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Ahí está el detalle

Es censurable, desde todo punto de vista, la utilización del miedo como herramienta de disuasión política. Pero opinar acerca de los peligros que pueden encarnar uno u otro candidato es parte del juego limpio en una democracia, del derecho a opinar libremente. Lo censurable es la mentira, las noticias falsas circulando por las redes, los montajes impúdicos que llevan, eso sí, a votar en contra de.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
1 de abril de 2018

Es censurable, desde todo punto de vista, la utilización del miedo como herramienta de disuasión política. Pero opinar acerca de los peligros que pueden encarnar uno u otro candidato es parte del juego limpio en una democracia, del derecho a opinar libremente. Lo censurable es la mentira, las noticias falsas circulando por las redes, los montajes impúdicos que llevan, eso sí, a votar con miedo, en contra de; no la advertencia para intentar cambiar una intención de voto con argumentos razonables, no los intentos por desmenuzar los hechos de manera que la gente no trague entero.

Hay quienes dicen que Iván Duque no es el figurín de Uribe, que es un “joven bien preparado” con criterios e ideas propias. Sin embargo, la realidad de sus discursos y las actuaciones de su campaña dicen lo contrario.

Mientras el candidato en tarima llama a abrazar la figura del “Presidente eterno”, el innombrable se sale de casillas con la prensa, calla a los periodistas, les cuelga el teléfono, les dice malintencionados, malinformados, dañinos. Mientras habla de transparencia, el joven candidato permite (¿contrata?) trolls que circulan infamias contra todos los candidatos que no son él, siguiendo la doctrina de sus antecesores dirigida por la batuta de Obdulio. Se dice incluso que el CD tendría contratados a asesores de Cambridge Analytics, la empresa que robó datos de Facebook para impulsar la manipuladora y exitosa candidatura del payaso demoníaco Donald Trump, o el Brexit. No sería nada raro.

Nos timan, nos manipulan, nos acosan, nos asustan. “Como si de verdad la gente necesitará que la engañen para pensar como piensa y ser como es”, tuiteó en estos días Juan Esteban Constaín. Tal cual.

Digamos que todo eso podría ser paisaje, cosas que suceden en las esquinas de la infamia política, y que dejaríamos pasar si tuviéramos la habilidad y el criterio para no comer cuento y esquivarlas. Pero hay otros asuntos de fondo en las propuestas de esta campaña presidencial que no deben pasarse por alto, que dan luces claras acerca del talante democrático de los candidatos.

Se está proclamando, de punta a punta del espectro político, que toca meterle mano a la institucionalidad para resolver los problemas del país. Nadie pone en duda que es indispensable hacer cambios profundos a la justicia, pero fusionar las cortes y crear una sola mega corte es arrasar con la discrecionalidad, la especialización y las competencias de cada una de las cortes. La propuesta del joven candidato nos echa aún más atrás de la Constitución de 1889, afecta seriamente a la operación del control constitucional y, de paso, el funcionamiento de la Acción de Tutela. De verdad, gente votante, ¿a usted le interesa un manotazo a la tutela?

En el otro extremo, Petro promete 4 años de crispación nacional, por cuenta de un gobierno que llegará a intentar revocar el Congreso para convocar a una Asamblea Nacional Constituyente. ¿De verdad creen que barajando la Constitución y manoseando los derechos de la gente se van a resolver los problemas más graves de este país?

Duque barajaría la institucionalidad para proteger los intereses de su jefe y su partido, la más grande asociación política de investigados y encarcelados, y por su parte Petro la quisiera cambiar para pasar a la historia como el “gran reformador” de Colombia.

Apuestas peligrosas, muy peligrosas, ambas. Por supuesto que estamos en un Estado imperfecto. No se puede negar la urgencia de reformar las condiciones que mantienen la profunda inequidad que hace de Colombia el país más desigual en América Latina después de Haití; tampoco se trata de callar ante la corrupción, que en la región tumba ministros y presidentes mientras aquí son elegidos, sostenidos y reencauchados como “héroes de la patria”; mucho menos se puede admitir este sistema de salud ineficiente e indolente, o la presencia activa de bandas criminales, extorsionistas y traquetos por todo el territorio nacional. Pero pongámonos serios, la salud, la seguridad, la corrupción y la desigualdad no necesitan una nueva Constitución, necesitan una actitud renovada de la clase política, necesitan no untar de mermelada el silencio cómplice de los corruptos, necesitan funcionarios que no transen el principio que debe regir a toda la administración pública, esto es, que la gente es lo primero.

Los candidatos del centro político, De La Calle y Fajardo, se diferencian de los extremos en que gobernarían bajo las reglas del juego que existen, sin darle patadas a la mesa, sin sacudir la arquitectura del Estado Social de Derecho. A Uribe y a Petro la institucionalidad como que les aprieta, les estorba. Esa es la diferencia de fondo entre unos y otros. Ahí está el detalle.

@anaruizpe

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