El tema de seguridad preocupa, pero no consume todo el esfuerzo. El mensaje de prosperidad de Santos ha calado. La gente siente que Colombia tiene grandes riquezas para explotar y está entrando en el club de los llamados países emergentes. También ha tenido su impacto el anuncio de la reparación de las víctimas, la restitución de las tierras, las iniciativas de desarrollo para el agro y la redistribución de las regalías.

En las zonas petroleras, en las mineras, en el vasto campo usurpado por las mafias y las voraces élites regionales, está empezando una gran agitación social. La gente huele las rentas y quiere participar de ellas. La gente huele la riqueza que brota de la tierra y quiere acceder a ella. La gente oye decir que tiene derecho a la reparación y a la restitución de sus bienes y se siente autorizada a reclamar. Las energías que antes se consumían en el rechazo a los actores armados se dirigen ahora a conquistar un mejor nivel de vida.

Angelino quiere canalizar estas nuevas energías. Quiere ser el interlocutor más encumbrado de esta agitación social. En esa pretensión, molesta a sectores de la coalición de gobierno y puede molestar bastante al propio presidente Santos, si es que decide presentarse a la reelección. Pero las encuestas muestran que la gente aprueba sus intervenciones, y mientras esto ocurra, Garzón cultivará la ilusión de emplear su investidura de vicepresidente para forjar su propia fuerza política, ocupar el espacio que la izquierda ha dejado y proyectarse como un reformador social.

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