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La vulgaridad

El terminacho de ‘Jojoy’ lo acabó diciendo el ex presidente, con rodeos y paráfrasis

Semana
12 de junio de 2000

Hablaba de los cínicos, cuando encuentro que otra modalidad recurrente en algunos críticos resentidos es la vulgaridad. Se le fueron las luces ‘evidentemente’ al ex presidente Lemos Simmonds en su artículo en contra del secretario que fue de la Presidencia, don Juan Hernández, y que tituló, con toda la intención de insultar, ‘El runcho’.

Yo me cuento entre los más antiguos amigos de la dignidad presidencial y justifico honores, pensiones y todo lo que le sea anejo, porque no en vano se llega a ocupar el más alto escaño de la democracia. No importa si son dos días o diez los que hayan glorificado la vida ilustre del ex presidente Lemos, si de todos modos transcurrió durante esas horas con el transitorio halo de presidente y pudo lucir la ceremonial banda, por cierto muy poco usada hoy en día.

La dignidad se conserva y no es posible desnudarse de ella. De hecho insultar a un hombre de inferior nivel político, tildándolo de chucha, rabipelao, runcho o rata (y ojalá fuera con la simpatía con que se mencionaba al Runcho Ortega), así como hablar de heces y cloacas —lo que parece fascinar a algunos articulistas del mismo sector político— lo que consigue es colocar al que ofende en la bajeza que pretende para el ofendido. Y es imperdonable en un ex mandatario de la Nación, tan leído, tan de ojos violáceos y de tez tan salpicada de nobleza, de saco tan cruzado, tan inglés y rayado, estilo Alberto Lleras, años 40 o mafia de Chicago, años 30.

Los animales son por lo general hermosos. Sé de mi dibujante amigo y pariente que, habiendo querido figurarlos como símbolo o bien de las torturas de las caballerizas o bien de los dineros inocultables del narcotráfico, acabó queriéndolos y haciéndolos cómplices de sus comentarios. Todos son inocentes y puros, aun en su salvajismo. No hay para qué descalificarlos como seres sucios o de rapiña, ni merecen tampoco que se les compare con los humanos, haciendo aspavientos de asco por su fisiología que, por lo demás, es común a todos los mamíferos. Escriban o no. Quiso el presidente Lemos fabricar una fábula de Esopo, sin delicadeza ni poesía alguna, sino por el contrario, con odio y ánimo ansioso de venganza.

Es bien claro que, a falta de algo que se equipare con el mayúsculo escándalo del gobierno pasado, los opositores de hoy se han aferrado a una sastrería de prendas militares y les han bastado esas costuras para desplegar la más furibunda retaliación política. Es éste un periodismo con ofensas, precisamente el que tiene prohibido en su casa C. Ll. de la F., sólo que ocurre en el otro diario, donde se desborda esta terminología escatológica, que con rodeos y paráfrasis, viene a significar lo mismo que dijera el inefable ‘Jojoy’ cuando indicó en lo que convertiría al país, si contara con 32.000 efectivos más. Todos escuchamos el terminacho aquel, que es el mismo con que comenzaban o finalizaban las novelas del boom latinoamericano.

Es increíble. Para el muy culto Lemos, la familia laboriosa del Secretario (cuyo nombre soslaya) es una vejiga providente de la ubre familiar; la expresión de su rostro la conforman unos ojuelos oblicuos,... medrosos y taimados, como los del runcho; su oficina es la de un cambalachero profesional; su defensa, que la ejerció ante el Senado, equivale a hacerse el muerto, cual mortecina pestilente. Y termina con descripciones digestivas del animalejo, y del runchismo que ha llegado al poder, que mejor es no meneallas.

Insultos, no, por favor. Tampoco descripciones malolientes, menos en ex presidentes de la República. Porque estamos en un Estado de derecho y saben ellos que no pueden injuriar ni calumniar ni dar trato degradante a las personas, que ocasionalmente son sus enemigos políticos. Sin proponerme su defensa, creo que Juan Hernández, quien enfrentó a una corporación en pleno y en su peor momento de cobardía colectiva y que lo recibió con risas y sarcasmos, asumió su mala hora con coraje, sin temblarle la voz y con la fuerza de ciertos argumentos, que al menos formalmente lo exoneraban, con los cuales fue acallando al auditorio y ganándose algún obligado respeto. No hallando de qué asirse, el acusador que se reveló como clientelista confeso, apeló a la declaración de renta del Secretario, que citó al banquillo, documento que le llegó por debajo de la puerta, como le llegaban a Horacio Serpa las indagatorias de Santiago Medina (q.e.p.d.).

Pienso que si el ‘Mono Jojoy’ hubiera nacido en tan alta cuna de Popayán, si hubiese leído tanto y con tanto provecho y hubiese escalado todas las posiciones del Estado, no habría dicho lo que dijo y como lo dijo sino de esta otra manera: “Con 32.000 efectivos volvemos este país un ‘chisguete hediondo que salpica con su miasma a los demás“ (*). Con ello se habría ahorrado la palabreja, que en el fondo fue la que quiso lanzarle, a todo lo largo de su columna, el ex presidente Lemos a don Juan Hernández, en un mal momento de sus notas periodísticas.



(*) Lemos. ‘El runcho’, mayo 8 de 2000, pág. 1-19,

El Tiempo. Bogotá.

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