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Columna de opinión Marc Eichmann

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Las intenciones electorales del gobierno

Una simple mirada a las elecciones recientes ilustra que nuestro futuro político será muy diferente y mucho más sucio que lo expresado en la visión de estos analistas.

Marc Eichmann
17 de septiembre de 2024

Al diagnosticar el futuro político del país algunos analistas están pecando de sobre simplificación. No es extraño leer comentarios de ilustres que expresan que por encima de todo hay que unir al país; que el candidato que se oponga a la continuidad de este gobierno, que divide e irrespeta constantemente la institucionalidad, debe ser un estadista con el talante con el cual se identifica el opinador de turno.

Una simple mirada a las elecciones recientes ilustra que nuestro futuro político será muy diferente y mucho más sucio que lo expresado en la visión de estos analistas. En él influyen cuatro factores innegables, que cuando se juntan, reflejan lo que en el 2026 será una campaña presidencial estilo lejano oeste con cuatreros y forajidos.

Primero, la campaña del candidato respaldado por Petro estará inundada de fondos públicos que se utilizarán para conseguir votos como lo han hecho desde décadas las empresas electorales, pero en una proporción inimaginable. El gobierno ha demostrado con medidas como el alza de combustibles, la reforma pensional, la reforma de hecho a la salud, sus reformas tributarias y el incremento del presupuesto del gasto público del Estado de 200 billones de pesos a más de 300 billones, que solo le interesa acaparar más y más dinero. Este dinero no lo está ejecutando sino ocultando en cuentas de patrimonios autónomos en las fiduciarias. Ese dinero lo ejecutará el Pacto Histórico antes de las elecciones por medio de subsidios a los votantes, esperando que agradecidos se decidan por su candidato.

Segundo, las elecciones en zonas rurales serán absolutamente sesgadas ya que, por la inacción consciente y voluntaria del gobierno, los grupos al margen de la ley controlan aproximadamente el 30% del territorio adicional. Ellos, gustosos, obligarán a votar por el candidato de un gobierno que no ha hecho más que facilitarles sus negocios ilegales (la confiscación de cargamentos de coca que anuncia el gobierno no impide que se estén exportando cifras históricamente altas de cocaína, sino que ayuda a mantener parcialmente el nivel de precios que está bajando por la sobreproducción).

Estos dos factores hacen que el candidato del gobierno arrancará su carrera de 100 metros a la presidencia con por lo menos 40 metros de ventaja, por el dinero que el régimen actual le saca del bolsillo a toda la población y utiliza en las campañas, al mejor estilo cubano, nicaragüense o chavista.

Tercero, a imagen y semejanza de lo ocurrido en 2022, la campaña será una campaña sucia en la que los influenciadores de redes pagados con dineros públicos se encargarán de demeritar, a cualquier costo, a candidato alguno que ponga en riesgo la elección del candidato oficial del petrismo. Así como en las pasadas elecciones a Federico Gutierrez le construyeron de manera vil y malintencionada una imagen de traqueto, paisa malhablado o de siervo de Uribe y a Rodolfo Hernández la de un viejito extremista y criminal; las bodegas que se reunieron en Armenia le dispararán a la yugular a cualquier candidato sensato que tenga posibilidades de llegar al poder y no sea de la cuerda del Pacto Histórico.

Cuarto, el petrismo tiene aliados que son como amantes que no aceptan su relación en público pero lo apoyan en secreto. El candidato del petrismo será un candidato camuflado que se apartará, aparentemente, de la nefasta gestión de este régimen, con el fin de tener posibilidades. No es por casualidad que, al anteriormente activo Roy Barreras lo tienen protegido en una embajada lejos de la criticable administración, ni tampoco que hayan nombrado a Juan Fernando Cristo como ministro del interior, ni que Claudia López haya asumido una posición crítica ante la gestión del actual mandatario. Los tres fueron parte integral de la elección de Petro y la alianza entre el petrismo y el santismo, que se han apoyado mutuamente para acceder al poder desde elección a la alcaldía del actual presidente y la reelección presidencial de 2014 del nobel de paz, sigue su curso. Si respetan los acuerdos, lo cual es discutible, el turno en el 2026 le toca a Santos.

Por último, la polarización del país que busca Petro en sus alocuciones y trinos cotidianos, en los que maldice a los oligarcas, tilda de mafiosas a los periodistas, reniega del malvado hombre blanco al cual la Selección sub-20 le daría una lección si gana el título mundial, no es inocente ni exento de riesgo, sino que busca dividir con el fin de que gran parte de la población vote por su candidato. Un discurso cargado de odio que solo busca que los colombianos no voten por quienes piensan distinto a él.

Es muy probable que la desastrosa gestión del país no se deba a la incapacidad de Petro y su equipo, sino a que su estrategia para mantenerse en el poder nunca se diseño a partir de ejercer un buen gobierno. El Pacto Histórico y sus aliados prefirieron trabajar en alinear los factores para reelegirse, como utilizar el dinero estatal para convencer colombianos que voten por ellos en el 2026, pagar áulicos de redes sociales con fondos públicos para que destrocen a la competencia, permitir que los grupos al margen de la ley que controlen territorios para asegurar votos y, encubrir a sus verdaderos candidatos para aislarlos de su mala gestión. Toda una estrategia en la que nunca se planeó lograr un buen gobierno.