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Las contradicciones de La Habana

El papel clave de la sociedad civil está en la tercera fase, cuando se pongan en práctica los acuerdos en las zonas del conflicto.

León Valencia
17 de noviembre de 2012

No será nada fácil la segunda fase de las negociaciones entre el gobierno y las Farc. En estos días se han presentado tensiones alrededor de cuatro puntos: la participación de la sociedad civil; el cese de hostilidades; el compromiso con las víctimas del conflicto; y la duración del segundo momento de las conversaciones. El país debe prepararse para un proceso cargado de contradicciones, de aplazamientos, de dolores y sobresaltos y los formadores de opinión debemos contribuir a la solución de los problemas en vez de ahondarlos.

Al momento de escribir esta columna no conozco los mecanismos para la participación de la sociedad civil en las discusiones de Cuba. Se ha anunciado una plataforma de internet para que los académicos, las organizaciones sociales y los líderes políticos hagan llegar sus propuestas.

Se podría complementar con la formación de un pequeño equipo integrado por miembros de las Farc y del gobierno que se reúna con País Libre, Asfades, Reiniciar y Movice para recoger las iniciativas en torno a la verdad y la reparación de las víctimas; con la Marcha Patriótica para hablar de la inclusión política; con la Mesa Nacional de Organizaciones Agrarias para escuchar las propuestas sobre tierras, desarrollo agrario y salidas a los cultivos ilícitos; y con expertos internacionales para intercambiar ideas en torno al cese de las hostilidades y la dejación de las armas.

Pero el papel clave de la sociedad civil está en la tercera fase, cuando se pongan en práctica los acuerdos en las zonas de conflicto. Es lo que falló en anteriores procesos de paz. Nada se hizo. Otras fuerzas violentas se apoderaron de los territorios y empezaron a controlar a la población. Las organizaciones de la sociedad civil y los gobiernos locales y departamentales tienen que concentrar su atención en la preparación de este tercer momento y no en la participación en la mesa de La Habana.

No veo que se le pueda dar la vuelta al acuerdo de negociar en medio del conflicto. Las Fuerzas Militares están convencidas de que el ‘Plan Espada de honor’ les dará grandes resultados. La derecha uribista desatará una gran campaña contra la paz si el gobierno detiene la confrontación. Acordar un cese bilateral de las hostilidades es una tarea dispendiosa y compleja como lo demostraron las negociaciones que se realizaron en Caracas y Tlaxcala en 1992.

Quizás solo quedan dos posibilidades para desescalar el conflicto: que en algún momento especial las Farc decreten un cese unilateral de las hostilidades –como lo hizo el Fmln de El Salvador al final de su negociación– y con esta medida audaz le sugieran al gobierno parar las acciones ofensivas en su contra; o que, bajo concertaciones sencillas y rápidas, se acceda a dejar por fuera del conflicto a poblaciones específicas como los indígenas del Norte del Cauca o modalidades de guerra como el sabotaje económico y los bombardeos.

La mesa de La Habana tiene que guardar un respeto solemne por las víctimas, sin excepción alguna. La discusión no puede girar en torno a quien hizo mayor daño o hacia cuáles víctimas tienen más relevancia, como lo dejó ver un comunicado de las Farc. El Estado, la guerrilla y los paramilitares, por acción o por omisión, han producido millones de víctimas en este largo y degradado conflicto. A los negociadores les corresponde establecer unas líneas de verdad y reparación ambiciosas para fortalecer la institucionalidad que ya se ha creado en función de los derechos de las víctimas. Solo así le pueden abrir campo a una amnistía y a un indulto condicionados para cobijar a los actores legales e ilegales del conflicto, factor sin el cual es casi imposible parar el enfrentamiento armado.

Leí y releí la hoja de ruta acordada en la fase exploratoria. Todo está concebido para que la segunda fase sea muy corta. Una negociación sin cese de hostilidades, cercana a una campaña electoral, en un país donde las fuerzas políticas decisivas tienen profundas diferencias sobre el tema, solo puede prosperar si las partes firman a marchas forzadas unos principios y unos procedimientos para desatar los cambios y las reformas y establecen un protocolo muy preciso para terminar la guerra. Ahí no acaba el proceso de paz. Ahí comienza. Ahí se abre la tercera fase.

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