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Las culpas de Uribe

La inamovilidad de los ministros comienza a ser vista entre la opinión, y no sólo entre la política, como un acto de terquedad

Semana
3 de noviembre de 2003

En esta debacle todo el mundo escoge su culpable. Para unos, el piedo-liberalismo logró hacer su daño. Pero ganó. Lo que no significa que le salga gratis: el liberalismo profundamente dividido, y el Presidente ad portas de soltar su diluvio tributario por cuenta del hundimiento del referendo, el piedo-liberalismo no puede negar, porque ganó, que en ambas cosas tiene responsabilidad.

Otros se han ido lanza en ristre contra los ministros, especialmente Londoño, que era el gerente del operativo-referendo. Hasta el pobre Ministro de Hacienda ha recibido palo y a los demás se les ha acusado de no tener ninguna representatividad política.

Al Congreso se le ha acusado de no haberle dedicado un solo día de campaña al referendo por andar haciéndoles campaña a sus candidatos a alcaldes y corporaciones.

Pero nadie se atreve a decir en voz alta que parte de la responsabilidad de todo lo sucedido le cabe personalmente al presidente Uribe.

Somos millones los colombianos dispuestos a rodear con más decisión que nunca a su Presidente. Vienen épocas aún más difíciles y lo necesitamos ahí, erguido, entusiasmado y más trabajador que nunca.

Pero no sobra pasarlo al tablero para hacerle su propio examen de responsabilidad.

¿Qué necesidad tenía de meterse en el bollo del referendo? Sí, era una promesa de campaña. Pero cuando el ministro Londoño comenzó a negociar su articulado con el Congreso se desperdició la oportunidad de dejarlo hundir. Salió vivo, pero deforme. Ganarlo era difícil. Perderlo era catastrófico. Primero, porque a los cuatro millones y pico de colombianos que votaron se les creó la expectativa de una panacea que no lograron alcanzar. Segundo, porque como ha quedado en evidencia, el debilitamiento político del Presidente era el precio de perder.

Y prueba de ello son los hechos que han venido ocurriendo posteriormente.

No hay duda de que la sobreexposición publicitaria del Presidente le hizo daño. "Lo gastó", para hablar en términos de imagen. Y no lo digo por la equivocadísima decisión de aparecer en Gran Hermano. Sino porque un Presidente que durante 15 días no habla sino de un solo tema por casi todos los programas existentes en los medios de comunicación, deja de tener el impacto que busca un Presidente cuando recurre eventualmente a ellos para hacer anuncios trascendentales de gobierno.

Y luego hace su aparición una extraña faceta de Uribe que nos gusta menos que la del otro Uribe.

Nervioso por los resultados, el fin de semana no pudo ocultar su estado de ánimo.

Acompaño a quienes le han reclamado que no hubiera salido a votar por alcalde a primeras horas de la mañana, con lo que generó una sensación de derrota. Luego vino su prolongado silencio, mientras el país que lo acompañaba veía ante sus ojos la película de haberlo perdido todo.

Mientras tanto su Ministro del Interior recurría a penosas leguleyadas para levantar votos en blanco debajo de las piedras y sumárselos al umbral.

La tarde de la derrota el Presidente se encerró, según dice SEMANA, no con sus consejeros de cabecera, sino con una bioenergética que le batió el péndulo para devolverle las energías. Esas son cosas privadas que no deben filtrarse.

Y más catastróficos no pudieron ser los resultados de la primera reacción con la bancada uribista, que esperaba una explicación política de lo acontecido y lo que recibió fue el anuncio del aguacero de medidas tributarias que nos van a caer a los colombianos.

Tampoco le salió bien que regañara a un miembro de su bancada hasta que éste se sintió obligado a retirarse del recinto. El Presidente dejó entre los presentes la sensación de estar de muy mal genio e incapaz de evitar lo que es el mayor motivo de dolor de cabeza de su carácter: el riesgo de salirse de casillas.

Esa noche apareció en la televisión pero no era el mismo Uribe, el que semanas antes comunicaba con tanta facilidad.

Y a todo eso se suma lo que entre la opinión, y ojo: no solamente la política, comienza a ser visto como un acto de terquedad que se suma a mal momento a su fama creciente de autoritarismo: la inamovilidad de los ministros. Uribe ha cambiado el principio universal de que los ministros son fusibles que se van quemando con el curso del gobierno. Y ha invertido las cosas: es él el que está dispuesto a cargar con el desgaste de sus ministros. No me parece que este esquema le convenga al país porque no le conviene al Presidente.

Parte de la culpa del marchitamiento político del Presidente con la forzada promoción del referendo está ahí. En que estuvo solo. Ningún Ministro logró transmitir el mensaje.

Lo que ha sucedido señala el primer rompimiento grave de este período presidencial.

¡A timonear, Presidente, y cuente con que nosotros vamos en su mismo bus!

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