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Las treinta y cinco horas

Sarkozy propone la lucha por la vida en un mundo de competencia darwiniana. Royal, el apoltronamiento en el regazo protector del estado

Antonio Caballero
5 de mayo de 2007

Los franceses ya habrán elegido a su nuevo presidente cuando esto salga publicado, y me temo que habrá sido Nicolas Sarkozy. Salvo que un sobresalto de sensatez del último momento, como el que hace cinco años los llevó a votar en masa contra el ultraderechista Le Pen aunque fuera por el conservador Chirac, los haya hecho escoger a Ségolène Royal para librarse del ultraderechista Sarkozy.

Vi a los dos rivales en el debate final en la televisión. A cual más arrogante. Pero ¿acaso ha habido en la historia algún político francés que no lo sea? Brillantes los dos, informados, claros, elocuentes. Sarkozy pareció a la defensiva, aunque algo fingidamente: para no dar miedo. Royal estuvo agresiva, también con algo de fingimiento: para inspirar confianza. A veces abusó de su condición de mujer, acorralando a Sarkozy con acentos de discusión más conyugal que política: "dices tal cosa pero en realidad piensas tal otra"; o "no pongas esa cara de víctima". Y es verdad que Sarkozy, ese trueno, ponía a veces cara de víctima. Pero ¿por qué iba a saber ella mejor que él qué era lo que él en realidad estaba pensando? Bueno, sí: porque se le notaba. Sí, pero también se le notaba a ella que su justa cólera, aunque sin duda tan justa como decía, era falsa.

Politiqueros los dos.

Sin embargo detrás de la politiquería está la política. Y, más allá de las personalidades respectivas de los dos candidatos, más allá de sus máscaras, no hay duda de que representaban dos propuestas políticas muy distintas. No opuestas, porque no están ahora los tiempos para que la izquierda radical tenga posibilidades electorales, por necesaria que sea: todo se juega en los matices del capitalismo triunfante. Dos matices, pues, del capitalismo. Del capitalismo de verdad, por supuesto, de sociedad capitalista rica y desarrollada. Se trata de Francia, no de la Rusia ex comunista arrojada a las fauces de los chacales del capitalismo gangsteril, ni de algún pobre país tercermundista entregado a las ratas y ratones del capitalismo marginal y dependiente.

El modelo que representa Nicolas Sarkozy es el neoliberal anglosajón de libre mercado sin trabas (salvo las trabas puestas a las personas). Digamos, el modelo de la Inglaterra thatcherita, consolidado por el Nuevo Laborismo de Tony Blair: reducción de impuestos, desmantelamiento y privatización de los servicios públicos (educación, salud, transporte), "flexibilización" del mercado laboral. Con los resultados que ya se conocen: disminución del desempleo acompañada de una mayor precariedad, aumento de las ganancias del capital con respecto a las del trabajo, crecimiento de la brecha entre ricos y pobres. El modelo que propone Ségolène Royal es el llamado "europeo", o, más exactamente, el modelo francés: el que ya hay. Ella habla de "democracia social, participativa y territorial"; lo cual, una vez traducida la retórica a la práctica, da como resultado el mantenimiento de las cosas más o menos como están. Mayor desempleo que en el universo thatchero-blairita (aunque no mucho); impuestos más altos (aunque tampoco tanto); menor rendimiento de las inversiones (aunque más productividad); mejores servicios (aunque más caros); mayor calidad de vida (aunque menor margen de ganancias). En resumen, esa dulzura del vivir, esa "douceur de vivre" que ha sido tradicionalmente la bandera de Francia. Sarkozy propone la aventura de la lucha por la vida en un mundo de dura competencia darwiniana; Royal propone el apoltronamiento blando en el regazo protector del Estado.

La diferencia entre las dos propuestas se podría condensar en la famosa semana de treinta y cinco horas que implantó hace unos años el gobierno socialista del primer ministro Jospin en la etapa de su cohabitación política con el presidente Chirac. Una reducción del trabajo, o incitación a la pereza, que cinco años de gobiernos de derecha no se han atrevido a suprimir. Y que en el debate televisado tampoco se atrevió Sarkozy a atacar de frente, a pesar de haberlo venido haciendo, en nombre de "la Francia que sí trabaja", durante toda la campaña electoral. En el fondo lo que enfrenta a Sarkozy con Royal es que el primero considera que la riqueza debe servir para multiplicarla, y a la segunda le perece que puede servir para gastarla.

Ese es el tema de la parábola de los talentos, que es una de las más desconcertantes del Evangelio cristiano.