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Andrea Padilla Villarraga.

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Las confesiones de Rogelia

Cierto es que, tras superar los dos debates en el Senado, nuestro proyecto de ley de prohibición de corridas de toros y corralejas naufragó en la Comisión Quinta de la Cámara.

30 de abril de 2023

Tan desesperada se ha mostrado la variopinta derecha del Congreso por defender prácticas de entretenimiento cruel con animales que, tras movilizar a galleros día y noche por los pasillos de las comisiones, vociferar muletillas lastimeras y repetir mentiras ––como que el Hospital de Manizales depende económicamente de las corridas de toros, pese a que en los últimos tres años Cormanizales solo le dio $35 millones–– procedieron, ahora sí, a radicar su propio proyecto de ley. ¡Y qué proyecto!

Es un libraco de 68 artículos que, además de pretender que el Estado fomente las corridas de toros, corralejas y otras violencias, o sea, les invierta plata; exigirles a los alcaldes que “velen” por su realización, pese a oposiciones de cualquier índole; ordenar que las peleas de gallos sean diarias (hasta eso), y decirles a los jueces que, en caso de controversia, deben fallar a favor de quienes maltratan a los animales (¡hágame el favor!), entre otros peligrosos disparates, confiesa aberraciones que hacen con los animales. Es decir, nos entera de crueldades que, no sabíamos, hacen parte de estas prácticas.

Rogelia Monsalve, representante por la circunscripción afro, cuya curul no ha estado exenta de controversias similares a las del representante Miguel Polo Polo ––de hecho, cursa contra ella un proceso en el Consejo de Estado–– es, tal vez, la nueva abanderada de la defensa del legado “europeo” y español” (se los juro, así dice en varios artículos del proyecto de ley). Pero en la forzosa inclusión de medidas de protección animal (obvio, hay que guardar las formas, no ser tan brocha), la representante de Malambo y sus aliados caen en penosas confesiones.

Por ejemplo, nos enteran de que a las corralejas ingresan palos, navajas, piedras, tanques (¿tanques?) y hasta motos; que las espuelas que les ponen a los gallos para que se maten entre ellos son de huesos, espinas de pescados, carey y hasta pezuñas (¿pezuñas?); y que en el coleo usan contra los caballos y las vacas objetos cortopunzantes, sustancias prohibidas y les aplican descargas eléctricas. Pero hay que reconocer que, en un gesto de benevolencia, los autores de este compendio de horrores y sandeces admiten que las herramientas de suplicio usadas en las corridas de toros ––como puyas, banderillas, estoque y descabello, o sea, cuchillos–– “puedan ser mejorados en su eficacia gracias a avances tecnológicos” (¡Vaya!). Lo cierto es que al final, según ordenan los verdugos, debe matarse al animal. De hecho, modifican varios artículos del reglamento taurino ––un adefesio normativo aprobado en 2004–– estableciendo centímetros, tipos de punta y materiales de los instrumentos para destrozar, desangrar y matar a los animales: todo un manual de tortura, un instructivo inquisitorial.

Cierto es que, tras superar los dos debates en el Senado, nuestro proyecto de ley de prohibición de corridas de toros y corralejas naufragó en la Comisión Quinta de la Cámara, donde venció la ponencia negativa de la representante Rogelia: once votos contra nueve. Pero no desistiremos en nuestro empeño por emancipar a los animales de prácticas violentas que son, en últimas, el reflejo de la falta de educación y empatía en Colombia. Seguramente, el prontuario y sumario confesional de la barbarie caerá en mis manos y en las de mis colegas de la Comisión Quinta del Senado. Ojalá quede, tan solo, como una anécdota para la galería.

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