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La suerte de los ricos

Si se es hijo del Presidente, prácticamente no hay puerta que esté vedada porque la “alta” política en Colombia se entiende como un club exclusivo y pleno de prerrogativas.

Semana
5 de mayo de 2009

Los negocios recientes de Tomás y Jerónimo Uribe han generado un gran debate sobre qué tan correctos y éticos son. Según el denunciante Daniel Coronell, los hijos del Presidente compraron unos lotes rurales en Mosquera, cuyo valor aumentó de manera exponencial gracias a su influencia política. Esto debido a que funcionarios públicos, entre los cuales se encuentran subordinados directos de su padre, tomaron decisiones que convirtieron dichos terrenos en áreas de uso industrial y aprobaron la construcción de un multimillonario proyecto de zona franca.
 
Más allá del debate jurídico y político, que podría tener tintes de escándalo, vale la pena aprender de este caso ciertas lecciones sobre el tipo de sociedad en que vivimos. Y para ello es muy útil la teoría de Robert Merton, uno de los más importantes sociólogos estadounidenses del siglo XX.

Según Merton, en aquellas sociedades con grandes desigualdades estructurales, donde la acumulación de capital es la principal medida del éxito social (y una verdadera obsesión cultural), virtudes ordinarias como la diligencia y la honradez tienden a parecer de poco provecho. En cambio, las personas suelen darle gran importancia al misticismo para explicar su situación social; ésta se puede deber a la casualidad, la suerte o la voluntad divina. Tanto quienes triunfan como quienes fracasan en el intento de hacer fortuna, atribuyen en buena medida el resultado a uno, o varios, de estos factores.

Este tipo de sociedades exalta además los beneficios sociales de la gran riqueza de individuos emprendedores quienes, a base de olfato, prudencia y algo de suerte, obtienen sus grandes fortunas. Como decía una revista de negocios citada por Merton, “cuando un individuo mediante inversiones prudentes -ayudadas en muchos casos, según todos reconocemos, por la buena suerte- acumulan algunos millones, no nos quita con eso nada a los demás”. Algo parecido sostienen Tomás, Jerónimo y sus defensores. ¿Qué tiene de malo hacer plata si, además de trabajar duro para ello, se tiene sagacidad para los negocios y la suerte de estar en el lugar y el momento adecuados? ¿Qué ley han violado? ¿A quién han perjudicado?

Esta defensa, que parece tan contundente de lo simple que es, se torna problemática si se mira con más detenimiento el contexto social y político en que adelantan sus negocios los hijos del Presidente y otros cuantos, tan afortunados y talentosos como ellos.
 
Siguiendo a Merton, la supuesta suerte de quienes gozan de grandes fortunas en sociedades donde la meta cultural del éxito económico se predica para todos, pero en realidad está al alcance de un grupo limitado, tiene una explicación sociológica distinta.
 
La apelación a la astucia y la fortuna es una forma de “explicar la discrepancia frecuente entre el mérito y la recompensa, a la vez que se mantiene inmune de toda crítica una estructura social que permite que esta discrepancia sea frecuente.” Desde esta perspectiva, la clave del éxito económico no se basa única, ni principalmente, en la aptitud para los negocios y una buena dosis de fortuna, sino en los contactos e influencia que ofrece una posición social privilegiada. Sin desconocer el espíritu empresarial de los Uribe, no se puede ignorar que si se han enriquecido de manera notable en pocos años, ello se debe en buena medida a que viven en una sociedad como la colombiana.

En Colombia, pertenecer a una clase social privilegiada, con dinero y contactos en las altas esferas política y económica, abre muchas puertas. Y si encima se es hijo del Presidente, prácticamente no hay puerta que esté vedada. Esto porque la “alta” política se sigue entendiendo como un club exclusivo y rico en prerrogativas. Prerrogativas para quienes tienen el poder de hacer favores y quienes están en posición de pedirlos. Unos y otros serán retribuidos, bien sea en la esfera pública o la privada.
 
Así, la práctica común de altos funcionarios estatales que dejan sus cargos para ocupar puestos directivos en grandes empresas (que muy probablemente se beneficiaron de sus políticas y decisiones cuando eran servidores públicos), no es vista con desconfianza, sino como el justo premio a una gran gestión.
 
Y viceversa; cada vez con mayor frecuencia importantes dirigentes del sector privado hacen una pausa en sus negocios (a los que volverán) para prestarle su servicio a la patria desde un alto cargo estatal. Sería de malpensados sospechar que dichos funcionarios favorecerán desde su puesto sus intereses privados y los del gremio al que pertenecen. Al menos eso piensa la dirigencia política y económica de nuestro país, que incentiva y defiende dicho tipo de conductas.

Que nos hayamos acostumbrado a que estas conductas sean la regla, no las hace justas ni correctas, como pretenden en el caso de Mosquera los hijos del Presidente, el alcalde de Mosquera (que se benefició del negocio), los ministros y altos funcionarios que aprobaron la zona franca, cuyo jefe inmediato es el Presidente, así como muchos otros políticos y empresarios que piensan como ellos, porque les conviene.
 
Personas con el talento e iniciativa de Jerónimo y Tomás Uribe para los negocios sobran en Colombia; pero son muy pocos los que, como ellos, tienen las oportunidades políticas y económicas para hacer realidad sus proyectos. Tal vez esto sea legal en el país en que vivimos, pero, por favor, que no nos digan que es cuestión de suerte.

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