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Las elecciones y las maquinarias

Creer que a la Presidencia se llega con las maquinarias sólo resulta posible en el mundo de los que quieren darnos, no un bienvenidos al futuro, como Gaviria en los 90, sino un bienvenidos al Pasado.

Julia Londoño, Julia Londoño
1 de mayo de 2018

En el año 1990 el exministro Hernando Durán Dussán era el candidato de las maquinarias liberales. Tenía de su lado una larga experiencia política, que incluía haber sido ministro y alcalde de Bogotá. Durán Dussán era el candidato del establecimiento, se le reconocía por ser un hombre de mano dura y se le endilgaba ser buen ejecutor, combinaba la capacidad gerencial y el manejo de la maquinaria. Adicionalmente, aquella organización liberal sí que era una maquinaria, capaz de conseguir al menos el 60 por ciento de la votación del Congreso. Cuando se presentaban unidos, los liberales eran imbatibles para conseguir la Presidencia de la República.

Pese a tenerlo todo a su favor, Durán Dussán fue derrotado por el candidato César Gaviria, heredero de Luis Carlos Galán. Con escasa maquinaria, Gaviria ganó las elecciones, y no con un pequeño margen, casi duplica los guarismos del candidato Durán Dussán.  En ese momento de nuestra historia quedó enterrada la idea de que la maquinaria podía elegir al Presidente de la República.

El puntillazo final se produjo en la elección subsiguiente, cuando el país estrenó el tarjetón electoral. Otra herencia del líder Luis Carlos Galán. Con el tarjetón, las maquinarias perdieron su principal instrumento de operación: la entrega de las boletas electorales a los votantes. Antes de ello, sólo quien tuviese la capacidad de desplegar miles de pregoneros para entregar las famosas papeletas podía asegurar el respaldo de los votantes.

Han pasado casi tres décadas desde entonces y algunos quieren revivir la idea de que es posible que las maquinarias puedan elegir al Presidente de la República. La sociedad colombiana actual es más educada, con mejores niveles de vida, tiene acceso a mejor información y no necesita que nadie le entregue una papeleta para poder votar. La gente, para las elecciones presidenciales, básicamente vota como le viene en gana.

¿Significa esto que las maquinarias no tienen ningún peso en el proceso electoral? Claro que no. Las maquinarias ayudan a distribuir el mensaje del candidato, generan mecanismos de coordinación de esfuerzos, y por supuesto, ayudan a movilizar electores. La diferencia es que entre más grande la elección, menor es el peso de la maquinaria. En una elección local la maquinaria es imprescindible y es la mayor fuente de éxitos electorales en la mayoría de municipios del país. A medida que se sube de escala, la maquinaria funciona menos. Los candidatos al congreso intentan compensar esto con grandes inversiones de dinero.

Una campaña al Senado que busque movilizar una poderosa maquinaria debe invertir al menos 3 mil millones de pesos en conseguir que funcione. Esa fue la suma, por ejemplo, que le encontraron a la señora Aida Merlano en la sede de su campaña faltando tres días para las elecciones. Mover la maquinaria es sumamente costoso. Y solamente resulta efectivo cuando el votante sabe que pertenecer a esa maquinaria le trae algún beneficio, bien sea unos pesitos y un almuerzo el día de las elecciones o la posibilidad de acceder a una red de políticos que el día de mañana pueden ayudar a conseguir una ayuda, un subsidio o un trabajo. Ninguno de esos incentivos funciona para la elección presidencial porque el ciudadano sabe que nunca podrá llamar al candidato a Presidente de la maquinaria para que lo ayude a resolver una situación inmediata. Para eso están los políticos locales, y por eso, el mismo ciudadano puede votar por el más clientelista de los candidatos al congreso y por el más independiente de los competidores a la Presidencia.

Pretender que tres décadas después de la experiencia de Hernando Durán Dussán el país aún les pertenece a las maquinarias es desconocer la realidad y las nuevas dinámicas de la sociedad. Creer que a la Presidencia se llega con las maquinarias solo resulta posible en el mundo de los que quieren darnos, no un bienvenidos al futuro, como Gaviria en los 90, sino un bienvenidos al Pasado.

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