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LA REVOLUCION NEGADA

CON ESE GESTO DE CLEMENCIA, LA REVOLUCION CUBANA DEMUESTRA QUE HA DEJADO DE CREER EN LO QUE LA ENGENDRO

Antonio Caballero
24 de febrero de 1992

ANTE EL CASO DEL COMANDO INFILTRAdo, el régimen cubano tenía dos posibilidades. Condenar, de acuerdo con las leyes.
O indultar, cediendo al clamor internacional. Podía escoger cualquiera de las dos al abrigo de una curiosa libertad: una libertad nacida, paradójicamente, ,de su acorralamiento. Porque hiciera lo que hiciera matara o perdonara no iba a sacar en limpio nada práctico: ni le iban a agravar el bloqueo económico y político por mostrarse severo, ni le iban a levantar las sanciones ya sufridas por mostrarse indulgente. A nadie hubiera sorprendido que ejecutara a los tres infiltrados: sus razones tenía. Y a nadie hubiera sorprendido tampoco que, por las otras razones que tenía, los perdonara a todos. Daba lo mismo.
Pero al practicar simultáneamente la severidad y la indulgencia, fusilando al jefe de los infiltrados, Eduardo Díaz, y conmutando por cárcel la pena de muerte de los otros dos, Pedro Alvarez y Daniel Santovenia, el régimen cubano tampoco logra nada practico; y en cambio revela su verdero ser. Ese ser en que lo han convertido 30 años de poder absoluto.
No lo revela con la ejecución de Díaz, sino con el indulto de los otros dos. La ejecución, por "delitos contra la seguridad del Estado ", podría verse en cualquier parte: la mayoría de los Estados del mundo ponen su seguridad -es decir, su permanencia- por encima de la vida de un hombre, de muchos hombres, de todo hombre. Tanto legal como ilegalmente, en público o a escondidas.
El fusilamiento de Eduardo Díaz no pone en tela de juicio nada distinto del criterio o de la falta de criterio del Estado cubano, igual a cualquier otro en su torpeza o en su astucia. Pero el perdón de los otros dos conspiradores, vistos sus motivos, va mucho más allá: pone en tela de juicio sus principios. A Pedro Alvarez el Tribunal Supremo de Cuba le conmutó la pena porque "su vida había sido deformada por el exilio cubano, las drogas y la corrupción de Miami". Con Daniel Santovenia el Consejo de Estado hizo otro tanto porque "había recibido en Miami una educación deficiente ".
No voy a entrar en la infantil arrogancia del tono, que es la habitual del catecismo revolucionario: el Imperio corrompe, sí, sí, ya lo sabemos. Pero si esa arrogancia se expresa en términos conductistas, behavioristas, skinerianos, de ingeniería del comportamiento ("deformacion", "educación") es porque tiene su raíz en el desprecio por el ser humano. Para el Tribunal y para el Consejo, los dos indultados carecen de la capacidad racional y moral de distinguir el bien y el mal y de escoger entre los dos. Han sido destinados al mal y de escoger entre los dos por su "educación deficiente" y por su crianza en un medio de "drogas y corrupción". No son libres, y por eso no son responsables. Y en consecuencia no deben ser ejecutados, para que tengan la oportunidad de ser reeducados y así se vuelvan obedientes.
Tal vez estén en lo cierto los burócratas cubanos que se inventaron la sentencia. Tal vez el hombre sea simplemente una máquina programable -y programada por el Imperialismo, o por la Lucha de Clases, o por el Estado, o por Dios: vaya uno a saber. Y por consiguiente carezca de responsabilidad, puesto que no tiene libertad. No es en una columna de periódico donde cabe la ardua dicusión sobre el libre albedrío, que durante milenios ha consumido la inteligencia -y tal vez la libertad- de tantos hombres. Pero si esos burócratas están en lo cierto, están a la vez destruyendo la legitimidad misma de la Revolución que los hizo burócratas.
Niegan la validez de las ideas que la inspiraron. La dignidad: simple palabra vacía de sentido si no existe la libertad. La libertad: ruido insignificante si no consiste en la capacidad de escoger. Y niegan también el ejemplo y la acción de los hombres que hace 30 años hicieron esa Revolución: pues si algo puede decirse de ellos con toda certidumbre es que recibieron una educación deficiente, criados como fueron en ese antro de corrupción que era la Cuba de Fulgencio Batista.
Es increíble -o no: es natural: es deprimente- que Fidel Castro, el rebelde iluminado que lleva toda una vida resistiendo la autoridad imperial en nombre de la libertad y de la dignidad de los hombres y de los pueblos, se haya convertido en ese Presidente del Consejo de Estado que, con el plumazo de un indulto, borra la posibilidad de que la libertad y la dignidad existan. Con ese gesto de clemencia despectiva la Revolución está negándose a sí misma: demuestra que ha dejado de creer en lo que la engendró.
Que es lo que suelen terminar haciendo todas las revoluciones.

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