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LAS RAICES DE LA COCA

Antonio Caballero
25 de septiembre de 1989

A hora asesinaron a Luis Carlos Galán. Pero no es el primero. Hablan matado ya a Guillermo Cano, a Lara Bonilla, a Carlos Mauro Hoyos, a Jaime Pardo Leal, a decenas de magistrados y jueces y coroneles de la Policía. Van centenares. Y Galán, probablemente, tampoco será el último.

Como en los magnicidios anteriores - y sin duda también como en los próximos - el gobierno tomó esta vez medidas drásticas.
No sólo hubo decretos sobre motos, sino también allanamientos, detenciones, incautación de aviones y de fincas e incluso de hipopótamos, quizás extradiciones.

No es por desilusionar. Pero es peor alimentar falsas ilusiones. Y es evidente que, aun en el caso de que esas medidas drásticas vayan de verdad en serio - es decir: aun en el caso de que no sean devueltos los aviones, las fincas, los hipopotamos, en cuanto se ponían en marcha los recursos legales de rigor; aun en el caso de que dentro de un mes, digamos, quede todavía alguien preso; aun en el caso de que algún pez mediano resulte extraditado, y condenado luego a todas las cadenas perpetuas por un tribunal de Estados Unidos - aun en ese caso, digo (y ya es mucho esperar), todas esas medidas no servirán de nada. La mafia del narcotráfico seguirá corrompiendo y asesinando a quien quiera, porque seguirá ganando lo que gana: el mil por uno, aproximadamente.

Supongamos que se tomen medidas más drásticas todavía. Que las autoridades torturen a los catorce mil lavaperros detenidos para que digan donde están sus Jefes, y encuentren a los jefes y los maten en el sitio sin darles tiempo a interponer recursos de habeas corpus y demandas ante el Consejo de Estado. Se puede hacer, puesto que ya se ha hecha con muchos subversivos de izquierda sin que pasara nada. Su pongamos que maten a Escobar y a los Ochoa y a Rodríguez Gacha y a Rodríguez Orejuela (del cual, entre paréntesis, ya casi no se habla: aquella absolución del juez de Cali resultó mano de santo). Bueno: pues suponiendo todo eso, tampoco serviría de nada.
Los reemplazarán otros Pablos y otros Rodríguez. Estará bien, si se quiere, como castigo por los asesinatos cometidos. Pero vendrán otros, que cometerán otros asesinatos.

Porque el negocio no se habrá terminado. Seguirá siendo el mismo - o inclusive mejor aún, por algún tiempo, mientras se apaciguan las aguas y el flujo de la oferta vuelve a organizarse. Un negocio que rinde el mil por uno no se acaba simplemente porque mueran unos cuantos gerentes.

Las autoridades colombianas no pueden eliminar la mafia del narcotráfico, ni aun matándola (¿matándola cuántas veces?), porque las raíces del negocio no están en Colombia. Estan en el mercado mundial, que dominan los Estados Unidos.

Los Estados Unidos sí están en capacidad de resolver el problema. Pero no con los métodos que vienen usando hasta ahora para "ayudar" a los países productores: helicopteros, herbicidas, agentes de la DEA, juicios a extraditables. Ni siquiera mandando a los marines, como lo hicieron ya, sin éxito, en Bolivia.
(Por lo demás, no hay duda de que si los marines desembarcaran en Colombia lo primero que harían sería buscar coca para su consumo personal: pues no hay que olvidar que la moda de la coca la lanzaron las tropas norteamericanas del Vietnam, así como la de la marihuana la hablan lanzado los hippies de California). Los Estados Unidos sólo pueden resolver el problema de tres maneras.

Una es dejando de consumir coca. No parece fácil: hay en Estados Unidos tres millones de usuarios habituales de cocaína y medio millón de fumadores de crack. Y ni siquiera los encargados de reprimir el negocio parecen suficientemente motivados: en lo que va del año han sido detenidos cuatro acentes y funcionarios de la DEA por tráfico de coca.

Otra es produciendo ellos mismos la coca que consumen. Así hicieron con la marihuana, y hoy California es el primer productor mundial, seguido por Oregón y Hawai. La cosecha de hierba es, en valor, la tercera de los Estados Unidos, después del maíz y el trigo. Se acabaron los tiempos de la Acapulco Golden y la Santa Marta Gold, pero los marihuaneros norteamericanos (que siguen siendo 25 millones: hippies envejecidos) fuman contentos su sinsemilla californiana, sin necesidad de asesinar a nadie. Hasta ahora, sin embargo, la coca no ha podido ser aclimatada en los Estados Unidos.

La tercera manera es la más fácil. El problema se resuelve literalmente de un plumazo: legalizando la producción, el tráfico y el consumo de coca. Con lo cual, en la práctica, se destruye el negocio: deja de rendir el mil por uno. Una libra de coca en el mercado mundial empezará a costar menos que una libra de café (ese café que, de un plumazo, acaban de quebrar los norteamericanos simplemente liberando el mercado). La mafia colombiana - que hoy recibe entre tres y cinco mil millones de dólares al año - se quedará sin con qué comprar balas para matar a la gente.

Lo que pasa es que el negocio prohibido de la coca (que es negocio solo porque está prohibido) no sólo alimenta a la mafia colombiana. La mayor parte de sus beneficios se queda en los Estados Unidos y en Europa Occidental. Y esos beneficios fueron el año pasado de trescientos mil millones de dólares. Más que los beneficios mundiales del petróleo, y sólo por debajo de los del tráfico de armas.

Debe ser por eso que las autoridades norteamericanas, en vez de legalizar el negocio para destruirlo, prefieren enviar mensajes de pésame cada vez que en Colombia asesinan a un valiente.
Y sube el precio.

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