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La tercera vuelta

Garzón es probablemente el único candidato presidencial sensato de que se tenga noticia en este país

Antonio Caballero
24 de septiembre de 2001

Hace cuatro años lo que proponía Andrés Pastrana era lo que hemos visto, y que algunos habíamos incluso previsto: lo más malo posible. Por contraste, la candidatura de Horacio Serpa se presentaba entonces como un mal menor, pero sin entusiasmo: era más de lo mismo. Y hoy sigue siendo exactamente eso. En cambio Noemí Sanín no era entonces ni lo uno ni lo otro: era otra cosa, y por eso gustaba. Hoy, sin embargo, ya no es otra cosa: es Noemí. Y aún más grave: la acompaña en sus aspiraciones Fabio Valencia Cossio, ese que ni ha cambiado ni se ha dejado cambiar, en flagrante contradicción con su promesa de investidura (el famoso “o cambiamos, o nos cambian”). Y se dispone a acompañarla también Juan Camilo Restrepo en cuanto su propia y fugaz campaña le haya servido para lo que la quiere: para ponerse en la fila india de los que son más de lo mismo.

Alvaro Uribe, por su parte, es lo peor de lo mismo. Paramilitares, tropas extranjeras, y por añadidura esas incómodas preguntas sobre sus relaciones con el narcotráfico que hace Fernando Garavito desde El Espectador, y que el candidato Uribe no contesta.

¿Los demás? Ingrid Betancourt, nuestra autodesignada Juana de Arco, ni siquiera es lo mismo que Juana de Arco: no oye más voces que la suya propia. El general Rosso José Serrano ya no es ni siquiera el “mejor policía del mundo” designado por los gringos. El general Bedoya ya no es ni siquiera el general Bedoya. Nunca fueron ni ellos mismos: eran sólo sus cargos.

Queda Luis Eduardo Garzón, que es distinto.

Para empezar, y al margen de la insensatez que supone el hecho mismo de lanzar su candidatura presidencial, Garzón es un hombre sensato. Probablemente el único candidato presidencial sensato de que se tenga memoria en este país plagado de Andreses Pastranas y de Reginas Onces. En sus declaraciones, en sus entrevistas, incluso en sus discursos, sólo dice cosas sensatas. Y, lo que es más importante, no ha dicho ni una sola tontería. Ni para cultivar votos con promesas populistas, ni para granjearse la benevolencia de la embajada norteamericana, ni para crecer en las encuestas. Como le confiaba hace unos días a esta revista, él no opina en función de las encuestas, como los demás candidatos. O sea: no aspira a engañar. Si un sólo rasgo define como “distinto” de todos a un candidato presidencial colombiano, con ese basta.

Y no es que Garzón no diga tonterías porque se abstenga de hacer propuestas concretas, ni porque eluda habilidosamente los temas delicados. Por el contrario. El candidato del Frente Social y Político…(Abro aquí un paréntesis para hacerle una crítica al candidato. O bien la vaguedad sin contenido de ese nombre —Frente Social y Político— no es de su propia cosecha; y eso es malo, por los trapicheos y acomodamientos que permite intuir. O bien sí lo es, y entonces es peor. Porque significa que en este Luis Eduardo Garzón tan directo, tan franco, tan distinto que vemos ahora, subyace todavía el mamerto de su juventud. Y lo propio —y lo dañino— de los mamertos es justamente eso: que subyacen). El candidato del Frente Social y Político —o, para llamarlo de un modo muy distinto, Lucho Garzón— habla claramente. No es que diga que va a hablar claramente, como han dicho todos los demás (recuerden, para poner un solo ejemplo, al cantinflesco Alvaro Gómez, que en alguna de sus muchas campañas presidenciales usó el asombroso lema de “Alvaro habla claro”). Es que a Garzón lo que dice le sale claro con naturalidad; porque, como ya señalé, no aspira a engañar. Habla claro inclusive cuando no dice nada: le cuenta a la revista Cambio que en la Universidad de Antioquia “cuando me preguntaron usted qué propone y yo dije ‘nada’, me aplaudieron”. Y cuando sí propone, propone cosas claras. No ese blando y nebuloso “Sí Colombia” que canturrea Noemí Sanín, ni ese inverosímil “ahora sí” que promete Horacio Serpa, ni ese incalificable “yo sí” con que se golpea el velludo pecho Alvaro Uribe. Garzón dice las cosas tal como las piensa. En los temas más simples, pero que los otros confunden con su deliberada hipocresía, como es el de la droga: hay que legalizarla. Y en los temas en apariencia más abstrusos, como el de la reforma pensional: lo primero que necesita el régimen de pensiones es que la gente lo entienda.

Y no teme decir de frente, claramente, ni en qué coincide con las Farc (en la necesidad de una reforma agraria); ni en qué coincide con Uribe (en los subsidios de vivienda); ni en qué coincide con Ingrid (en que hay que hacer una preconstituyente); ni en qué coincide con Serpa (en la política de protección del campo); ni en qué coincide con Noemí (en que hay que hacer una reforma política de fondo); ni en qué coincide con el ELN (en que Colombia debe ser un país de regiones), ni en qué coincide con Juan Camilo Restrepo (en que debe existir un Partido Conservador de verdad). Es decir: no le da miedo ni coincidir con sus adversarios, ni reconocerlo. Y, en mi opinión, coincide con los otros en las pocas cosas sensatas que dice cada uno de ellos. Y es porque, como dice, “no veo que el mundo se mueva entre blanco y negro”.

Tal vez la sensatez de Garzón le venga de que está curado de espantos: “Yo fui parte de la Unión Patriótica y muy pocos quedamos vivos”.

Y tal vez esa sensatez incluya la propia insensatez de su candidatura presidencial. Porque no se hace la menor ilusión de que vaya a ganar, pero a la vez está convencido de que lo que él representa, lo distinto, a la larga tiene que ganar. Por eso se prepara y trabaja para la que él llama “la tercera vuelta”. Tiene razón: es la única que nos queda.

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