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La paz capitalina

Nadie se imagina el temor en el que viven los colombianos en las zonas que continúan siendo “rojas”, por cuenta de las disidencias o por cuenta de los residuos del paramilitarismo que desde hace tiempo continúan delinquiendo en gran parte del territorio nacional.

Germán Calderón España, Germán Calderón España
18 de abril de 2018

Nadie se imagina el temor en el que viven los colombianos en las zonas que continúan siendo “rojas”, por cuenta de las disidencias o por cuenta de los residuos del paramilitarismo que desde hace tiempo continúan delinquiendo en gran parte del territorio nacional.

El asesinato de una mujer joven víctima de los lugartenientes de Guacho, en presencia de su hija menor, causa náuseas. Su condena se sustentó en que fue quien grabó en su celular los cadáveres de los periodistas ecuatorianos, motivo por el cual el gobierno vecino no prosiguió con las negociaciones de un hombre engrandecido por la maldad.

Los gritos desgarradores de esa niña, nos obligan a preguntarnos ¿cuál paz es la que acordamos?

Sin embargo, los colombianos no tenemos otro camino diferente a pegarnos del dicho de un viejo amigo: “con una muerte menos en nuestro país, es suficiente para continuar luchando por esa paz que no terminamos de ver en su dimensión diáfana y transparente.”

¡Ciudadanos! Imaginémonos por un instante con los ojos cerrados, la tragedia, el temor y el horror que sufren a diario nuestros hermanos de Nariño, Putumayo, Chocó, y en general, las zonas donde todavía cunden estos sentimientos que nosotros desde las capitales no padecemos.

Aún con el azote de la delincuencia social que está causando desazón en las capitales y que proscribieron de tajo la oportunidad de caminar por las calles que se consideraban hasta hace poco “seguras” y que a diario vomita noticias del robo del celular o de la billetera de los hijos de sutano o de mengano, o del hurto de la bicicleta del muchacho que quiere comerse un helado en los centros comerciales, vivimos en un paraíso que bien o mal permite la protección de la vida de nuestros seres queridos.

¡Dios! ¿Qué más nos puede suceder para que la guerra sea el alimento de algunos candidatos y seguidores que desean acabar con el pedazo de paz que nos está dejando nuestro Presidente?

¿Por qué no dejamos de mirar los errores de ese proceso y coadyuvamos en la consolidación y perfeccionamiento de la paz?

Pensemos que en este momento termina siendo más seguro nuestro país, que las ciudades europeas o norteamericanas a donde los pudientes enviaban a sus hijos para que fueran protegidos en su integridad. Si no es el terrorismo, los consume la droga.

Pidámosle a nuestras esposas y a sus esposos que ya no programemos más viajes de vacaciones al exterior. Aprovechemos que algunas regiones nos brindan paisajes y parajes de locura, como aquella hacienda cafetera El Sinaí, en Chinchiná, Caldas, en la que instruyen a los niños el proceso de producción y obtención del café que nos tomamos nosotros los adictos a tan benéfica bebida.

Apostémosle a los candidatos que en estos últimos días de campaña propongan poner los ladrillos que faltaron para la construcción del templo sagrado de la paz, en el que podamos pulir la piedra bruta y compartir fraternalmente como hermanos, y en donde podamos recitar la bienaventuranza consagrada en el salmo 133: “Mirad cuan bueno y delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía.”

Exhortemos al gobierno actual y al presidente entrante para que le pongamos el moñito a la butifarra y solidifiquemos la paz, creando herramientas como los GEPAS, Grupos Especiales para Paz, que surjan del querer constitucional de ese sagrado derecho y así materializar los sitios de la nueva Colombia para quienes se inmovilizaron y evitar el dominio territorial de pocas manzanas podridas que le hacen daño a la sociedad.

Reivindiquemos un nacionalismo sano que produzca una verdadera independencia judicial e institucional en procura de mayores índices de soberanía en la que no permitamos que nuestro pocillo de paz se despedace.

Desprendámonos del egoísmo capitalino y hagamos lo que esté a nuestro alcance para que la paz llegue a esos rincones territoriales donde asesinan indiscriminadamente, para no dejar que nos vuelva a dar náuseas, y lo más importante, para que esos hermanos vuelvan a sonreir.

(*) Gutiérrez Morad & Calderón España. Abogados Constitucionalistas.

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