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La Serpamorfosis

Tantas aprehensiones han puesto a Serpa a hacer lo contrario de lo que le conviene.

Daniel Coronell
1 de mayo de 2005

Hay tres escenarios posibles para las elecciones del año entrante. En los tres Horacio Serpa puede tener juego, pero necesita reinventarse. Lo increíble es que el ex ministro y ex embajador parece hoy más interesado en pelear espacio dentro de su partido que en dar los pasos para ganar sectores de opinión -que le han sido esquivos- sin los cuales no llegará a la Presidencia. El primer escenario se presentaría si la Corte Constitucional tumba del todo la reelección. Si es así, el uribismo se partirá en varios pedazos. Por lo menos cuatro de ellos grandes: Uno, el candidato ungido por el Presidente, que puede ser Juan Manuel Santos o Noemí Sanín; un segundo que será el gobiernista más odiado por el gobierno: Germán Vargas Lleras; tercero, Enrique Peñalosa, que adora el uribismo pero -por ahora- sin Uribe; y el cuarto, un candidato conservador, quiero decir, adscrito oficialmente a ese partido. Ante semejante proliferación de aspirantes que riñen el mismo espacio, Serpa por simple reconocimiento saldría primero del partidor. Con otra ventaja: es el único que puede armar una coalición con sectores gremiales, sindicales y de izquierda, que lo ven con simpatía. Para que esto funcione, Serpa debe 'desliberalizarse', convertirse más en el candidato nacional y de los grupos sociales que en el del trapo rojo. Por eso es incomprensible su empeño en una consulta exclusiva para liberales. El liberalismo es necesario, pero no suficiente para su aspiración. El segundo escenario para las presidenciales de 2006 se daría si la Corte declara constitucional la reelección tal como salió del Congreso, y como es lógico el Presidente se lanza. En ese caso a quien más le convendría una candidatura de Horacio Serpa sería al propio Álvaro Uribe. El mandatario sabe de memoria cómo vencerlo: basta con reeditar la historia del enfrentamiento entre la vieja clase política y el cambio. A pesar de que los Names, Santofimios y Pinedos -y aun Samper- están realmente con Uribe, es fácil ponerle a Serpa el sambenito de los que representó aunque ya no lo acompañen. Se equivocan quienes piensan que en una consulta liberal abierta, los uribistas votarían contra Serpa; por el contrario, nada le gustaría más al Presidente que tenerlo otra vez de contendor. Es improbable que Serpa pueda vencer a Uribe, pero enfrentarlo con una coalición de sectores sociales le garantizaría, como mínimo, una fuerte vocería de la oposición durante su segundo gobierno. Un gobierno que sin duda destaparía más su verdadera cara en ese segundo debut. Para encabezar la oposición, Serpa necesitaría acercarse no sólo a quienes están a su izquierda sino a otros sectores de su partido y del país que no comulgan con Uribe y sus métodos. Por eso no se entiende que le ponga tantos peros a una jefatura única de Gaviria, en beneficio de una dirección de pesos medios que no le abriría ninguna puerta nueva. El tercer escenario consiste en que la Corte Constitucional se incline por la llamada 'opción modulada' y apruebe la reelección, pero no inmediata. Si ese es el caso, quien realmente podría entrar a reñir la candidatura liberal con Serpa sería César Gaviria. Aunque el ex presidente ha dicho repetidamente que esa opción no está en sus planes, a la legua se ve que la sola posibilidad desvela al serpismo. Están preocupados, además, por la elaboración de las listas al Congreso. Ellos piensan que con las nuevas reglas electorales, quien ocupe la dirección tiene armas para fortalecer aliados y golpear enemigos. Si el motivo real de angustia es la eventual aspiración de Gaviria, es ilógico que Serpa descarte la consulta popular abierta como método para elegir el candidato. Él logró, en la segunda vuelta del 98, la mayor votación de la historia de su partido: 5.600.000 votos. El doble de los que obtuvo Gaviria cuando fue elegido presidente. Tantas aprehensiones han puesto a Serpa a hacer lo contrario de lo que le conviene. Se pasa el día convenciendo a los convencidos, justo cuando está tan cerca de la mayor oportunidad de su carrera como de su absoluta extinción.

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