OPINIÓN
Lenguaje y discriminación de la mujer
Salvo ciertas sociedades matriarcales, durante siglos y milenios la mujer fue silenciada, escondida, negada, excluida.
El ensayo Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, publicado por el lingüista Ignacio Bosque (El País, Madrid, marzo 4/2012), ha inspirado muchas reflexiones, en relación con ese modelo cultural según el cual si no se dice “nosotras y nosotros”, “ellas y ellos”, “ciudadanos y ciudadanas”, hay discriminación de género. Aquí una más, en el Día del Idioma y un mes después del Día Internacional de la Mujer.
Salvo ciertas sociedades matriarcales, durante siglos y milenios la mujer fue silenciada, escondida, negada, excluida. Como si no tuviese historia, fue confinada a la reproducción de la especie y a los trabajos domésticos. El paradigma que se aplicó en las sociedades antiguas fue el del Eclesiastés: “Esclavitud, ignominia y vergüenza”; el de Pericles, que le negó la ciudadanía, al igual que a los esclavos y a los extranjeros; y el de Eurípides: “Una mujer debería ser buena para todo dentro de la casa e inútil para todo fuera de ella”. Pese al oprobio de esas culturas y sin recurrir a investigaciones empíricas de cuantificación, ni a galanteos simplistas, se puede decir que la mitad de las cosas que existen en el universo fueron descubiertas o creadas por la mujer, y la otra mitad fue descubierta o creada por el hombre inspirado en la mujer.
Además de la función natural de conservar la especie, la agricultura, el avance sedentario de cazadores y recolectores, el rechazo a la guerra son obra de la mujer. La literatura, la ciencia, la poesía y el arte los inspiró ella. Los cristianos le atribuyen a la mujer de manera especial la virtud de la lealtad y sustentan su creencia en el testimonio final, cuando al pie de la cruz sólo un grupo de mujeres acompañó a Jesús hasta la muerte. Mientras todos los hombres, incluidos sus discípulos, emprendieron la huida del monte de los Olivos para ocultar su identidad, tres mujeres, con su sola presencia se enfrentaron al mundo masculino del poder, de la guerra y de la destrucción, para dar su testimonio de lealtad: María Magdalena; María, madre de Santiago y de José, y Salomé.
Pero así como no se puede negar la discriminación de la que ha sido objeto la mujer, tampoco se pueden ocultar otras verdades. El discurso por la inclusión de la mujer en la dirección del Estado no comenzó en los años 50 del siglo pasado. Platón (siglo IV a de C.) decía que prescindir de la mujer en la conducción del Estado era desperdiciar la mitad de la inteligencia humana. El idioma no es el culpable de las injusticias sociales que los grandes bandidos de la historia han hecho no sólo de las mujeres, sino de muchos otros sectores de la sociedad. Los simples cantares y discursos no han sido suficientes para lograr que las mujeres dejen de ser discriminadas y negadas. Si así fuese, bastaría arrancar de las bibliotecas los millones de poemas que se han escrito en reconocimiento de la mujer, de su belleza, de su inteligencia, de su aducía y de su ternura. Que en Colombia la mayoría de jueces y fiscales sean mujeres y que más de 600 empresas medianas y pequeñas sean de propiedad de mujeres no es una visibilidad que se halle en deuda con el discurso feminista, sino que obedece a un proceso sociológico natural que se ha dado en el devenir del tiempo.
Finalmente, dos reflexiones más. De continuar doblando los sustantivos, llegará el momento en que se afee tanto el lenguaje, que será imposible hablar. Y, como los animales también tienen dignidad de género, tendremos que terminar diciendo: “las serpientes y los serpientos”, “las hormigas y los hormigos”, “las luciérnagas y los luciérnagos”.