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LAS ACTAS PERDIDAS

Antonio Caballero
27 de octubre de 1986

Primero produjo pintura: las paredes de Colombia se llenaron de palomas--más entusiastas, la verdad sea dicha, que artísticas. Ahora produce literatura: las librerías están llenas a rebosar de libros sobre el proceso de paz, escritos por periodistas y por generales, por ministros y por guerrilleros. Hasta el ex presidente Belisario Betancur ha anunciado que, no contento con haber editado ya sus discursos y documentos de Estado sobre el tema, piensa publicar no uno, sino dos libros más. En esa masa habrá, naturalmente, buena y mala literatura como ocurrió con las palomas pintarrajeadas en los muros. Pero lo importante no es eso, ni lo es tampoco el fenómeno visto desde el ángulo de la industria editorial, que es ya considerable. Lo verdaderamente serio del asunto es que, por primera vez en nuestra historia, los colombianos estamos pudiendo mirarla de frente casi en el mismo instante en que se hace.

Esto no había sucedido nunca.
Por política en algunas etapas, y por desidia en otras. Para saber de la Violencia tuvimos que esperar cerca de veinte años y, en no pocos casos, necesitamos la intervención de investigadores extranjeros. Referidos a otros aspectos de nuestra historia contemporánea sólo ahora empiezan a aparecer algunos libros, y en cuanto a las memorias de los protagonistas, que en el siglo pasado aparecían con relativa abundancia, en éste no tenemos nada más que las "Memorias de mi propia vida" de Carlos Lleras Restrepo, que llevan un retraso de cuarenta años: vamos apenas por las elecciones, del año 46. El cierto grado de inmediatez que existió entre los hechos y las crónicas de la Conquista, escritas a veces por sus protagonistas casi a la par con sus acciones quedaba anulado por el retardo, a veces de siglos, en la publicación. Los Libertadores reservaron su grafomanía para cartas y proclamas, y pasaron treinta años antes de que el señor Restrepo se sentara a escribir la historia de la Revolución. Por eso lo que está sucediendo ahora carece de precedentes: ningún momento de la historia colombiana había generado tanta literatura por parte de sus contemporáneos, y en muchos casos de sus protagonistas, como estos años del proceso de paz de Belisario.

Puede ser un indicio de su importancia histórica. El proceso de paz es, al fin y al cabo, prácticamente la única cosa nueva que le ha sucedido en cuarenta años a este país atado a la noria de una violencia sin salida, y al parecer estática. O puede ser un simple error de perspectiva, producido por la vanidad de los contemporáneos y los protagonistas. Error de perspectiva que, en la historia inmediata, se agrava siempre por la inevitable parcialidad del punto de vista de quien pretende escribirla. (Aunque, por otra parte, el paso del tiempo en nada garantiza la imparcialidad de juicio, como lo siguen probando los libros antibolivarianos o antisantanderistas que publican nuestros historiadores). Es apenas natural que no vaya a ser lo mismo,ni vaya a contar la misma historia, el libro "El precio de la paz" del general del Ejército Fernando Landazábal Reyes que el "Cese al fuego" del comandante guerrillero de las FARC Jacobo Arenas. Ni pueden ser comparables dos libros, ambos de periodistas, ambos de autores que fueron miembros de las comisiones de paz de Betancur, como la "Historia de una traición" de Laura Restrepo y "La guerra por la paz" de Enrique Santos Calderón. Este cuenta el proceso día a día, en una recopilación de artículos de prensa tal como fueron escritos al calor de los hechos. La otra analiza a posteriori una etapa cerrada y terminada del proceso, como es la de la tregua frustrada con el M-19. Pero esa misma diversidad de puntos de vista, de formas y de modos, esa pluralidad de opiniones de los historiadores inmediatos, compensa la parcialidad de cada uno: el lector puede confrontar sus versiones.

Y al hacerlo, ya no le será posible alegar la ignorancia que conduce, como es sabido, a repetir la historia. Y para hacerlo le basta con ir a la libreria de la esquina. La cual está ahí para llenar el vacio de las famosas "Actas de la Comisión de Verificación" que tantas discusiones provocaron sobre si debían o no ser publicadas, antes de que nos enteráramos de que, en fin de cuentas, nunca habían existido. --

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