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El desespero de Uribe

La decisión de jugar sus restos contra la paz hablando de impunidad, diciendo que los acuerdos no son sostenibles, solo le puede dar resultado si ocurren hechos extraordinarios de violencia propiciados o trampas inaceptables de la guerrilla.

León Valencia, León Valencia
14 de mayo de 2016

El expresidente Uribe se está jugando los restos. Puede recuperarse, puede sobreaguar, es un político demasiado hábil, muy conectado con la idiosincracia colombiana, pero cada vez le resulta más difícil acertar. Se juega contra la paz el recurso que le queda: la opinión, la aceptación que aún tiene en las encuestas, esa conexión con el sentir de una parte de Colombia que vive ensimismada, atada al siglo XX, ahogada en sus rencores.

Se lanzó a la calle con sus seguidores el 2 de abril, ahora convoca a la resistencia civil y tiene en la mira el plebiscito, cree que allí puede frenar el proceso de paz, cree que allí le puede dar una estocada mortal a Santos. Es un acto desesperado que se le ocurrió ante la inminencia de la firma de la paz. Así presentó la estrategia en la entrevista al canal Caracol, llamó a la resistencia civil para dar una respuesta al pronto anuncio de acuerdos en La Habana.

Tiene a su favor la baja popularidad de Santos, las broncas de muchos colombianos con las guerrillas, los dolores, las venganzas y las frustraciones acumuladas en esta larga guerra y en varios intentos de negociación. Pero su desafuero, su intemperancia, su radicalidad lo han aislado, lo han puesto en una condición penosamente minoritaria en el Congreso de la República y en una cruda soledad en la comunidad internacional.

Ya nadie se acuerda, pero Uribe creó en sus dos mandatos un partido, el de La U, que ha ostentado mayorías electorales en los últimos años y ese partido lo abandonó. Ya nadie se acuerda, pero Uribe gobernó con una alianza de ocho partidos y todos esos grupos lo abandonaron y lo obligaron a constituir un pequeño partido nuevo, una fracción de áulicos, con la que aspira a ganar el plebiscito. Ya nadie se acuerda, pero su círculo más cercano está preso o prófugo.

Uribe tuvo la anuencia de los Estados Unidos en los tiempos de Bush, y aún, en los primeros tiempos de Obama, para intentar un triunfo definitivo sobre las guerrillas, pero no pudo. Ahora esa realidad cambió, ahora los gringos le están apostando a la paz. A Uribe no le paran bolas en Washington, y desata respuestas negativas y hasta desagradables de los diplomáticos norteamericanos cada vez que ataca la actitud de Estados Unidos y de su enviado especial Bernie Aronson a la mesa de negociaciones.

Uribe no encaja en la memoria la imagen de Obama, en La Habana, en marzo, estrechando la mano de Raúl Castro, no se percata de los cambios, y le va a ocurrir como al general Augusto Pinochet, amigo entrañable de Washington en una época, que murió abandonado y a sus funerales solo acudió un funcionario de tercera de la embajada de los Estados Unidos en Santiago, con una nota de pésame que no alcanzó a registrar la prensa chilena.

La decisión de jugar sus restos contra la paz hablando de impunidad, diciendo que los acuerdos no son sostenibles a futuro por graves fallas en sus fundamentos jurídicos, solo le puede dar resultado si ocurren hechos extraordinarios de violencia en estos meses propiciados por la guerrilla o trampas inaceptables surgidas de sus filas; si no salen a la calle personas taquilleras en las encuestas como Germán Vargas Lleras, Sergio Fajardo y Gustavo Petro a defender el proceso de paz; si no surge un gran frente civil para promover el plebiscito; si el gobierno no se espabila y empieza responder duro y con verdad a las diatribas contra la negociación. Pero estas cosas no van a pasar, no pueden pasar.

Uribe se va a quedar esperando, como esperó impaciente en la segunda vuelta presidencial de 2014, a que las Farc cometieran torpes actos de guerra; la guerrilla no va a ser tan bruta para darle ahora un papayazo a su principal adversario.

Uribe tendrá que enfrentar a quienes están en la carrera presidencial del lado de la paz, ellos no se quedarán sentados en la casa en tiempos de plebiscito que es, sin duda, el primer round de la campaña de 2018, no le dejarán el campo libre al procurador Ordóñez que con el mayor descaro utilizará su cargo público para encabezar la oposición uribista a la paz.

Uribe se enfrentará en estos meses a quienes sí saben de resistencia civil. A la izquierda, a las organizaciones de derechos humanos, a los sindicalistas, a los indígenas del Cauca, a las fuerzas campesinas del Catatumbo y de Putumayo y de Caquetá, a las comunidades negras del Pacífico que han sufrido tanto la guerra y buscan la paz, a un notable grupo de obispos y a la pastoral social de la Iglesia.

Santos tendrá que recordar que solo cuando se fue encima de Zuluaga en la pasada campaña electoral; cuando lo ubicó como enemigo de la paz, así, a secas; cuando empezó a sacarle los chiros de corrupción al sol, pudo respirar en una contienda que tenía perdida. Con Uribe no vale agachar la cabeza, quien le muestra miedo a Uribe pierde, quien no le responde con dureza a sus mentiras pierde.

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