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Las lecciones de la interdependencia

He ido leyendo mucha información de la que está disponible y estoy convencida de que no podemos retrasar más las decisiones radicales. Tal vez este pueda ser uno de nuestros grandes aprendizajes: podemos abrazar cambios importantes si nos empeñamos suficiente en lograr que ocurran.

Isabel Cristina Jaramillo, Isabel Cristina Jaramillo
20 de marzo de 2020

Cuando empezó a discutirse la posibilidad del aislamiento social y las cuarentenas, tuve dos reacciones. Lo primero que pensé es que tendría que haber una manera de resolver la crisis sin generar costos tan altos para las personas peor situadas; en mi cabeza el aislamiento inmediatamente evoca imágenes de personas que viven de lo que ganan a diario y carecen de ahorros siquiera para sobrevivir una semana sin trabajar. Lo segundo que se me vino a la cabeza es que íbamos a terminar perdiendo algunos de nuestros logros de los últimos cien años: las mujeres vamos a volver al hogar, vamos a volver a encerrarnos en los confines de nuestras localidades, desconfiaremos de estar con otros. He ido leyendo mucha información de la que está disponible y estoy convencida de que no podemos retrasar más las decisiones radicales. Tal vez este pueda ser uno de nuestros grandes aprendizajes: podemos abrazar cambios importantes si nos empeñamos suficiente en lograr que ocurran. 

Esta semana escuché precisamente una entrevista con el gobernador del Estado de Nueva York en la que dijo dos cosas que me parecieron iluminadoras, aunque bastante obvias. Como le dijo a su entrevistador: ya estamos “más allá de los costos”. Cuando le preguntaron qué quería decir con esto, indicó que la abrumadora realidad de la cantidad de vidas que están en juego hace que el cálculo de las pérdidas y el miedo a lo que vamos a enfrentar en unos meses deba dejarse de lado. Explicó también cómo en Nueva York, una ciudad con tantos recursos de diversos tipos, lo que se ha ensayado como alternativa a la cuarentena ha fallado. Aunque todavía no ha declarado la cuarentena, finalmente decretó el cierre de bares y restaurantes y canceló las clases en los colegios. Lo otro que me pareció importante fue la comparación que hizo con la depresión de los años treinta en Estados Unidos; su sugerencia fue que necesitaremos el tipo de esfuerzos que supuso esa crisis para retomar el rumbo del crecimiento y el bienestar. Ese fue el momento en el que Estados Unidos tuvo que empezar a adoptar algunas de las medidas de intervención en la economía y protección social que conformarían su precario estado de bienestar hasta la década de los ochenta. 

En el caso colombiano, claro, sentimos que tenemos mucho más que perder porque sentimos que somos más frágiles: caemos más rápido y nos demoramos mucho más en levantarnos. En los primeros días de crisis hemos visto que la ausencia de una comunidad científica fuerte nos deja al vaivén de los datos y las teorías construidas en otras latitudes. También hemos aprendido que a pesar de tener uno de los sistemas de salud más equitativos del mundo, porque hemos garantizado bien el acceso a los servicios y el cubrimiento de las enfermedades catastróficas, tenemos muchísimas menos camas de hospital y unidades de cuidados intensivos de las que deberíamos tener. Hemos descubierto los altos costos de tener un presidente que no logra gobernar y no necesita contar con aliados para seguir formalmente ocupando el cargo. Nos hemos enterado de que un millón de personas viven sin agua potable porque no puede asumir lo que le cobran. Pronto vamos a entender la magnitud del impacto de la violencia doméstica y las enfermedades mentales cuando en el encierro empiecen a manifestarse los peores síntomas. Vamos a descubrir que para sobrevivir necesitamos menores niveles de desigualdad de los que hemos soportado hasta ahora. 

Creo, sin embargo, que es un error no apreciar lo rápido que hemos logrado adaptar algunas de nuestras rutinas a los medios virtuales. Yo he intentado muchas veces en el pasado adoptar ambientes virtuales para ampliar y mejorar la experiencia de aprendizaje de mis alumnos. La verdad es que los recursos siempre eran limitados, los que hacíamos esos esfuerzos éramos unos marginales, y la comunicación fallaba constantemente. En los dos últimos días he visto a mis hijas completar su jornada completa de estudio sin estar desconectadas de sus compañeros de clase y pudiendo seguir sus planes de trabajo sin problema alguno. Esta tarde de jueves participé en una reunión virtual que funcionó bien porque todo el mundo estuvo dispuesto y las comunicaciones no fallaron. Veo a mis colegas de otras universidades decir con entusiasmo que han podido organizarse y trabajar bien con sus estudiantes. Mis propios estudiantes en los simulacros que hemos hecho parecen interesados y curiosos de ver cómo van a salir las cosas, con ánimo de ensayar. Seguramente mucho de esto transformará nuestra cotidianidad en el futuro y nos arriesgaremos a usar más soluciones virtuales que nos permitan gastar menos combustibles fósiles en desplazamientos. 

También sería equivocado no reconocer los esfuerzos de los mandatarios en todo el mundo por contener la crisis y proteger a los más débiles: se han prohibido los despidos, se ha sugerido que se aplace el cobro de hipotecas, se ha aplazado el cobro de impuestos, se ha reconectado el servicio de agua a deudores morosos. Todas estas medidas parecían imposibles, insostenibles, y las hemos asumido porque la fuerza de las circunstancias nos ha obligado a entender. Puede ser que ahora empecemos a mirar las propuestas de las economistas feministas y los ambientalistas que hace pocos días sonaban imposibles o innecesarias porque “podíamos esperar”. Parece que la alcaldesa de Bogotá entiende muy bien la cuestión cuando nos recuerda constantemente que Bogotá no tiene una sola crisis de enfermedad respiratoria aguda que enfrentar sino tres  (la derivada de las lluvias, la derivada de la contaminación y la relacionada con el coronavirus) e insiste en que en el corazón de su plan de gobierno estará la creación de un sistema de cuidado con el que nos hagamos cargo de los que están menos capacitados para la vida social, sin recargar a las mujeres por ser mujeres. La rapidez con la que ha entendido que el encierro puede incrementar la violencia contra mujeres y niños también muestra una gran sensibilidad por las intuiciones de los que en los últimos tiempos han estado trabajando más en la interdependencia. Creo que todavía habrá mucho por aprender de nosotros mismos y nuestra capacidad para sobrellevar la adversidad; ojalá seamos lo suficientemente valientes para entender que podemos hacerlo.  

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