OPINIÓN
La violencia y el mito necesario
Todo héroe necesita alimentar el mito del enemigo para que su violencia aparezca como la “justa” respuesta ante la agresión del villano que pretende arrastrar al mundo hacia la oscuridad.
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Durante los años 2003 y 2004, al considerar que la ciudad “se estaba perdiendo en medio de la delincuencia y las drogas”, sicarios al mando de “Juancho Dique” asesinaron a más de 300 personas por encargo o con el beneplácito de empresarios, comerciantes y miembros de los organismos de seguridad de Cartagena. Cinco años más tarde la ciudad presenciaba un descomunal despliegue de seguridad con motivo de la reunión de los multimillonarios de América Latina, mientras en un barrio marginal pandilleros asaltaban un carro de la basura.
En Medellín, en octubre del 2002, el Ejército y la Policía Nacional, al parecer con el apoyo de paramilitares comandados por ‘Don Berna’, realizaron en la Comuna 13 de Medellín la Operación Orión con el fin de “devolver la tranquilidad a los ciudadanos”. En el 2009 el aumento de los homicidios, que ya supera el 60 por ciento con respecto al mismo período del año anterior, ha sido atribuido por el director de la Policía, general Oscar Naranjo a la captura de ‘Riñón’, así como a la entrega de ‘Don Berna’ y de ‘Rogelio’. En una de sus respuestas la Alcaldía y el gobierno decidieron enviar “dos pelotones para reforzar la Comuna 13 y evitar que este problema se siga presentando”. El sicariato, el poder mafioso y las masacres permanecen imperturbables.
A comienzos de julio, Víctor Carranza, conocido como “el zar de las esmeraldas”, sobrevivió en Puerto López al ataque de un escuadrón de sicarios armados con lanzagranadas y fusiles. Esta región del Meta, en donde por décadas han actuado grupos paramilitares de toda laya y en la que hoy hacen presencia otros bajo el mando de “Cuchillo” y “el Loco Barrera”, vive la coacción de siempre y la incertidumbre de una nueva disputa.
Estos sucesos ilustran la complejidad de la violencia y ponen de manifiesto la insuficiencia de las soluciones ¿Por qué a pesar de las múltiples acciones y procesos emprendidos la violencia retorna, de manera casi cíclica, y parece perpetuarse?¿Por qué al abordar el reto de la violencia se alienta la construcción de mitos que distraen o simplifican su comprensión?
Durante siglos la figura de la Hidra de Lerna de la mitología griega, esa serpiente gigante de aliento venenoso y múltiples cabezas que representó un enorme desafío a Hércules, ha servido para representar al enemigo como alguien cruel y deshumanizado. El mito, lejos de reconciliar polos distantes y conjurar la angustia del hombre y las relaciones humanas, se ha convertido en una herramienta para construir una visión dicotómica del mundo a partir de categorías como malos y buenos; bárbaros versus civilizados; villanos contra héroes.
Disidentes políticos, “herejes”, negros, brujas, homosexuales, criminales, contradictores, han sido considerados como manifestaciones de ese monstruo milenario y policéfalo que se resiste a morir.
El mito magnifica la amenaza del enemigo para hacer heroica la victoria. La violencia aparece como necesaria, es la “justa” respuesta ante la agresión del villano que pretende arrastrar al mundo hacia la oscuridad. Con su derrota evitaremos “la hecatombe”, saldremos de las tinieblas bajo la égida de una espada victoriosa. La violencia emancipa, limpia, redime.
Pero todo aquel que combate considera justa su violencia. Justas fueron las Cruzadas para los cruzados; justas o inevitables en los labios de los Castaño y Mancuso fueron las masacres por ellos perpetradas; excusables los “falsos positivos”; necesarias “las chuzadas”; justa para las Farc ha sido su guerra de continuos excesos, así como heroico para ellos es Tirofijo, ese sempiterno guerrillero cuyo cadáver se ha convertido en una necrofílica obsesión gubernamental que solo refuerza el mito. La guerra necesita héroes.
El héroe lucha contra incontables enemigos, “sacrifica su vida por la comunidad, por sus compañeros, por la nueva vida”, como dice Wolfgang Sofsky. El héroe parece despreciar la muerte, aunque esté aferrado a la vida de manera febril. Tiene miedo de no trascender, ansía y teme a la historia.
El héroe es un sobreviviente, evade los bombardeos, las balas o los múltiples atentados, los reales y los ficticios, entra en un terreno que es legado de los dioses, siente el designio del Supremo o de la historia, la fama eterna abre sus puertas, el “Estado de Opinión” lo aplaude. Pero la realidad es menos gloriosa “heroicos somos nosotros que sobrevivimos” dice Elkin, un pandillero de esa periferia miserable e invisible de Cartagena
El héroe necesita siempre una guerra, un nuevo enemigo: las “bandas del narcotráfico en Córdoba”; “la oligarquía”; el “Loco Barrera”; “Don Mario”, “Alfonso Cano”; las pandillas de Cartagena, poco importa. Lanza los dados, prevé que la reelección será un imperativo, un clamor si logra un nuevo trofeo, un cadáver, tal vez el del asediado “Jojoy”.
En el fondo tiene la certeza de que una vez cortada la cabeza de la Hidra tendrá nuevas cabezas que cortar, nuevas hazañas que acometer, nuevos cuerpos que exhibir. La violencia se nutre de ella misma, se hace ineluctablemente “acumulativa”, la realidad se diluye.
Nuestra situación actual no sólo permite pensar en la Hidra de Lerna, sino en una violencia que se escenifica con sus protagonistas como una parodia de Sísifo, ese hombre condenado a cargar una roca hasta la cima de una montaña que luego rueda y que él vuelve a cargar en un incesante ir y venir. Albert Camus, el escritor francés, consideraba que la trágica condición de Sísifo y su inacabable tarea le daban sentido a su existencia: evitaba que se suicidara.
La soberbia y el esfuerzo inútil llenan su corazón, la ira no evita que la roca vuelva a rodar, nuestro Sísifo la volverá a cargar, no busca respuestas, es ciego. La violencia continúa. La historia se escribirá después.
*Gustavo Salazar es profesor facultad de ciencia política y relaciones exteriores de la Universidad Javeriana.