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La soledad de un policía en las riberas del Atrato

“La policía del Chocó parece más bien la de un país en plena época colonial”, narra un agente de la Policía Nacional al describir su situación en las selvas chocoanas y compararla con la que se vive en otras regiones del país. Texto de un policía inconforme.

Semana
29 de junio de 2011

Hace un par de semanas viajaba yo por el Atrato en una lancha de servicio público que cubría la ruta entre Quibdó y Turbo cuando en uno de los tantos retenes de la Fuerza Pública el lanchero fue requerido para que detuviera la marcha y los pasajeros descendiéramos y entregáramos nuestras cédulas con el fin de verificar si teníamos algún requerimiento judicial.

Para quienes viajan cotidianamente por este afluente asumen el asunto con mucha calma, pues es rutinario. Son varios minutos de espera mientras los agentes llaman por radio a una base de quién sabe qué ciudad y leen, uno a uno, los números del documento de identidad. En esa ocasión, viajábamos diez mayores de edad. Sumándome a la paciencia de los demás viajeros, aproveché ese momento para tomar unas fotografías del lugar, lo que llamó la atención de algunos uniformados, quienes me llevaron aparte y me preguntaron en su tono habitual “nombre, profesión y motivo del viaje”.

Al responder que era periodista, llamé la atención de uno de los agentes, quien comenzó a hablarme de la situación de orden público que padecían las comunidades de negros e indígenas asentadas a lo largo del Atrato por culpa, según él, “de la guerrilla de las Farc”, y de la vulnerabilidad de la Fuerza Pública en aquella zona.

Una vez verificados los antecedentes, el lanchero encendió motores y los pasajeros regresaron a sus sitios. Yo me demoré unos minutos, mientras escuchaba las historias del agente, quien al final me pidió un favor, que le diera mi número de celular y una dirección electrónica. Su propósito era escribir todo lo que me narró y que le ayudara a divulgarlo. Le dije que estaba de acuerdo, así que le di mis datos y continúe mi viaje.

Al regresar a Medellín varios días después y revisar mi correo electrónico encontré un mensaje del agente, de quien obviamente no voy a divulgar su nombre, que contenía un archivo adjunto con sus apreciaciones y me solicitaba que lo publicara.

Quizás no comparta alguna de sus apreciaciones, pero en aras de respetar íntegramente sus ideas y tras considerar que es una opinión valerosa, me permito reproducir el documento escrito por este policía, no sin antes indicar que sólo le corregí algunos aspectos ortográficos y de puntuación e hice un par de precisiones semánticas para aclarar varias expresiones. Este es el texto:

“Chocó es uno de los países vecinos de Colombia, perdón, uno de los departamentos de este país llamado Colombia. Claro que más bien parece lo primero, parece un país alejado del resto del mundo. ¿Por qué el gobierno colombiano no mira hacia él?

Y ni qué decir de la policía chocoana, que más bien parece la policía de un país en plena época colonial, pero, ¿a quién le importa la policía de un mundo olvidado como lo es el Chocó? Si para eso está la policía de las grandes ciudades que, con un abismo de diferencia, muestra un despliegue de tecnología, hombres “comprometidos”, vehículos lujosos y plataforma tecnológica bastante grande, así como cantidad de personal engrosando las filas de una policía comunitaria, ambiental o de turismo. Todos estos hombres realizan labores que, muchas veces, no tienen nada que ver con el servicio de policía.

Todo este mostrario es sectorizado y en nada tiene que ver con la policía de este país, perdón, de este departamento, muy seguramente llamada por los de afuera como “la mejor policía del mundo”, eso sí, sin incluir al Chocó.

Esa policía, la del país del Chocó, es muy diferente: es frágil, mermada en hombres, mermada en sueldo, (no se paga la prima de orden público porque no hace falta, no es necesario, en Chocó no existen esos problemas). Qué ironía. Y saber que finalmente se está hablando de la misma institución que está allá en Colombia.

A todo esto se le suma que en las estaciones de este olvidado territorio se mantiene un puñado de hombres que más que bien tendrían que apelar a su valor y no al apoyo de su institución para aguantar la arremetida de unos salvajes hombres que engrosan las filas de la subversión y que no entienden bien por qué lo hacen; tan solo lo hacen como entes movidos por un control. Pero, en fin, así las cosas y con esta ventaja dada al enemigo, ¿sería posible ganar esta guerra absurda? Creo que no.

Todo esto no se piensa en las grandes esferas del poder, donde sólo se piensa en mantener la imagen, más que la vida de esos hombres arriesgados que, a pesar del número, se mantienen allí.

Pensar en todo esto sería puro sentido común, o sensibilidad, pero algo es cierto: es una realidad que viven pocos y que saben menos. Allí no hay tecnología, no hay luz, no hay agua potable, si no llueve, no hay el tan anhelado liquido. Y no hay personal suficiente para estar completamente seguro.

¿Pero, todo esto a quién le importa? ¿A quién le importa que no haya proporcionalidad en hombres? Este enemigo de la Fuerza Pública ha sido alimentado por años por el mismo Estado, pues su fuerza radica en la fragilidad estructural y escases de personal que hay en algunos lugares. ¿Pero, a quién le importa? ¿Al Gobierno? ¿A la Policía? ¿A las organizaciones de derechos humanos? A ellos tal vez, solo si fuéramos guerrilleros. Esto solo le importa a un pequeño círculo de personas llamada familia; el resto simplemente lo ignora y los que sí saben lo arreglan todo mostrando documentos alejados de la realidad.

Cuando esos hombres aceptan vivir en esas condiciones, sacrifican, más que sus vidas, su familia, sus costumbres, sus gustos. Pero eso solo se siente cuando se vive. Se les reclama una lealtad que a ellos mismos no se les muestra.

Señor colombiano, a menos que usted sea uno de esos hombres o familiar de uno de ellos, sentirá escalofrió con esta historia. Y si no lo es, pues no se preocupe, porque esto solo ocurre en un país llamado Chocó”.

(*) Periodista y docente universitario

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