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La revolución de Uribe

Uribe tiene que acertar en interpretar la coyuntura y los colombianos tener la lucidez de ver la oportunidad.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
17 de septiembre de 2013

Es completamente atípico que un expresidente de la República decida abandonar su comodidad y lanzarse a las plazas y calles en búsqueda de apoyo electoral para ser senador. Menos aún que se comprometa en la difícil tarea de fundar un nuevo partido político.

De hecho, en la historia colombiana del siglo XX no hay antecedente. Que ahora Álvaro Uribe haya roto esa tradición tiene diversas motivaciones. Primero, él es producto de la debacle del bipartidismo y fue, también por primera vez en los 154 años del Partido Liberal, quien consigue como disidente derrocar a la máquina roja. 

Segundo, la traición de Juan Manuel Santos, su ungido a la presidencia, y de sus patrocinados al Congreso se convirtió en el principal motor y aliciente, pues para Uribe no se trata de un problema de vanidades o lealtad personal, sino de rumbo de Colombia.

Tercero, Uribe mantiene un muy particular apoyo a pesar de la implacable persecución de la extrema izquierda y del gobierno. El expresidente triplica la imagen favorable de Santos. La encuesta Gallup ubica en 63 % el respaldo a Uribe, mientras que Santos en caída libre llega escasamente al 21 %.

Y, finalmente, por encima de todas las cosas, ocurre que Uribe es de esos políticos en vía de extinción: un líder con una causa que lo mueve a la acción política permanente. Causa para la cual eligió a Santos y reeligió a la mayoría del Congreso, pero que fue repudiada una vez los "topos" llegaron al poder.

Empero, nada de lo anterior le garantiza retomar el gobierno. La creciente inconformidad de los ciudadanos que en principio apunta contra Santos es una oportunidad gigantesca para el Centro Democrático o un martillo que brutalmente también lo puede castigar. Todo depende de que la nueva propuesta política logre interpretar adecuadamente el reclamo popular. 

Así más de uno se quiera "cortar las venas" al leer esta nota, la verdad es que Uribe es un fenómeno sin antecedente en Colombia, pero eso no es suficiente. Se necesita construir organización política y promover nuevos liderazgos, transparentes, impecables, invulnerables, que representen auténticas alternativas en las regiones y para el conjunto del país. Ese desafío se debe concretar en la propia lista al Senado y en las de las Cámaras.

En Uribe está la posibilidad de una revolución democrática que demuela y expulse a los caciques regionales y desmonte el entramado clientelista y corrupto que sustenta a las maquinarias regionales de los partidos. Es una tarea que sólo se puede hacer disponiendo de un capital político grande y con la credibilidad que sólo los resultados y los antecedentes de su gobierno pueden ofrecer.

Reducir el Congreso, tener un Estado austero, combatir la corrupción , fortalecer la descentralización, crear las regiones, apostar a la eficiencia contra el afán burocrático, recuperar la legitimidad del Estado, defender el imperio de la ley, respetar y garantizar los derechos humanos y lograr una paz justa, sin impunidad ni derecho a gobernar de los criminales, son los retos del nuevo proyecto político.

¿Lo logrará? Depende, todo depende, como dice la canción. Uribe tiene que acertar en interpretar la coyuntura y los colombianos tener la lucidez de ver la oportunidad.